En la política, lamentablemente, la comunicación es tan importante como los hechos en sí mismos. La realidad termina siendo formada por la percepción, la interpretación y la conclusión de los hechos en las mentes de las mayorías, o de las minorías militantes que imponen su visión, o de las elites influyentes. Pero muchas veces existen distancias abismales entre los hechos (probablemente el término “fact”, en inglés, sea más preciso para describir esto) y las conclusiones generales que logran imponerse.
Una de las manifestaciones más aberrantes de la historia en este sentido fue la página escrita por el nacionalsocialismo que responsabilizó, entre otras cosas, a los judíos por la hiperinflación que aquejaba a los trabajadores alemanes por esos días.
Recientemente, y en nuestra historia, claro que salvando las distancias con la tragedia más grande del siglo XX, la crisis del 2001 manifestó en la interpretación mayoritaria (situación también fogoneada por ciertos intereses corporativos) un análisis erróneo que requirió soluciones equívocas.
Si bien era cierto que la causa estaba relacionada con la herencia del Gobierno de Carlos Menem, se responsabilizó a la convertibilidad, se olvidó el déficit fiscal paleado con endeudamiento y se demonizó al proceso privatizador en general, mientras el problema muchas veces radicaba en la continuidad de los monopolios, que pasaron del Estado al sector privado. Es por esto que, en cierta manera, muchos errores de la década del noventa se repitieron con los Kirchner. Ejemplos de esto fueron el déficit fiscal que continuó, pero explotando por emisión monetaria y Aerolíneas Argentinas Nac and Pop fracasando como su antecesora privada.
Por estos motivos es tan importante tanto el debate sobre las políticas aplicadas como la lucha electoral para conseguir el poder e implementar las medidas en cuestión.
Esto es algo que Mauricio Macri debe comprender si desea que su gestión sea exitosa y Argentina no vuelva a caer ante el populismo demagogo. No alcanza con un ministro explicando una medida. Hace falta mucho más. En este sentido, el kirchnerismo fue muy hábil con sus comunicadores, que lograron convencer que dos más dos podía no ser cuatro, la interesante cuadratura del círculo y la subjetividad de cualquier asunto objetivo. Ese ejército comunicacional no ha claudicado, y como antes devaluaban y decían que no lo hacían, ahora culpan al Gobierno que tiene que arreglar el desastre que le dejan.
Con la impunidad acostumbrada, apenas concluyó el anuncio económico sobre el final del cepo, el kirchnerismo en su conjunto salió a recalcar la “devaluación de Macri, que perjudica a los asalariados”. Cabe destacar que soy un ferviente defensor de la libertad de expresión; lo que me preocupa es que haya una cantidad importante de personas dispuestas a tragarse el engaño. Por eso, hay que contestar.
Lo que primero hay que aclarar es que nada de esto tiene que ver con el dólar, por más raro que suene. El problema es el peso. El valor de la moneda norteamericana no hace otra cosa que medir la destrucción de la moneda nacional, de la misma moneda que el termómetro mide la fiebre. El kirchnerismo ha gobernado destruyendo termómetros y mintiendo sobre la realidad. La falsificación de los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) manifiesta que durante los últimos años el Gobierno argentino se dedicó a la mentira como política de Estado.
Al asumir el Gobierno de Néstor Kirchner, se necesitaban 3,08 pesos para adquirir un dólar. Esto se podía hacer libremente en cualquier banco o casa de cambio, como en cualquier lugar del mundo, salvo en países como Venezuela, donde el control de cambios siguió con expropiaciones y el inevitable desabastecimiento de bienes indispensables. La emisión monetaria para financiar el déficit devaluó el peso; lo llevó a 4,24 pesos al momento de inaugurar el cepo, que empezó con un blue de 4,49 pesos.
Durante los últimos cinco años, según datos del Instituto para el Desarrollo Social Argentino, se han emitido más de 230 millones de pesos diarios. Entre junio y julio de este año, cuando dejaron de brindar ciertos datos desde el Banco Central, se volcaron a circulación 295 millones de nuevos billetes de 100 pesos. El incremento en la emisión monetaria, que giró alrededor del 40% anual, le dejaron al Gobierno de Mauricio Macri un “dólar convertibilidad” por encima de los 20 pesos.
Lo cierto es que luego del anuncio del equipo económico sobre la unificación del tipo de cambio, Argentina vivió por primera vez en mucho tiempo la primera revalorización del peso y se dejó atrás la dilapidación diaria de reservas para mantener en lo posible los distintos tipos de cambios.
De nunca haber ido por este camino, el valor de la moneda nacional sería otro. De haberse abandonado antes este sendero, hoy se necesitarían menos pesos para adquirir tanto un dólar, como un kilo de pan u otro bien en la economía. Pero lo que tenemos que destacar es que de haberse demorado más, peor sería la situación de salida.
Hoy estamos en esta situación por las decisiones de un Gobierno que ya no está en ejercicio. Una nueva administración está enfrentando una pesada herencia y, por lo que han demostrado, tienen la intención política de no perder tiempo. El desafío que tiene entonces es de poder comunicar eficientemente, pero de una manera diferente a lo que nos acostumbró el kirchnerismo: sin cadenas nacionales, pauta oficial, utilización política de los medios públicos y artistas subsidiados.
Esta tarea, que puede ser considerada hasta secundaria, es tan importante como el plan económico en sí mismo.