Cuenta el cuento que dos grandes conversaban sobre las utopías. Eduardo Galeano le preguntaba a Fernando Birri para qué servían. “Si siempre están allí, lejos, inalcanzables por más que camines hacia ellas. ¿Para qué?”, preguntó el uruguayo. El cineasta de Santa Fe no dudó y respondió: “Están para eso. Para saber hacia dónde hay que caminar. Están para seguir caminando”.
El Papa Francisco fue esta semana una utopía. Inmensa. Aunque pensándolo bien, fue una utopía real. Un verdadero oxímoron. Quizá no sea la primera vez que este hombre genere contradicciones. Desde esta misma columna criticamos su intromisión en las bendiciones implícitas a nombramientos de jueces supremos o su vidrioso gesto de enviar rosarios a algunos detenidos sí y a otros no.
Sin embargo, que ayer mismo el jefe de la Iglesia Católica haya subido a su avión papal a 12 refugiados sirios en la isla de Lesbos para acogerlos en Roma, a su cargo, no admite discusiones. Continuar leyendo