¿Importa si el Papa es K?

La pregunta es si importa. No si ilusiona o decepciona. La inquietud abarca mirar hacia el ámbito de la política. No a la religión. Un creyente, un católico apostólico y romano, quizá podrá inquirirse si Francisco apoya a Cristina y no a Macri desde el lugar de la alegría o la decepción. Siendo la religión un vínculo único e irrepetible con Dios (y por ende con sus ministros), ese debate es personal, muy fuerte, claro, pero intransferible.

¿Importa políticamente, desde lo público, que el jefe de la Iglesia haya dejado claro que sus simpatías terrenales están con el kirchnerismo? ¿O, al menos, que no se encuentran cerca de los globos amarillos argentinos? Porque, dejémonos de eufemismos:  si no alcanzan los tres largos encuentros en poco tiempo con la doctora Fernández, más propios desde la gestualidad de una cena de amigos que del saludo de dos jefes de Estado, si no basta con que el Papa Bergoglio haya respaldado la nominación de Roberto Carlés -quien  no reunía los requisitos más elementales de experiencia- como juez a la Corte Suprema, si no es suficiente el rosario a Milagro Sala y que su Santidad no fije fecha para visitar al país luego del resultado de las elecciones del año pasado, habrá que recurrir -para probar esa evidente simpatía papal hacia los K- al relato que este cronista escuchó de un ex titular del poder ejecutivo nacional y un ex ministro de otro gobierno que oyeron de boca del ex arzobispo de Buenos Aires el “cuiden a Cristina” cuando lo visitaron en Santa Marta. Continuar leyendo

Cristina versus Cristina

La apelación de  Gerardo Pollicita cuestionando el fallo del juez Daniel Rafecas que mandó a desestimar de plano “la denuncia Nisman”  es contundente. El fiscal considera que lo denunciado por el procurador muerto es tan grave que merece que la Justicia abra una investigación que garantice el derecho de defensa de los acusados y salde, en la institución republicana que corresponde, una duda fundada sobre el pacto con Irán de 2013.

Démosle un marco histórico y jurídico a la cosa. Hay 8 iraníes acusados de haber hecho volar la AMIA. Algunos con rango de secretarios de Estado de esa república islámica. Por 20 años (¡20 años!) ese país se negó sistemáticamente a colaborar con la investigación permitiendo que los acusados se defendieran. De repente, contradiciendo su posición propia, la Argentina decide confiar en esos incumplidores y ausentes de colaboración pergeñando una “Comisión de la Verdad” que, por encima del juez de la causa, permitiese, dirigiese y encausase (sic) las declaraciones de los acusados de dinamitar la mutual. Y para más seguridad (otra vez sic), los interrogatorios se harían en suelo iraní bajo la mirada atenta del mismo Estado que por dos décadas esquivó la justicia nacional. Eso es, a trazos torpes, el corazón del Memorándum de entendimiento

¿Hace falta más que el sentido común para sospechar de semejante acuerdo? La Cámara de Apelaciones vio en él un atropello constitucional y lo suspendió ¿Hay que ser una lumbrera para intuir, al menos, que esa aberración jurídica puede haber torpeza o dolo interesado en la gestación de un acuerdo liminarmente extraño?

El fiscal Pollicita apela porque no entiende varias cosas. No cree que el Memorándum sin validez no haya configurado tentativa. Estima que las miles de escuchan merecen el análisis judicial, cuanto menos. Y, además, estima que el juez Rafecas da por probado de manera injusta que la Argentina nunca pidió el levantamiento de las alertas rojas sobre los iraníes. ¿Con qué pruebas? Con un e mail privado del director de Interpol Robert Noble al canciller Timerman y con dos entrevistas periodísticas del mismo ministro de Relaciones Exteriores a Página/12 y a The Wall Street Journal. Y punto.

 ¿En serio un juez no cree necesario ni una testimonial del mismo Noble que ratifique eso y le alcanza con el mail particular? ¿Es riguroso en materia probatoria basarse en ese correo electrónico? ¿Dos entrevistas brindadas en un par de periódicos le alcanzan el magistrado y no estima pertinente que esos dichos sean ratificados por sus protagonistas ante su estrado? Quien no sea abogado podrá creer que no hay por qué ser desconfiado. Quien es juez sabe que un documento privado no tiene relevancia en el proceso si no se incorpora legalmente, con testimomiales o reconocimiento de documental. Derecho procesal I, de la Facultad de Leyes.

Por fin, el juez toma nota de dos documentos jamás presentados por Alberto Nisman en ningún proceso y rescatados de una caja de seguridad privada (dice privada) que parecen contradecir su abundante denuncia firmada de puño y letra, en plenas facultades de libertad y voluntariamente lanzadas a la maquinaria judicial. Por si hay dudas: se pretenden cotejar dos documentos jamás puestos a la luz pública con deliberación y claridad por un procurador con una larga denuncia sí hecha pública con la misma deliberación y claridad por el doctor Nisman. Es como cotejar un deseo, un devaneo intelectual con una concreción fáctica, un hecho exteriorizado.

Este es el mismo argumento que le valió a la Presidente de la Nación para lanzar desde su investidura y de su monólogo ante la Asamblea Legislativa su teoría de “Nisman versus Nisman”. Alcanzaría aquí decir que resulta impropio e indecoroso (cuanto menos) preguntarse públicamente cuál Nisman es que el vale: si el de las notas guardadas en la caja fuerte o el de la firma y presentación pública hecha ante el juez. Porque Nisman no puede contestar ni defenderse hoy por razones obvias. Porque murió.

Sin embargo, con la apelación de Pollicita la teoría presidencial del fiscal contra sí mismo cae. Se derrumba. La doctora Kirchner no tuvo frente a sí (¿no se lo contaron completo? ¿ella lo omitió?) el total de la nota que la secretaria letrada y personal de Nisman acompañó ante el juzgado de Rafecas. La doctora Soledad Castro le dijo al juez que según su criterio (el de Nisman) estos documentos aún se hallaban defasados dado que se había modificado sustancialmente su convicción respecto de un conjunto de presunciones y conclusiones contenidas en esos textos, por lo que entendía necesario corregir una vez más su letra, para que ésta plasme su entera y actual convicción. Así lo explicitó el Dr. Nisman a sus Secretarios Letrados y a quien suscribe”

El texto que la Presidente no conoció -u olvidó citar- y que el juez Rafecas ignoró (no hay dudas) dice: Nisman escribió aquellos documentos pero a mí (cuenta la doctora Castro) me dijo que estaban desfasados por las circunstancias de la firma del Memorando y que, por ende, habían sido corregidos. Ergo: los de la caja privada, carecen de valor.

Siguiendo esta lógica perversa de interpretar deseos de alguien que ya no está entre nosotros, podríamos inquirir a los que sí viven y denuncian conspiraciones: ¿La Presidente no leyó completo el escrito de la secretaria de Nisman que explica que no hubo cambio de opinión sino decisión de inclinarse por una denuncia por presunto encubrimiento ante lo ocurrido? ¿Hay una doctora Kirchner que no recibió el texto completo versus una doctora Kirchner que aún a sabiendas forzó su interpretación? ¿Y el juez? El juez que sí sabía. ¿Por qué no lo refirió en su escrito?

Aunque para ser rigurosos la única pregunta que cabe es la de saber cómo murió Alberto Nisman en el edificio Le Parc y, a 50 días, apenas hay dudas y demasiado barro político propio del egoísmo.  Para saberlo hay que investigar en la justicia, con rigurosidad siempre y sin voluntad sumaria de archivar. Respetar un fallo de un juez, siempre. Apelarlo y seguir pidiendo el derecho a saber, también.

Marcelo Tinelli: todos a sus pies

Pareció espontáneo. El conductor de Showmatch llamó por teléfono a la Presidente de la Nación, al gobernador de Buenos Aires, al jefe de Gobierno porteño y al líder de la oposición con la excusa del matrimonio de un diputado con una conocida artista.

Tinelli volvió a demostrar anoche que tiene casi todo el poder. Entendido aquí al poder como la facultad de someter a los elegidos para ejercerlo. Y Marcelo sabe usarlo cuando quiere. Para eso, atropelló con su incomparable carisma como conductor de televisión viendo que había un enorme campo fértil de superficialidad política. En el giro de media hora de show, concitó la atención de altísimos funcionarios en actividad que, de ser llamados en sus foros naturales de actuación, no serían reunidos en menos de un año. Ganó MarceloPerdió la política en serio. Y por goleada.

¿Cambia la vida institucional porque un diputado cuente los detalles (casi todos, en capítulos y con la escenografía de su imitador que lo pinta rústico y superficial) de su matrimonio en un programa de entretenimientos? ¿Estamos en default o salimos de él porque un gobernador, un jefe de la ciudad más importante del país y un jefe de la oposición estén pegados al teléfono -no hay metáfora- para esperar el llamado del padre del show business que puede hacer bailar, por ejemplo, a una enana con una ex estrella del Colón o a una vedette con problemas de sujeto, verbo y predicado? Probablemente no. Casi con seguridad, no.

Sin embargo, la ostentación de la frivolidad sin freno es todo una muestra del desprecio por la función pública. Y anoche, como en los 90, la pizza con champagne pareció servida otra vez en la mesa de los políticos. No hay achaque que pueda hacérsele a este animador. Todo lo contrario. Él trabaja de ser popular, convocante y exitoso. Y lo consigue. En este caso, un conjunto de políticos se rindió (¿con sumisión pasmosa?) a su ejercicio profesional. ¿A cambio de qué? Esa es la pregunta.

¿Qué le suma a Martín Insaurralde coquetear en cámaras con su bella novia Jésica Cirio? ¿Qué la aporta al siempre mesurado para adjetivar o sustantivar sus dichos Daniel Scioli atender el llamado de Marcelo? ¿Y al casi siempre esquivo a los medios que preguntan y repreguntan Mauricio Macri? ¿Y al jefe de la oposición -según las encuestas- Sergio Massa- que insiste en “ser distinto y previsible?  La respuesta obvia parece ser notoriedad.  “Grado de conocimiento” dicen los encuestadores.  Parece que a Insaurralde eso le viene bien, pensando que al “gran público” aún le cuesta unir su nombre con su rostro. Alto costo el de exhibir tanta intimidad en un hombre que supo ser digno e hidalgo para jamás usar polìticamente una dura enfermedad que por suerte ha superado. ¿Algo más? ¿Respeto por su función? ¿Abordaje de los temas para los que fueron elegidos? Nada.

Anoche, mientras Macri, Scioli y Massa atendían el teléfono para ser consultados sobre la fiesta de boda del ex intendente de Lomas de Zamora, el paro docente más largo de la provincia de Buenos Aires seguía en pie, en la Capital continúan sin esclarecerse los crímenes de ciclistas en pleno Belgrano y los saqueos post mundial en el Obelisco y el cambio discursivo de los que ganaron en las elecciones pasadas se mantiene como una expresión dialéctica. Por sólo mencionar algunos ejemplos. La alegría no es una tara del espíritu. Todo lo contrario. Es un don de hombres y mujeres. Y está bueno hacerla pública. Niestzche dudaba con razón de los prolijos y acartonados. Pero despuntarla desde el cargo  funcionarios en un país que timbea día a día  el derecho a la vida por la inseguridad, al futuro por la inestabilidad económica y el derecho a ser dignos por la insatisfacción de necesidades básicas de muchos, luce como una innecesaria frivolidad. Casi un gesto cholulo de responderle a Marcelo que, de no conocerlo, pudo parecer como el bastonero sádico capaz de rendir ante sus pies del entretenimiento a cuatro de los más “poderosos” de al escena pública. “Carlos lo hizo”, señores. Ya lo vimos. Y, sobre todo, sabemos cómo nos fue.

Fue atinada e inteligente la ausencia de la Presidente de la Nación, que rechazó la invitación telefónica desde su quinta de Olivos. “La señora acaba de llegar y está cenando con su familia”, dijo el edecán de turno. Traducido: “No es momento, Marcelo. Me pagan para que trabaje de Presidente en un país con un par de problemas. En mis ratos libres, por decoro con lo que pasa,  prefiero estar con mis hijos en cambio de jugar a pensar en el trencito carioca, las ligas y la torta con el anillo de una boda que está por venir”.  Porque haya sido pensado o porque haya decantado espontáneamente, fue todo un mensaje.

El interrogante final es saber si en los espectadores, en el electorado, comer una de fainá con Dom Perignon sigue siendo un menú aceptado o quedó enterrado como una vieja historia nuestra. Este cronista, no lo sabe.  Sí está seguro que, en conciencia y cualquiera sea la respuesta, el fin no justifica los medios.

Boudou y Kant, cara a cara

“Obra de tal forma que tus actos puedan ser tomados como ley universal”. Ese fue el imperativo categórico que el filosofo alemán Emanuel Kant pensó como base de sus principios morales. Lo que yo haga debe tener chances de ser imitable por el resto de mis congéneres con conciencia y convicción de ser un acto no reprochable.

Desde el “linchamiento mediático” esgrimido por el jefe de gabinete Jorge Capitanich (no queda claro en qué medio trabaja el fiscal Jorge di Lello) hasta la renuncia ipso facto exigida por Elisa Carrió, el abanico de propuestas escuchadas en las últimas 48 horas ante el pedido para que el vicepresidente sea indagado ha sido enorme.

Jurídicamente, ¿Boudou debería renunciar? La respuesta es no. En algo habrá que coincidir con el secretario coordinador cuando en su “Aló ministro” diario reclama la presunción de inocencia. Hasta ahora hay sólo un fiscal que le pide a un juez que se lo llame a indagatoria, o sea, que se le impute formalmente un delito y se le dé la chance de defenderse. Eso es la indagatoria: el acto material de defensa. Se está lejos de un procesamiento y aún más de una eventual condena.

¿Alcanzan los profusos y fundados indicios que se han mostrado desde el periodismo para configurar una acción incompatible con su función pública? Claro que no. En una República las investigaciones y sanciones se desarrollan en los tribunales. ¿Qué deberían ser más expeditivos? Claro. ¿Qué deberían tener el coraje de desarrollarse aún contra funcionarios mientras están en el poder y no cuando han caído en el olvido de sus mandatos? También. Pero siempre en la justicia. De paso: gloria y reconocimiento a Jorge Asís que desde hace años y años relató minuciosamente el caso Ciccone desde su portal de noticias aún en soledad cuando muchos otros creían que la presencia eterna de algunos gobernantes.

Políticamente, ¿debe renunciar? Aquí el análisis es otro y bien distinto. La pregunta hay que hacérsela fundamentalmente a quien propició su llegada a la vicepresidencia. Fue Cristina Kirchner quien lo ungió con su exclusiva mano como su compañero de fórmula exagerando hasta el suspenso la decisión entre él, Daniel Filmus y Carlos Tomada que compartieron la terna de los postulados, también, por ella misma. ¿Le molesta a la primera mandataria este pedido judicial con el primer hombre en la historia constitucional argentina que desempeñando ese cargo puede verse sometido a investigación penal? Linchamiento mediático fue el texto del jefe de gabinete que luce como acuñado en la residencia de Olivos más que en el despacho ministerial.

¿Y qué alternativas tiene Boudou? Tiene la opción de abroquelarse en la formalidad de la ley y ganar tiempo o reflexionar a la luz del filósofo alemán. Aquí, puede plantearse si su actitud puede ser utilizada como ley universal. O, al menos, como ley en la política argentina. ¿Ayuda a mejorar la calidad institucional, emblema programático de la gestión de Cristina Kirchner cuando ganó en su primer turno electoral, que pesen sobre él sospechas fundadas de un ilícito grave en un cargo público? No hay reproche jurídico sobre su inocencia. Al menos, todavía. ¿Pesa en algo el imperativo moral para la política argentina?

Algunos podrán decir que, por sólo citar un ejemplo, Mauricio Macri está procesado (aquí sí con sospecha fundada) por haber cometido un ilícito con las escuchas ilegales y se mantiene en su cargo. También es cierto. Para esto no hace falta recurrir a Kant y alcanza con citar al refranero popular. Mal de muchos sigue siendo aún consuelo de tontos.

Lorenzetti, un juez que no sólo habla por sus sentencias

El Centro de Información judicial (CIJ) y la Universidad de San Andrés realizaron ayer una jornada de discusión sobre Justicia y medios de comunicación. La directora del CIJ, María Bourdin, Magdalena Ruiz Guiñazú y el profesor Eduardo Zimmerman fueron los expositores. Sin embargo, la presencia del Presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, fue el gran atractivo de la tarde. Me tocó moderar ese encuentro pensado con participación abierta y gratuita en el auditorio. Reitero. Abierta y libre para quienes manifestaran interés previo. 

A las 18,15, cuando íbamos a dar comienzo a la charla, el abogado Nicolás Rodríguez Saa irrumpió a viva voz acusando al juez de participar de un evento que, según él, era organizado por el grupo Clarín. “Me da vergüenza que usted esté aquí”, le gritó el profesional al doctor Lorenzetti. Después de algunos segundos, logramos calmarlo y las disertaciones fluyeron sin ningún otro inconveniente. Vale la pena aclarar que el multimedios tiene un convenio para una maestría con la Universidad pero que en la charla estaba totalmente ajeno. O sea, nada que ver. 

Ricardo Lorenzetti es el vértice más alto de la cúspide de un poder del Estado. Él en la justicia, Cristina Fernández de Kirchner en el Ejecutivo y Amado Boudou y Julián Domínguez en sus respectivas Cámaras legislativas completan el elenco de máximas autoridades. No creo cometer ninguna infidencia si digo que en el momento de los gritos de Rodríguez Saa el juez supremo me susurró por la bajo: “No hay problema, déjelo que se exprese. Tiene derecho. ¿Quién no ha gritado un poco en una asamblea o en una reunión?” Tampoco violo ningún secreto profesional si menciono que la siempre inteligente y talentosa María Bourdín nos había propuesto limitar las preguntas finales a los panelistas por razones de tiempo y que el propio Lorenzetti propuso extender el encuentro hasta que se agotaran las consultas sin importar lo que se preguntaba. Es más: ni quiso saber de antemano el temario. 

Podrá parecer un ejercicio normal el que un funcionario público, aún del rango de un ministro de la Corte, acepte ir a un auditorio público, conceda preguntas a los asistentes sin más requisito que estar allí sentados y responda sin prejuicios ideológicos o de su cargo. Pero no lo es. Y por eso, hay que remarcarlo ¿Alguien imagina a Amado Boudou en una charla semejante? Y, por qué no, ¿a la misma Presidente de la Nación yendo a cualquier seminario abierto al público y a las preguntas? Difícil, al menos en tierra argentina y con público nacional. 

“Hay jueces con paradigmas conservadores y progresistas. Nadie es neutral cuando falla y mucho menos aséptico. Pero en todos los casos hay que argumentar el porqué de nuestras sentencias. Y hay que explicarlas. A los abogados, fundamentando en términos técnicos. Y al público, de modo que se entienda”, dijo el Presidente de la Corte. ¿Tomarán nota algunos jueces y, especialmente, algunos fiscales que se refugian en el adagio monárquico de sólo hablar por sus sentencias? 

“No hay porqué sentirse ofendidos si los periodistas nos critican y por eso, no hay que evitar el contacto con ellos. Es cierto que 4 años es mucho tiempo pero estamos trabajando en profundidad y con seriedad sobre el caso de la ley de medios”, agregó en otro tramo sobre el tan meneado conflicto con el Grupo Clarín.  

Sin embargo, el momento de mayor profundidad se sintió cuando Ricardo Lorenzetti dijo que el único modo de rebatir un argumento es con otro argumento. “Mucho daño nos hemos hecho en la Argentina siendo militantes de verdades parciales que despreciaron la opinión de los otros. Y con mucha violencia”. “Hay que explicar, argumentar, en suma, hablar y escuchar”, insistió. 

Hablar y escuchar. Toda una revolución para muchos que creen que el poder es apenas declamar en forma de monólogo sin margen para contra argumentar. Para muchos que creen que disentir es la patria de los enemigos. Incluso para el abogado Rodríguez Saá que, nobleza obliga, al terminar la charla se disculpó con este moderador en forma personal por su interrupción. 

Rara tarde la de este crispado septiembre en donde un argumento pesó más que un grito y la exposición de ideas contrapuestas, más que un único relato. Mérito de los asistentes, de los convocantes y de los que, desde un cargo público, de servidores públicos de altísima jerarquía, honran el deber constitucional de dar cuenta de sus actos y entienden con sentido amplio lo que es peticionar a las autoridades como quiere el espíritu de la ley de 1853. Pura democracia.

Ayer la voté, hoy decepciona

“Pero lo cierto que ella es Isabel Perón. ¿Qué es Isabel Perón? Isabel Perón fue una persona abandonada por los distintos sectores del PJ que pugnaban entre ellos. Fue una mujer abandonada (por el PJ) y por el sindicalismo.”

Voté a Elisa Carrió como candidata a Presidente dos veces. En 2003 y 2007. Mi admiración intelectual es mucho más vieja. Creo que nace de haber asistido a una jornada de normativa constitucional cuando estudiaba en la Facultad  y ver cómo una joven e impetuosa docente del Chaco sacudía con argumentos deslumbrantes a la mesa de expositores compuesta por los más calificados especialistas en derecho público. Dijo algo así: “El derecho es un conjunto básico de normas morales hecho ley que pone una divisoria entre los republicanos y los autoritarios”.  Y lo hizo sentada frente a los que aún debatían sobre la legalidad del Estatuto del Proceso de reorganización nacional.

Después fue su llegada a la política de la mano de Raúl Alfonsín, a quien no le perdonó el pacto de Olivos con Carlos de Anillaco. Entonces, Carrió se agigantó para muchos. Sin importarle su aspecto físico, embistió contra el menemismo mientras la mayoría disfrutaba del uno a uno celebrado con pizza con champagne. El fin de esa década de los ’90 la encontró con Fernando de la Rúa. Recuerdo la campaña por los canales de televisión: de un lado del candidato de la Alianza Lilita y del otro, Luis Brandoni, apuntalando al apenas dicente que aspiraba (e iba a ganar) a la Presidencia de la Nación. Y también sobrevino su ruptura con la UCR. El resto es historia reciente.

No conozco a muchos dirigentes con la ilustración de Elisa Carrió. Pocos pueden, por ejemplo, citar a la Escuela de Frankfurt y observarla desde el cristal del día a día argentino. Casi ninguno sabría debatir a la luz del derecho comparado y fundamentar lo que se dice. Escasos, escasísimos, protagonistas de la política nacional pueden demostrar que esa actividad no los enriqueció y que ningún acto de corrupción los salpica.

¿Y entonces? Que comparar a Cristina Kirchner con Isabel Perón es inadmisible para cualquiera que haya vivido o leído la historia argentina. El encomillado inicial de esta crónica pertenece a la diputada chaqueña. Si lo hace una dirigente como la Elisa Carrió, es de una provocación casi lindante con el desprecio por la república. Que preocupa. Y, esencialmente, decepciona. Raro modo de hacer política.

Fue una enorme decepción que en una entrevista que concedió ayer a Jorge Lanata, Lilita usase esa comparación. Es sugestivo escuchar que a la primera frase le sigue un silencio como de reflexión. Y que, no obstante eso, insista. ¿Hace falta justificar que no hay la menor chance de analogía? ¿Hay que explicar que la esposa del tres veces Presidente llegó a acompañarlo en la fórmula por mero parentesco y una enorme desconfianza, violencia y división de la época? ¿Hay que invocar la limitación intelectual de María Estela Martínez o recordar a López Rega, la triple A y el clima de los 70?

Hacer historia contrafáctica es un incomprobable ejercicio intelectual sin más valor que de una chicana, generalmente de mala fe. “Si Evita viviera”, colmó el cliché y los lugares comunes de este estilo. ¿Hay necesidad en estos tiempos de recurrir a una protagonista previa de la historia negra de 1976 para hacer oposición política?

La década kirchnerista dejará en sus saldos negativos una altísima dosis de corrupción en el manejo de los dineros públicos. Computará una peor consecuencia de impunidad para investigarla y una militancia dogmática de muchos personajes que se dicen oficialistas y ostentan con impudicia el desprecio por el derecho. Habrá que reconstruir el principio de control de los actos de gobierno, su publicidad y el apego a la ley y no a las autoritarias mentes supuestamente iluminadas.

Pero para que eso sea juzgado por la historia hace falta república y mucho respeto personal. No hay por qué traer a agosto del 2013 a Isabel Perón. No hace falta.  No es necesario, si hay buena fe, azuzar el fantasma nefasto de una pobre mujer de la historia argentina que sirvió de gatillo para una noche larga de 7 años de duración. Ni aun frente a un gobierno poco amigo del respeto por las normas. Salvo que se trate, por quien lo dice, de querer comerse al caníbal.