Francisco va con la guitarra de Slash, ese pibe que aprendió a hacerle algo a las cuerdas que te avisa que sos hermano de todos los que alguna vez amanecieron en la playa con las botas puestas.
Slash encontró, entre todas las maneras posibles, una diferente. Eso hizo Bergoglio cuando se subió a caballo a una ecuación perfecta que corre con la nafta de una idea cuyo tiempo ha llegado, como dijo arroba Goethe.
La fórmula del Papa es acumular legitimidad simbólica para pagar el costo político de ir contra curas manos largas, turritos del Excel u honestos con demasiado amor por la poltrona. Pero Pancho no es un justiciero. Es, mucho mejor, un megalómano que está haciendo que le vuelva la magia a ese elefante mundial hecho del aire transparente que hay en Saint Patrick’s y de las zapatillas aparatosas del cura que atiende en San Cayetano, Barrio de Belgrano Garrón, Buenos Aires, Argentina.