En la política, lamentablemente, la comunicación es tan importante como los hechos en sí mismos. La realidad termina siendo formada por la percepción, la interpretación y la conclusión de los hechos en las mentes de las mayorías, o de las minorías militantes que imponen su visión, o de las elites influyentes. Pero muchas veces existen distancias abismales entre los hechos (probablemente el término “fact”, en inglés, sea más preciso para describir esto) y las conclusiones generales que logran imponerse.
Una de las manifestaciones más aberrantes de la historia en este sentido fue la página escrita por el nacionalsocialismo que responsabilizó, entre otras cosas, a los judíos por la hiperinflación que aquejaba a los trabajadores alemanes por esos días.
Recientemente, y en nuestra historia, claro que salvando las distancias con la tragedia más grande del siglo XX, la crisis del 2001 manifestó en la interpretación mayoritaria (situación también fogoneada por ciertos intereses corporativos) un análisis erróneo que requirió soluciones equívocas. Continuar leyendo