Alrededor de un millón de jóvenes viven, laburan y desarrollan su vida en la capital de todos los argentinos. Durante las elecciones, la mayoría de las campañas políticas están dirigidas a ellos, porque son un sector clave en la opinión pública. Sin embargo, casi todos esos discursos propagandísticos les hablan mucho, pero les dicen poco. Mucho ruido, pero pocas nueces.
Desde el 2003, el gobierno nacional eligió no aturdirlos, sino escucharlos y trabajar por ellos con políticas de empleo e inclusión, con más becas, más escuelas y universidades, más inversión en ciencia y tecnología, entre tantas otras. No hay proyecto nacional si no se apuesta por los jóvenes. Hoy hay futuro porque a las nuevas generaciones ya no se le cierran puertas, sino que se las impulsa a crecer. La juventud expresa un clima de época que desborda de sentido la vida cultural, económica, política y todas las otras esferas de la vida social de la Ciudad. El macrismo ha registrado el fenómeno, pero lejos de comprenderlo, ha reaccionado como era de suponer: les hablan desde el marketing, porque los jóvenes para el macrismo sólo consumen, no son sujetos de derecho. Para el macrismo, los pibes nunca son protagonistas, sino meros espectadores pasivos de una realidad que les pasa por el costado.