La que comienza el miércoles es la edición número 16 del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (aka Bafici), y trabajé en distintos lugares del festival en once de esas ediciones. El apunte biográfico no es para presumir de haber hecho “las inferiores” de Bafici, sino para repasar la relación del festival con el mundo del cine, y para concluir que muchas veces pensé a eso que hacíamos como un gesto “en contra” de otras cosas. ¿Contra qué? Esa siempre fue una noción mutante: podía haber un disidente al alcance de la mano, alguien que no estaba haciendo las cosas todo lo bien que creíamos debían hacerse, un estado de cosas deplorable, un estado deplorable, un distribuidor de cine sin inventiva, un dueño de salas sin atrevimiento, un secretario de Cultura miope, un Instituto de Cine refractario, un sándwich en mal estado o una Coca sin gas. Suele pasar: a la hora de la queja o de levantar el dedo para señalar, cualquier bondi nos deja bien.
No creo haber llegado a ese estado “alma bella” del que tantos presumen hoy día (Dior no lo permita), ni me gusta menos que antes el “Sportivo Es Tu Culpa”, pero fui entendiendo con el paso del tiempo que un festival del tamaño del Bafici y con las pretensiones del mismo, debe hacerse a favor de muchas cosas ante las que suele ser muy fácil (y bastante tribunero) ponerse en contra.
Uno de los dijes clásicos en la cadena de quejas (su relicario, diríase) es “la cartelera de estrenos”. El año pasado, el homenaje a Adolfo Aristarain y las dudas que generaba entre cierto núcleo duro de purismo independentista, me llevo a pensar que nos quejamos muchísimo de que no hay material simil-Bafici en los estrenos de los jueves (verdad), pero tampoco le abrimos la puerta del festival a “los jueves”. Este año tenemos algunos pre-estrenos que estamos orgullosos de mostrar y mesas redondas relacionadas con películas que se están estrenando en salas y no están programadas en el festival. Bafici no empieza y termina en sí mismo: John Donne no podrá enojarse si decimos que ningún festival es una isla, que cada festival es parte de una cosa mayor.
El de los estrenos de determinado material el resto del año es un tema más complejo. Seguir esperando que una película independiente (por llamarla de alguna manera) haga un recorrido decente en términos de audiencia en una cartelera dominada por los multicines es un disparate. Hay que pensar nuevas maneras de mostrar el cine y, sobre todo, hace falta que más espacios se sumen a los invalorables Malba y Lugones para componer un circuito alternativo serio, confiable, que, como el Bafici y como estas salas, genere confianza, hábito, ganas. Son dos discusiones distintas y es cada vez más complicado mezclarlas.
Bafici se hace a favor de sus pares: el año pasado comenzamos compartiendo películas con el DocBuenosAires y este año lo hacemos con el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y con el Festival de Cine y Música de San Isidro, además de “adoptar” (con el debido agradecimiento) la Velada Fantômas del prodigioso Centro de Experimentación del Teatro Colón.
Bafici se hace a favor de la suma y no de la resta: más películas para más público. Porque ese es en el fondo, parte del problema del mentado “resto del año”: el anatema siamés de las películas sin público y del público sin películas. Hay una barrera que derribar allí y la enormidad de programar más de 400 películas cada año (este 2014 si se suman las funciones gratuitas del Centro Cultural Recoleta son más de 500, en verdad) tiene que ver con las multiplicidad de puertas de entrada al festival, y la certeza de que las buenas experiencias en la sala llevan a la repetición del rito, a navegar el Bafici profundo. Naturalmente hay quien puede quedarse en la puerta sin encontrar su película, pero trabajamos para que lleguen hasta aquí todas las películas posibles en una selección desprejuiciada, confiando en que cada quien encontrará qué ver, que seguir, de qué enamorarse o incluso en qué momento pegar el volantazo para evitar ciertas películas optando por otras.
Bafici finalmente se hace a favor de Bafici: cada nueva edición exitosa es un aliciente para, apenas termina el festival, mirar con entusiasmo (un tanto enfermizo) la pizarra que vuelve a estar en blanco y hay que llenar nuevamente. Una pizarra sin demasiados casilleros con los que cumplir (sin secciones que lastren la programación, obligando a encontrar películas para “llenarlas”), más bien un lienzo blanco sin más obligaciones que hacer aterrizar en Buenos Aires mucho cine y bueno, o importante para alguien, o importante para varios, o provocador, o algo que lo aleje del medio pelo y del campeonato mundial del sinsentido y en el que tantas veces nos vemos metidos. Ya bastante complicada es la vida como para tolerarle al cine que nos quiera camelear. Si hay verdad en una película (la verdad de la lucha de los mineros en Asturias o la verdad de un científico loco que trata de rearmar a una persona segmentada en incontables pedacitos por una cortadora de césped), entonces es Bafici.