Las interpretaciones de la política son opinables. Las aritméticas, no.
Casi 7 de cada 10 votos en todo el país le dijeron no al kirchnerismo. En algunos casos, le dieron vuelta la espalda con deliberada intención de infligir dolor optando por las listas que aparecieron (hasta ahora solamente) para desafiar el poder que hasta el 2011 parecía invulnerable. Bastó que se propusieran antikirchernistas para que cosecharan votos. El Frente renovador de Buenos Aires tiene fecha de nacimiento hace apenas cuatro meses. Descalabró la hegemonía del oficialismo sin poder vislumbrarse hasta este momento si el impacto no llega a minar las aspiraciones futuras de muchos habitantes de la Casa de Gobierno de la Plata. Y hay más: en Santa Fe, sumados los socialistas y el PRO, el “no” se elevó a 8 sobre 10. En Mendoza, la derrota para el FPV fue 7 a 3 a manos de los opositores. En Córdoba y Capital Federal, más de 8 a 2. Aritméticas puras.
“No pasa nada”, arguyó Juliana Di Tullio, la todavía jefa del bloque oficialista de la Cámara de Diputados. Fue sobria si se la compara con el discurso del vicepresidente de la Nación que comandó anoche un acto electoral de cierre de comicios en el que pretendía consagrar con inusitada ampulosidad una inexistente victoria. Apelar a mayorías en las Cámaras, basadas en los legisladores obtenidos hace dos años no sometidos a elección y así disimular el resultado de ayer fue un recurso demasiado obvio como el tono festivo del orador. ¿No pasó nada? ¿En serio creen que les creemos?