Soy inocente, no quiero ir preso

La historia es más o menos así. El 1º de mayo, tipo 6 de la tarde,  fui a trabajar. El sacerdocio del periodismo y los medios que nunca descansan, pero ese es otro tema. Feriado nacional. Jueves puente  hacia un viernes 2 de mayo de descanso obligatorio. Nadie en la ciudad. A no ser los que seguían de caravana en fiesta ininterrumpida desde la noche anterior en Palermo Hollywood, territorio de mayor consumo de alcohol por metro cuadrado.

La escena se desarrolla en Humboldt casi Gorriti. Estaciono y ropero de cuatro puertas, dos metros de alto y ancho, con ciertas apariencias humanas (dice ciertas), se me acerca y me dice: “Son 40 pesitos, maestro”. Un trapito, con perdón de la ironía del diminutivo. Humboldt es de estacionamiento libre siempre. El 1º de mayo feriado, sin ninguna restricción para el estacionamiento en recuerdo de los mártires de Chicago. El ropero, con quien no daba discutir el homenaje a los precursores de las 8 horas laborales, tenía la amenaza grabada en su frente del tipo “si te pongo una mano encima es la última vez que ves esa calle y disfrutás del día no laborable”.  “Te agradezco”, le dije al hombre sin que él supiera que mi gratitud nacía de no haber sido sacudido ipso facto y no de la declinación de su amable pedido de 4 billetes con el Monumento a la bandera en el reverso. “Entonces deme 30 y arreglamos”, negoció.

Ya se contó en esta columna que dos legisladoras porteñas del Frente Para la Victoria proponen reglamentar al ropero, es decir, a los señores trapitos, que cobran ilegalmente por estacionar en un espacio libre.  Una de ellas, Claudia Neira, explicó en InfobaeTV que la idea es que “se pueda convenir con libertad” (sic) entre el automovilista y el señor ropero el monto, condiciones y disponibilidad de contribución hacia el trapito. Absolutamente factible, entendí en carne propia el 1º de mayo pasado.

Llegué  a mi trabajo y twitié, arrobando a Claudia Neira, sobre lo ocurrido. Inesperadamente ella me contestó preguntándome si había hecho la denuncia policial. Le respondí que justo en ese momento se me daba por ir a trabajar (¡también yo!) y que no me daban los tiempos. Que esperaba que ella como legisladora representante de los porteños, se ocupara del tema.

Y se ocupó, cómo no. Gracias  Claudia, “besis”, aprovecho para decirle. Ayer me enteré de que la Fiscalía general de la ciudad de Buenos Aires, instada por Neira,  me citará a declarar como víctima de los ilegales trapitos para que denuncie que fui apretado y que cuente lo que ya conté, como han hecho miles y miles de mortales que nos negamos a ser coaccionados por personas que invocan la necesidad para seguirnos metiendo la mano en el bolsillo ante la inacción de representantes del pueblo como Neira que se les ocurre cristalizar con un registro de cuidacoches esa misma situación indigna de exclusión a costa de 40 mangos de tu bolsillo. La Fiscalía no tiene más remedio. La legisladora notificó una contravención. Marche Novaresio a declarar. 

¿Podría Neira haberse constituido en el lugar (o en los estadios, lugares de recitales, calles de toda la ciudad, etc) y comprobar que no hay chance de pactar libremente con patoteros (la mayoría)? ¿Podría ella pensar que su ley es carente  de base real? ¿Podría suponer que no es justo para quien está en la calle que se piense en registrarlos para que sigan en la calle? ¿Tendría ella que imaginar que lo que hay que hacer es ser creativo y darles una chance en serio de superación, inclusión y evitar que lo irregular gane y, por ende, se regularice en base a la ley del más fuerte? Podría. En cambio, burocratizó la cosa y me mandó a mí (hoy soy yo, mañana sos vos, manso lector) a declarar a la fiscalía para que, como víctima (¡víctima de otra burocracia más!) declare lo que todos sabemos. Que hay trapitos. Que cobran en contravención con la ley. Que te aprietan si no pagás o te abollan el auto. En suma, que voy a declarar que el sentido común ha muerto. Al menos en uno de los representantes populares que cree que la demagogia es progresista.

¿Cómo me fue al final con el ropero? No pagué  y cundo volví me dijo. “Te salvás porque laburas en la tele. Pero que Pamela David me manda un saludito mañana”.  Todavía no hablé con Pamela. Pero seguro que ella me va a entender. ¿No?

Si Evita viviera, prohibiría los trapitos

La cosa sería así: resulta que hay muchos trapitos que ilegalmente cobran lo que se les ocurre por cuidarte el auto en los lugares de estacionamiento libre. Repito. Ilegalmente. Estacionamiento libre. Como no se los puede combatir porque el Estado es palmariamente incapaz (¿o cómplice?) de prohibirlos y, además, son personas en situación de exclusión social que, dicen, de no ser trapitos pasarían a otra actividad irregular como ser chorros, pungas o vaya a saberse qué otra cosa, ¿qué hacemos? ¿Aumentamos los controles y evitamos que el ciudadano que paga todos sus impuestos abone otra contribución (ilegal) más para estacionar en un lugar que debería ser libre si no quiere que le abollen la puerta o le estropeen una óptica del coche? ¡De ninguna manera! ¿A quién se le ocurre que el Estado se ocupe de poner un límite a lo que está mal? Lo que hacemos es incorporar esta actividad irregular a la regularidad y creamos el Registro de Trapitos de la ciudad de Buenos Aires. Más claro, imposible.

El proyecto de las legisladoras peronistas Graciela Alegre y Claudia Neira que acaba de ingresar en el parlamento local es la reproducción de la iniciativa del entonces diputado porteño Juan Cabandié. La idea logró consenso entonces entre los legisladores pero fue vetada por Mauricio Macri. Y ahora se presenta otra vez. Idéntica.

En sus amplios considerandos evalúa que el trapito es una realidad social. Amerita un fuerte “sic”, no me digan. Como tal, como realidad social que parece no se puede cambiar, no hay por qué prohibirla aunque esté fuera de la ley. Permítanme otro redundante pero necesario “sic”. En el proyecto se sostiene que el actual desorden estatal que hace que nadie los controle -mucho menos que les impida su irregular cobro de dinero- supone que hay que reglamentarlos. ¿Cómo? Así: como no pudimos con ellos, creamos un registro, les damos una ubicación fija y les ponemos un horario de trabajo.

¿No era que el lugar en donde ellos cobran para estacionar era de estacionamiento gratuito y libre? Sí, es cierto. ¿No es que no se puede cobrar de prepo por una actividad que es irregular sino ilícita? También. ¿Y entonces? Que para no victimizar a quien cobra fuera de la ley y evitar que se aplique esa misma ley, regularizamos lo irregular, incorporamos a lo legal lo ilegal y listo el pollo. Por lo del pago, argumentan los autores de la iniciativa, se deja sometido a la “libertad de ambas partes” (automovilista y trapito) para que consensúen si se paga o no. Ejemplo: “Buenas noches señor trapito”, dice el conductor de su coche. “Buenas, maestro”, responde el trapito. “Observe usted, señor trapito, que carezco de dinero en este día para darle. ¿Lo incomoda?”, inquiere el conductor. “Para nada, amigo conciudadano. Estacione gratis que yo le miro el auto. Será la próxima. Que cene bien”, se despide el trapito. Super real el diálogo, como todos imaginamos.

¿No sería más lógico impedir que se grave de manera arbitraria al pobre cristiano que deja en la calle su auto en los lugares permitidos (los pocos que quedan, gracias a la reforma de esta gestión) y tratar de generar alguna actividad legal de inclusión social para hombres y mujeres que pasan largas horas a la intemperie con un trapito en la mano? La lógica suele darse de patadas con la demagogia y, sobre todo, esta última gana siempre por dos cabezas.

No se duda de la buena intención de las legisladoras. Tampoco de la irracionalidad de ver que el Estado incompetente para evitar que personas humildes o mafias instaladas al lado de estadios sean reglamentadas so pretexto de que no se puede combatir el delito. No puedo ganarle al delito: más vale me uno a él, parece la consigna. Porque de esto se trata. Como no puedo con los trapitos que son ilegales me uno a ellos regulándolos y dándoles status de legales.

Es llamativo que quien proviene del peronismo imagine para esta problemática cristalizarlos en una actividad hecha a la intemperie, muchas veces bajo el agua y a expensas de la inseguridad callejera. Rara movilidad social esta de crear un registro que los condena a ser siempre trapitos y no los imagina aprendiendo otra actividad más digna, en alguna cooperativa amparada por el Estado con algún oficio menos indigno.

Si Evita viviera, se sorprendería de ver que sus pretendidos herederos piensan para hombre y mujeres en exclusión que mendigan (o patotean, según el caso) unos pesos por cuidar coches que su destino es tener un número de registro, una pechera y futuro para siempre en la calle cuidando autos. En realidad, si Evita viviera, andaría de sorpresa en sorpresa caminando por la realidad del 2014, siendo esta idea de las menos impactantes. Eso también es cierto.