La compleja telaraña siria

Mientras se debate a nivel mundial, tanto en cumbres como el G-20, instituciones como la ONU y en cada Estado involucrado, la decisión de intervenir en Siria, ya sea en términos humanitarios como agresivo-militares, pocos hacen hincapié en el denso entramado social y político que dicho país ahora desnuda. Ese entramado parece insertarse en la lógica del choque civilizatorio de Huntington del cual se cumplen dos décadas, sobre todo, por las raíces culturales e intrarreligiosas que posee el conflicto sirio, así como antes el egipcio y el libio.

No son los intereses los que están moviendo al mundo post 1991: ni el norteamericano por los reservas petroleras ni el ruso preocupado por la defensa de un antiguo aliado de la Guerra Fría o un futuro de nuevos Al Qaeda. Son las identidades. Ex colonia francesa hasta 1946, e históricamente dominada por egipcios, hebreos, asirios, persas, griegos, romanos, árabes, mongoles y otomanos, Siria se independizó pero experimentó una enorme inestabilidad institucional: en una década, tuvo cuatro Constituciones y 20 gabinetes.

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Verano convulsivo a orillas del Nilo

La inestabilidad egipcia se resiste a desaparecer. Febrero de 2014, la fecha estipulada para el test electoral refundacional, asoma muy lejana. A dos años y medio de la caída del dictador Hosni Mubarak, el “oasis democrático” de la Hermandad Musulmana (HM) en el poder, a cargo del electo -con el 51 % de votos pero el 48 % de ausentismo- Mohamed Morsi, se vio interrumpido por nuevas y masivas revueltas, la “intervención” del Ejército -el más poderoso de África- y recientemente, las fracturas tanto en el nuevo gobierno provisional como en su flamante oposición, que se debate en el dilema de la institucionalidad o la guerra civil. Mientras tanto, Occidente, atrás de los acontecimientos, discute tecnicismos del carácter de si es o no un “golpe” el perpetrado contra Morsi -éste, paradójicamente apoyado en su momento, por un culposo Obama-.

Ciertamente, la coalición del Frente de Salvación Nacional (FSN) y el “Tamarod” (“Rebélate”) -engendrado del Kefaya (“Suficiente”) anti-Mubarak en 2004, se inserta en la lógica de las “revoluciones blancas”, postelectorales, pacíficas, convocadas a través de las redes sociales, donde las clases medias urbanas y educadas, exigen, demandan, reclaman de manera muy diversa ante regímenes semiautoritarios, corruptos y fundamentalistas, que no logran mutar su legitimidad de origen en una similar de ejercicio. El sueño de Kant y Tocqueville de más democracia universal está presente allí, a pesar de las enormes diferencias culturales entre Kiev, Estambul, Brasilia, Tbilisi, Buenos Aires, Moscú y demás ciudades que vieron a lo largo de las dos últimas décadas semejantes espectáculos callejeros.

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