Por: Luis Novaresio
La cosa sería así: resulta que hay muchos trapitos que ilegalmente cobran lo que se les ocurre por cuidarte el auto en los lugares de estacionamiento libre. Repito. Ilegalmente. Estacionamiento libre. Como no se los puede combatir porque el Estado es palmariamente incapaz (¿o cómplice?) de prohibirlos y, además, son personas en situación de exclusión social que, dicen, de no ser trapitos pasarían a otra actividad irregular como ser chorros, pungas o vaya a saberse qué otra cosa, ¿qué hacemos? ¿Aumentamos los controles y evitamos que el ciudadano que paga todos sus impuestos abone otra contribución (ilegal) más para estacionar en un lugar que debería ser libre si no quiere que le abollen la puerta o le estropeen una óptica del coche? ¡De ninguna manera! ¿A quién se le ocurre que el Estado se ocupe de poner un límite a lo que está mal? Lo que hacemos es incorporar esta actividad irregular a la regularidad y creamos el Registro de Trapitos de la ciudad de Buenos Aires. Más claro, imposible.
El proyecto de las legisladoras peronistas Graciela Alegre y Claudia Neira que acaba de ingresar en el parlamento local es la reproducción de la iniciativa del entonces diputado porteño Juan Cabandié. La idea logró consenso entonces entre los legisladores pero fue vetada por Mauricio Macri. Y ahora se presenta otra vez. Idéntica.
En sus amplios considerandos evalúa que el trapito es una realidad social. Amerita un fuerte “sic”, no me digan. Como tal, como realidad social que parece no se puede cambiar, no hay por qué prohibirla aunque esté fuera de la ley. Permítanme otro redundante pero necesario “sic”. En el proyecto se sostiene que el actual desorden estatal que hace que nadie los controle -mucho menos que les impida su irregular cobro de dinero- supone que hay que reglamentarlos. ¿Cómo? Así: como no pudimos con ellos, creamos un registro, les damos una ubicación fija y les ponemos un horario de trabajo.
¿No era que el lugar en donde ellos cobran para estacionar era de estacionamiento gratuito y libre? Sí, es cierto. ¿No es que no se puede cobrar de prepo por una actividad que es irregular sino ilícita? También. ¿Y entonces? Que para no victimizar a quien cobra fuera de la ley y evitar que se aplique esa misma ley, regularizamos lo irregular, incorporamos a lo legal lo ilegal y listo el pollo. Por lo del pago, argumentan los autores de la iniciativa, se deja sometido a la “libertad de ambas partes” (automovilista y trapito) para que consensúen si se paga o no. Ejemplo: “Buenas noches señor trapito”, dice el conductor de su coche. “Buenas, maestro”, responde el trapito. “Observe usted, señor trapito, que carezco de dinero en este día para darle. ¿Lo incomoda?”, inquiere el conductor. “Para nada, amigo conciudadano. Estacione gratis que yo le miro el auto. Será la próxima. Que cene bien”, se despide el trapito. Super real el diálogo, como todos imaginamos.
¿No sería más lógico impedir que se grave de manera arbitraria al pobre cristiano que deja en la calle su auto en los lugares permitidos (los pocos que quedan, gracias a la reforma de esta gestión) y tratar de generar alguna actividad legal de inclusión social para hombres y mujeres que pasan largas horas a la intemperie con un trapito en la mano? La lógica suele darse de patadas con la demagogia y, sobre todo, esta última gana siempre por dos cabezas.
No se duda de la buena intención de las legisladoras. Tampoco de la irracionalidad de ver que el Estado incompetente para evitar que personas humildes o mafias instaladas al lado de estadios sean reglamentadas so pretexto de que no se puede combatir el delito. No puedo ganarle al delito: más vale me uno a él, parece la consigna. Porque de esto se trata. Como no puedo con los trapitos que son ilegales me uno a ellos regulándolos y dándoles status de legales.
Es llamativo que quien proviene del peronismo imagine para esta problemática cristalizarlos en una actividad hecha a la intemperie, muchas veces bajo el agua y a expensas de la inseguridad callejera. Rara movilidad social esta de crear un registro que los condena a ser siempre trapitos y no los imagina aprendiendo otra actividad más digna, en alguna cooperativa amparada por el Estado con algún oficio menos indigno.
Si Evita viviera, se sorprendería de ver que sus pretendidos herederos piensan para hombre y mujeres en exclusión que mendigan (o patotean, según el caso) unos pesos por cuidar coches que su destino es tener un número de registro, una pechera y futuro para siempre en la calle cuidando autos. En realidad, si Evita viviera, andaría de sorpresa en sorpresa caminando por la realidad del 2014, siendo esta idea de las menos impactantes. Eso también es cierto.