Mientras se debate a nivel mundial, tanto en cumbres como el G-20, instituciones como la ONU y en cada Estado involucrado, la decisión de intervenir en Siria, ya sea en términos humanitarios como agresivo-militares, pocos hacen hincapié en el denso entramado social y político que dicho país ahora desnuda. Ese entramado parece insertarse en la lógica del choque civilizatorio de Huntington del cual se cumplen dos décadas, sobre todo, por las raíces culturales e intrarreligiosas que posee el conflicto sirio, así como antes el egipcio y el libio.
No son los intereses los que están moviendo al mundo post 1991: ni el norteamericano por los reservas petroleras ni el ruso preocupado por la defensa de un antiguo aliado de la Guerra Fría o un futuro de nuevos Al Qaeda. Son las identidades. Ex colonia francesa hasta 1946, e históricamente dominada por egipcios, hebreos, asirios, persas, griegos, romanos, árabes, mongoles y otomanos, Siria se independizó pero experimentó una enorme inestabilidad institucional: en una década, tuvo cuatro Constituciones y 20 gabinetes.