Antes que nada quiero reconocer que valoro la acción de dedicarle tiempo personal a los asuntos políticos. Más allá de las ideas que se defiendan, la preocupación por la cosa pública siempre me pareció respetable.
Durante los últimos años se ha sobredimensionado la participación juvenil en los grupos kirchneristas. Parte del relato indicaba que por primera vez en muchos años grandes masas militantes abrazaban la causa “nacional y popular” oficialista. Si bien la última versión del peronismo ha despertado entre muchos jóvenes más popularidad que los últimos gobiernos, el mito de La Cámpora estuvo siempre más relacionado a miles de contratos estatales que sirvieron como nodo para los coordinadores de grupos juveniles. Sin el uso de los recursos fiscales nada del despliegue al que nos acostumbró el kirchnerismo hubiese sido posible.
Desde el resultado de la primera vuelta algo cambió. Mucha gente, no necesariamente vinculada con los beneficios del Estado, ha decidido hacer todo lo posible para advertir a cuanta gente pueda, de la catástrofe que significaría un eventual gobierno de Mauricio Macri. Si bien son varios los que se suben a los trenes o se encuentran en las esquinas predicando el manual del buen sciolista, que se actualiza a diario entre continuidad y renovación, es evidente que son muchos más los que dejan cartas debajo de las puertas o pegan artículos en los ascensores, como creyentes religiosos que suplican la salvación antes del fin del mundo. Uno de ellos es mi vecino K. Continuar leyendo