Cutzarida: Perdón por pedirte perdón

Hace 20 días firmé en esta misma columna un pedido de disculpas al actor Ivo Cutzarida. Apenas había irrumpido en los medios con un discurso de supuesta “mano dura” para con los delincuentes en general y con el motochorro “Conejo” Aguirre en particular. Sentí que yo era intolerante con alguien que planteaba un sentir masificado en la sociedad. Fui crédulo, por decirlo suavemente. Hoy, quiero retirar ese pedido y avergonzarme por mis disculpas.

Cutzarida ahora se abraza con el ladrón. Que, de paso, sigue libre sin que siquiera la jueza  Susana Castañeda, o quien resulte competente, considere que merece una declaración en su despacho por presunta apología del delito, por haber hecho desaparecer el arma con la que intentó robar (¿eso no es obstaculizar el accionar de la justicia que amerita la pérdida de la libertad en el proceso?), por pavonearse en la tele jugando a justificar el delito. Ivo, a ese personaje, lo abraza. Le lee, con triste tono de recitador precario, el Martín Fierro y lo absuelve autoproclamándose como una especie de pastor ecuménico, líder de una secta cholula devota de la notoriedad a cualquier precio. Cutzarida, por si alguna duda cabe, se saca fotos con el chorro. Con eso alcanzaría para retirar el pedido de disculpas. Y sin embargo, hay más.

motivo

No me excuso por mis excusas por ese abrazo fotografiado. ¿Quién sería yo por criticar ese encuentro? ¿Me parece mal? Me parece una vergüenza. La publicidad de esa foto es legalizar lo ilegal. La piedad es una acto que reclama privacidad. Pero, por ahora, la vergüenza individual si no afecta el derecho de un tercero queda reservada a la esfera de la conciencia de cada uno.

Me excuso por haber creído que este actor revivido a la notoriedad era algo distinto al pensamiento demagógico que impera en la mayoría de la política que desea, apenas, un par de votos  más a costa de cualquier tema. Cutzarida no busca votos (creo, aunque…). Busca, en el mejor de los caso, vender alguna entrada más en su teatro o satisfacer su narcisismo mediático en base a un motochorro. Y eso, apena.

No sólo la política  no reaccionó frente a este caso que es la representación de tantos. No lo hizo tampoco la Justicia. Como agregado, un actor que pareció interpretar el sentir de muchos, se subió a la demagogia de aparentar un pequeño cambio para no modificar nada. Descreo que Cutzarida sepa quién fue el marqués de Lampedusa. Quizá le vendría bien asomarse a ese texto y entender que se nota mucho cuando uno cree que cualquier fin valioso justifica un medio mezquino.

La inseguridad es una preocupación crítica que amerita el respeto por las víctimas, por sus familiares y por todos los que seguimos reclamando que desde las instituciones asuman el problema. Las instituciones. Y no un actor de escasos recursos que aprovechó sus quince minutos de fama, su cuarto de hora de una tele que tampoco repara en límites, para jugar a su notoriedad personal. Cutzarida usó un medio fenomenal para amparar su fin chiquito, chiquito. Retiro mis disculpas. Y todo esto sin contar, como dice mi compañero de radio Oscar González Oro, que Cutzarida aburre con tanta perorata televisiva. El “Negro” dice que tiene colmada cierta parte de su anatomía. Nos pasa a más de cuatro.

Cutzarida, te pido disculpas

Acabo de entrevistar al actor Ivo Cutzarida en Infobae TV. Por casi media hora. Empiezo por donde debe ser: le pido disculpas.

Con sinceridad y de corazón. No por lo que piensa  respecto de cómo abordar el tema de la seguridad. Porque, en mucho, no lo comparto. Sino por haberlo prejuzgado. Por haberlo “condenado” con mi opinión pública sin antes escucharlo como hice en esta entrevista.

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Marcelo Tinelli: todos a sus pies

Pareció espontáneo. El conductor de Showmatch llamó por teléfono a la Presidente de la Nación, al gobernador de Buenos Aires, al jefe de Gobierno porteño y al líder de la oposición con la excusa del matrimonio de un diputado con una conocida artista.

Tinelli volvió a demostrar anoche que tiene casi todo el poder. Entendido aquí al poder como la facultad de someter a los elegidos para ejercerlo. Y Marcelo sabe usarlo cuando quiere. Para eso, atropelló con su incomparable carisma como conductor de televisión viendo que había un enorme campo fértil de superficialidad política. En el giro de media hora de show, concitó la atención de altísimos funcionarios en actividad que, de ser llamados en sus foros naturales de actuación, no serían reunidos en menos de un año. Ganó MarceloPerdió la política en serio. Y por goleada.

¿Cambia la vida institucional porque un diputado cuente los detalles (casi todos, en capítulos y con la escenografía de su imitador que lo pinta rústico y superficial) de su matrimonio en un programa de entretenimientos? ¿Estamos en default o salimos de él porque un gobernador, un jefe de la ciudad más importante del país y un jefe de la oposición estén pegados al teléfono -no hay metáfora- para esperar el llamado del padre del show business que puede hacer bailar, por ejemplo, a una enana con una ex estrella del Colón o a una vedette con problemas de sujeto, verbo y predicado? Probablemente no. Casi con seguridad, no.

Sin embargo, la ostentación de la frivolidad sin freno es todo una muestra del desprecio por la función pública. Y anoche, como en los 90, la pizza con champagne pareció servida otra vez en la mesa de los políticos. No hay achaque que pueda hacérsele a este animador. Todo lo contrario. Él trabaja de ser popular, convocante y exitoso. Y lo consigue. En este caso, un conjunto de políticos se rindió (¿con sumisión pasmosa?) a su ejercicio profesional. ¿A cambio de qué? Esa es la pregunta.

¿Qué le suma a Martín Insaurralde coquetear en cámaras con su bella novia Jésica Cirio? ¿Qué la aporta al siempre mesurado para adjetivar o sustantivar sus dichos Daniel Scioli atender el llamado de Marcelo? ¿Y al casi siempre esquivo a los medios que preguntan y repreguntan Mauricio Macri? ¿Y al jefe de la oposición -según las encuestas- Sergio Massa- que insiste en “ser distinto y previsible?  La respuesta obvia parece ser notoriedad.  “Grado de conocimiento” dicen los encuestadores.  Parece que a Insaurralde eso le viene bien, pensando que al “gran público” aún le cuesta unir su nombre con su rostro. Alto costo el de exhibir tanta intimidad en un hombre que supo ser digno e hidalgo para jamás usar polìticamente una dura enfermedad que por suerte ha superado. ¿Algo más? ¿Respeto por su función? ¿Abordaje de los temas para los que fueron elegidos? Nada.

Anoche, mientras Macri, Scioli y Massa atendían el teléfono para ser consultados sobre la fiesta de boda del ex intendente de Lomas de Zamora, el paro docente más largo de la provincia de Buenos Aires seguía en pie, en la Capital continúan sin esclarecerse los crímenes de ciclistas en pleno Belgrano y los saqueos post mundial en el Obelisco y el cambio discursivo de los que ganaron en las elecciones pasadas se mantiene como una expresión dialéctica. Por sólo mencionar algunos ejemplos. La alegría no es una tara del espíritu. Todo lo contrario. Es un don de hombres y mujeres. Y está bueno hacerla pública. Niestzche dudaba con razón de los prolijos y acartonados. Pero despuntarla desde el cargo  funcionarios en un país que timbea día a día  el derecho a la vida por la inseguridad, al futuro por la inestabilidad económica y el derecho a ser dignos por la insatisfacción de necesidades básicas de muchos, luce como una innecesaria frivolidad. Casi un gesto cholulo de responderle a Marcelo que, de no conocerlo, pudo parecer como el bastonero sádico capaz de rendir ante sus pies del entretenimiento a cuatro de los más “poderosos” de al escena pública. “Carlos lo hizo”, señores. Ya lo vimos. Y, sobre todo, sabemos cómo nos fue.

Fue atinada e inteligente la ausencia de la Presidente de la Nación, que rechazó la invitación telefónica desde su quinta de Olivos. “La señora acaba de llegar y está cenando con su familia”, dijo el edecán de turno. Traducido: “No es momento, Marcelo. Me pagan para que trabaje de Presidente en un país con un par de problemas. En mis ratos libres, por decoro con lo que pasa,  prefiero estar con mis hijos en cambio de jugar a pensar en el trencito carioca, las ligas y la torta con el anillo de una boda que está por venir”.  Porque haya sido pensado o porque haya decantado espontáneamente, fue todo un mensaje.

El interrogante final es saber si en los espectadores, en el electorado, comer una de fainá con Dom Perignon sigue siendo un menú aceptado o quedó enterrado como una vieja historia nuestra. Este cronista, no lo sabe.  Sí está seguro que, en conciencia y cualquiera sea la respuesta, el fin no justifica los medios.

Charlotte Caniggia, candidata en las PASO

Se ve que nos toca una campaña electoral de política líquida. Si no, no se explica.

El polaco Zygmunt Bauman explicó que el amor de la postmodernidad se caracterizaba por la fragilidad de los vínculos humanos caracterizada por la falta de solidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreos y con menor compromiso. Eso era en el amor líquido. Pero bien se aplica ahora a lo que se está escuchando de cara a las primarias del 11 de agosto.

Candidatos con altas aspiraciones (hasta de ser presidente) que sólo conceden entrevistas en donde se destaque su árbol genealógico de abuelos carpinteros o en donde se ponderen los esfuerzos que supuso pasar un tratamiento duro de una enfermedad con amenaza de terminal. Funcionarios que creen que cebar mate es marca de gestión o líderes que se ven simpáticos en guerra de sifonazos. Casi pastores evangélicos caricaturizados que propulsan la concordia universal, el no enfrentamiento y, ni qué hablar, rehuyen al debate cara a cara con los defensores de las repregunta o del oponente que piensa distinto. Y el reproche no es a los entrevistadores. Todo lo contrario. Ellos hacen su trabajo con carisma, talento y según su interés. Se trata de que los entrevistados sólo quieran ofrecer ese costado. De política, cero. Etéreos, como dice Bauman.

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