Voy a votar a Mauricio Macri en las elecciones presidenciales porque el país no está yendo a ningún lado bueno y tengo ganas de que el peronismo suelte la manija a ver cómo resulta. El poder, que es el tema de todos los sistemas de gobierno, tiene en la argentina una versión gigante y fálica que palpita. El Estado es la mitad de la economía del país y desde la Casa Rosada se maneja más del 70 por ciento de esa plata. El peronismo vende capacidad para agarrar la sartén por el mango, para tomar decisiones sin temblar por el costo social, por tener el temple firme o la cara dura. Mientras, un tercio de los argentinos es pobre y los chicos salen de la escuela pública sin poder entender un texto simple o dividir por dos (soy un ejemplo de lo segundo).
Entonces, ¿para qué sirve tanto arrojo y capacidad de manejar el derpo si los resultados son tan malos y, a través de todas las clases sociales se escucha un lamento muy argentino que dice, que ulula, somos mucho menos de lo que podemos ser? Los peronistas tienen que largar un poco la manija, aunque también sean folclóricamente hermosos y heroicos de verdad. Eran peronistas los que ponían el cuerpo para que fuéramos una democracia. Bueno, pero ahora que larguen un poquito.