Por: Lorena Pokoik
Alrededor de un millón de jóvenes viven, laburan y desarrollan su vida en la capital de todos los argentinos. Durante las elecciones, la mayoría de las campañas políticas están dirigidas a ellos, porque son un sector clave en la opinión pública. Sin embargo, casi todos esos discursos propagandísticos les hablan mucho, pero les dicen poco. Mucho ruido, pero pocas nueces.
Desde el 2003, el gobierno nacional eligió no aturdirlos, sino escucharlos y trabajar por ellos con políticas de empleo e inclusión, con más becas, más escuelas y universidades, más inversión en ciencia y tecnología, entre tantas otras. No hay proyecto nacional si no se apuesta por los jóvenes. Hoy hay futuro porque a las nuevas generaciones ya no se le cierran puertas, sino que se las impulsa a crecer. La juventud expresa un clima de época que desborda de sentido la vida cultural, económica, política y todas las otras esferas de la vida social de la Ciudad. El macrismo ha registrado el fenómeno, pero lejos de comprenderlo, ha reaccionado como era de suponer: les hablan desde el marketing, porque los jóvenes para el macrismo sólo consumen, no son sujetos de derecho. Para el macrismo, los pibes nunca son protagonistas, sino meros espectadores pasivos de una realidad que les pasa por el costado.
Pese a su reiterada estética juvenil y cool, el PRO no tiene en su agenda los problemas de los jóvenes. Considera, en definitiva, que el Estado porteño no tiene mayores responsabilidades en el desarrollo de su futuro. Basta, eso sí, con organizarles un par de festivales y mantenerlos distraídos. Nuestro desafío es representar a esos jóvenes de la Ciudad. No alcanza con parecernos a ellos, ni con diseñar publicidades multicolores. Representarlos es hacernos cargo de las nuevas demandas que generan diez años de crecimiento.
En primer lugar, es necesario regular y controlar de manera más estricta a la Policía Metropolitana, pues son los jóvenes quienes más sufren la violencia institucional en la Ciudad. La Policía Metropolitana es una gran oportunidad para los porteños; estamos en condiciones de darle forma a una fuerza participativa, moderna, dinámica, comprometida con los derechos humanos, que nos cuide más y mejor. Para eso hay que ponerla de cara a la comunidad, generando espacios participativos de control ciudadano. Una policía cercana es una policía a la que se le conoce la cara, y con la que se interactúa. Una policía confiable es una policía desplegada en todo el territorio de la Ciudad, con auditorías institucionales y protocolos claros de actuación. El PRO, con su habitual y patológico desmanejo e improvisación, está desaprovechando esa oportunidad.
En segundo lugar, hay una problemática común que los jóvenes porteños sufren sin importar donde vivan: la crisis habitacional. Cada año, miles de personas imposibilitadas de acceder a la vivienda propia, se suman a las villas y asentamientos o, si tienen suerte, tienen que resignarse a las reglas del mercado de alquileres. Prácticamente a uno de cada dos jóvenes de la ciudad considera que la vivienda propia o hasta incluso el alquiler es un sueño casi irrealizable. Cada tanto, y siempre cerca de las elecciones, el PRO lanza algunos créditos hipotecarios, la mayoría de los cuales nunca llegan a convertirse en una vivienda porque éstas son inaccesibles. La falta de un abordaje integral de la problemática perjudica con especial crudeza a los jóvenes de los sectores medios y populares, a quienes se les hace imposible acceder a su primera vivienda y se ven maltratados en un mercado de alquileres desregulado y excluyente.
Nosotros consideramos que el principio de la solución es una presencia más fuerte del Estado porteño, generando proyectos de integración urbana para las villas y asentamientos (con especial énfasis en el acceso a la movilidad, la salud y la educación), relajando los ridículos requisitos del mercado de alquileres, desincentivando la compra de viviendas para la especulación y regulando los usos del suelo para evitar los procesos que arrinconan a los más vulnerables en los márgenes de nuestra ciudad. Por último, pero no por ello menos importante, la política cultural. Consideramos que la cultura joven es más que festivales y eventos masivos. Bienvenidos sean, disfrutémoslos, pero sepamos que no son suficientes. Para que la cultura sea la vértebra de un tejido social más vital y solidario, es necesario descentralizar la oferta cultural, fortalecer los centros culturales de nuestros barrios, fomentar las expresiones artísticas populares y trabajar para amplificar y diversificar los consumos de bienes culturales. Nos debemos una agenda cultural inclusiva, que no vea a la cultura como un adorno turístico, sino como la plataforma reparadora que nos reafirme en nuestra identidad…
De lo que se trata, en definitiva, es del lugar que le damos a los jóvenes en nuestra sociedad. Si los estigmatizamos y los reducimos a la lógica descartable que nos propone el mercado. O, si en cambio, los ponemos en la proa de la agenda de gobierno como protagonistas de los cambios que Buenos Aires necesita urgentemente para ser una capital a la altura de una Argentina que se viene transformando hace más de diez años.