Este año, el clima de nervios navideños lo aporta el propio gobierno. De entre el abultado cúmulo de medidas que se toman a diario en todos los frentes, los manotazos sobre la Secretaría de Inteligencia es el más alarmante. No porque la sanción de los últimos adefesios legislativos carezcan de relevancia ni porque los personajes que merodean Balcarce 50 hayan dejado de asustar, sino porque la reciente movida sobre la ex SIDE implica el reconocimiento en voz alta de las graves tensiones internas que padece el kirchnerismo y el tenor de las mismas.
Cristina es desconfiada por naturaleza y tiene una mirada conspirativa de la vida que la hace encerrarse entre un puñado de íntimos porque al resto del mundo lo percibe hostil. Su entorno se ha vuelto una especie de calesita donde los despedidos y los reincorporados son siempre los mismos. El kirchnerismo es un engendro endogámico y el costo que paga por no enfrentar esa limitación es cambiar a Alberto Fernández por Parrilli, a Parrilli por Icazuriaga, a Abal Medina por Aníbal Fernandez y a Aníbal por Abal Medina. Los buenos pasan a ser malos y viceversa sin solución de continuidad. En el medio, el país. Continuar leyendo