Se ve que nos toca una campaña electoral de política líquida. Si no, no se explica.
El polaco Zygmunt Bauman explicó que el amor de la postmodernidad se caracterizaba por la fragilidad de los vínculos humanos caracterizada por la falta de solidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreos y con menor compromiso. Eso era en el amor líquido. Pero bien se aplica ahora a lo que se está escuchando de cara a las primarias del 11 de agosto.
Candidatos con altas aspiraciones (hasta de ser presidente) que sólo conceden entrevistas en donde se destaque su árbol genealógico de abuelos carpinteros o en donde se ponderen los esfuerzos que supuso pasar un tratamiento duro de una enfermedad con amenaza de terminal. Funcionarios que creen que cebar mate es marca de gestión o líderes que se ven simpáticos en guerra de sifonazos. Casi pastores evangélicos caricaturizados que propulsan la concordia universal, el no enfrentamiento y, ni qué hablar, rehuyen al debate cara a cara con los defensores de las repregunta o del oponente que piensa distinto. Y el reproche no es a los entrevistadores. Todo lo contrario. Ellos hacen su trabajo con carisma, talento y según su interés. Se trata de que los entrevistados sólo quieran ofrecer ese costado. De política, cero. Etéreos, como dice Bauman.