Por: Luis Novaresio
Se ve que nos toca una campaña electoral de política líquida. Si no, no se explica.
El polaco Zygmunt Bauman explicó que el amor de la postmodernidad se caracterizaba por la fragilidad de los vínculos humanos caracterizada por la falta de solidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreos y con menor compromiso. Eso era en el amor líquido. Pero bien se aplica ahora a lo que se está escuchando de cara a las primarias del 11 de agosto.
Candidatos con altas aspiraciones (hasta de ser presidente) que sólo conceden entrevistas en donde se destaque su árbol genealógico de abuelos carpinteros o en donde se ponderen los esfuerzos que supuso pasar un tratamiento duro de una enfermedad con amenaza de terminal. Funcionarios que creen que cebar mate es marca de gestión o líderes que se ven simpáticos en guerra de sifonazos. Casi pastores evangélicos caricaturizados que propulsan la concordia universal, el no enfrentamiento y, ni qué hablar, rehuyen al debate cara a cara con los defensores de las repregunta o del oponente que piensa distinto. Y el reproche no es a los entrevistadores. Todo lo contrario. Ellos hacen su trabajo con carisma, talento y según su interés. Se trata de que los entrevistados sólo quieran ofrecer ese costado. De política, cero. Etéreos, como dice Bauman.
Esa es la política líquida que bien podría llevar como slogan las dos o tres frases unimembres que supo haber pronunciado la modelo (sic) Charlotte Caniggia en su estelar paso por los medios: “Y no sé”, es una. “Y quizá”, la otra. Hablan como Charlotte, muchachos.
Las encuestas de todos los sectores, oficialistas, críticas al gobierno y las verdaderas científicas (cuesta encontrar estas últimas, pero las hay) coinciden en que las tres prioridades de los votantes argentinos son: inseguridad, preocupación económica y temor a la inestabilidad laboral. ¿Alguien sabe qué opinan los líderes en intención de voto sobre estos tópicos? ¿Están a favor o en contra de los regímenes de libertades anticipadas, excarcelaciones y cumplimiento de pena en materia delictual? Los que esperan sentarse en bancas de diputados y senadores nacionales, ¿tienen posición tomada sobre el sistema de cambio monetario o sobre la actual ley de contrato de trabajo? Son apenas un par de ejemplos.
Es cierto que las generalizaciones son injustas. Algunos se resisten a ser los hijos del gran “Pájaro”, crack en las chanchas de fútbol. Pero basta ver en el distrito más poblado de nuestro país, en donde se deciden 4 de cada 10 votos, la ausencia del ejercicio político elemental que es dar cuenta de sus actos y proyectos.
Los programas periodísticos, especialmente en radio y tele, fatigan para que las cabezas de lista del peronismo se sienten a soportar preguntas y repreguntas argumentando posiciones. “No es el momento de debatir”, dicen sin ponerse colorados. Da pena escuchar a algunos secretarios de prensa de los candidatos que siguen con una desesperación propia de los gerentes de programación de televisión el minuto a minuto del rating creyendo que un punto más de audiencia hace creíbles a sus asesorados o, peor, aptos para el cargo. El rating demuestra esencialmente un atractivo estético en las formas y es tan lábil como lo que le tome a un dedo de la mano llegar hasta el próximo botón del control remoto. La capacidad, la proyección política es otra cosa. No se mide en un número efímero sino en un conocimiento de base.
Tanta política líquida permite que nadie sepa controvertir un argumento cierto pero penoso sostenido por un fiscal de la Nación que hoy puede decir que no es difícil profugarse de la justicia por unos meses. Por años, es más complicado. ¡Menos mal! Pero meses, se puede y Ricardo Jaime agradece. O que una acusación de una madre de un organismo indiscutido a la hora de defender los derechos humanos no detenga (al menos ¡detenga!) un nombramiento en las fuerzas armadas con tanta salpicadura fundada de hechos ilícitos patrimoniales o de lesa humanidad.
“Y no sé”. “Y quizá”. Se escucha muy seguido en los foros de no debate de la política de campaña de las PASO, cada vez más parecidos a la paradisíaca isla del Atlántico en donde vedettes y aspirantes posan para una revista en bellas fotos pero sin pronunciar una palabra que valga la pena.