La idea original es del capo del licenciado Gabriel Rolón. Postulado: si se reducen las calles para los automóviles particulares y se incentiva el uso del transporte público para que no usemos los coches, rebájennos la cuota de la patente. Y no está mal.
Pensemos. El aforo o cuota de dominio automotor es un impuesto. Su pago no implica, directamente, la prestación de un servicio como, por ejemplo, ocurre con la luz, el gas o el teléfono. Uno paga la patente por el mero caso de tener un auto (hecho imponible) y el Estado (en este caso, la ciudad) le garantiza la libre circulación por todas sus calles. Si se reducen los carriles o zonas de tránsito de vehículos particulares, ya que se “peatonaliza” el microcentro o se incrementa el carril exclusivo del Metrobús, sería lógico que ese tributo que se paga por la circulación, ahora acotada, se reduzca proporcionalmente. Eso dice Rolón con la misma convicción con que sostiene que el análisis ayuda a entender la verdad de la existencia de uno.