Por: Luis Novaresio
La idea original es del capo del licenciado Gabriel Rolón. Postulado: si se reducen las calles para los automóviles particulares y se incentiva el uso del transporte público para que no usemos los coches, rebájennos la cuota de la patente. Y no está mal.
Pensemos. El aforo o cuota de dominio automotor es un impuesto. Su pago no implica, directamente, la prestación de un servicio como, por ejemplo, ocurre con la luz, el gas o el teléfono. Uno paga la patente por el mero caso de tener un auto (hecho imponible) y el Estado (en este caso, la ciudad) le garantiza la libre circulación por todas sus calles. Si se reducen los carriles o zonas de tránsito de vehículos particulares, ya que se “peatonaliza” el microcentro o se incrementa el carril exclusivo del Metrobús, sería lógico que ese tributo que se paga por la circulación, ahora acotada, se reduzca proporcionalmente. Eso dice Rolón con la misma convicción con que sostiene que el análisis ayuda a entender la verdad de la existencia de uno.
En lo personal, agrego: en todas las megalópolis del planeta se tiende a incentivar el uso del transporte público y se sanciona fuertemente al que ingresa a las zonas centrales yendo solo su coche (el ejemplo más duro es Londres) sin que hasta ahora haya resultados altamente exitosos. ¿Por qué no probar aquí con incentivar en cambio de castigar?
Si usted, mi estimado conductor de las calles porteñas, se compromete a no ingresar nunca con su coche en el radio de las calles centrales de Buenos Aires, se le hará un descuento del 10% de su aforo. Si viola esa prohibición y lo detectamos con una cámara o con un inspector, pagará el doble de patente. ¿No sirve esta idea para empezar a pensar algún método alternativo de mejorar la convivencia urbana?
Ya se sabe que hoy día los automovilistas somos los parias del tránsito porteño. Despreciados, casi como los fumadores cuando la ley antitabaco pintó una cruz amarilla en los portadores de cigarrillos (conste que jamás fumé). Bienvenido el Metrobús si mejora el traslado de los miles y miles de pasajeros que por escala infinita superan a los que vamos en autos. Apoyemos este ensayo. Bienvenidas las mejoras (pocas) de los subterráneos, medio más lógico, amable y eficiente para viajar. Defendamos por ecológicas y saludables las bicisendas aunque estén pobladas por los nuevos fachos del tránsito porteño, los mismos que no respetan ningún código de tránsito, luz roja, precedencia o senda peatonal. Ya aprenderán y devolverán ese cetro del autoritarismo a las madres con cochecitos que interponen a sus críos en las canastas con ruedas en los cruces de calles exigiendo “ipso facto” pasar antes que todos, incluso ambulancias o carros de bomberos.
Ojalá mejoremos el maltrato que nos dispensamos en las calles a la hora de llegar a donde sea, en el menor tiempo posible y a como dé lugar. Quizá sea hora de ser coherentes y dejar de festejar, por un lado, que vendemos no sé cuántos autos por hora mientras nos quejamos por el otro porque a esos mismos coches, ¡qué ocurrencia!, se les da por circular por las calles. Como todo cuerpo ocupa un lugar en el espacio, según se sostiene desde Newton sin que ni las PASO haya modificado este principio, premiemos al automovilista que cede el suyo al Metrobús o a las bicicletas con una rebaja del impuesto que paga por algo que cada vez puede usar menos. Y si no los convence, hablen con Rolón.