Por: María Zaldívar
Este año, el clima de nervios navideños lo aporta el propio gobierno. De entre el abultado cúmulo de medidas que se toman a diario en todos los frentes, los manotazos sobre la Secretaría de Inteligencia es el más alarmante. No porque la sanción de los últimos adefesios legislativos carezcan de relevancia ni porque los personajes que merodean Balcarce 50 hayan dejado de asustar, sino porque la reciente movida sobre la ex SIDE implica el reconocimiento en voz alta de las graves tensiones internas que padece el kirchnerismo y el tenor de las mismas.
Cristina es desconfiada por naturaleza y tiene una mirada conspirativa de la vida que la hace encerrarse entre un puñado de íntimos porque al resto del mundo lo percibe hostil. Su entorno se ha vuelto una especie de calesita donde los despedidos y los reincorporados son siempre los mismos. El kirchnerismo es un engendro endogámico y el costo que paga por no enfrentar esa limitación es cambiar a Alberto Fernández por Parrilli, a Parrilli por Icazuriaga, a Abal Medina por Aníbal Fernandez y a Aníbal por Abal Medina. Los buenos pasan a ser malos y viceversa sin solución de continuidad. En el medio, el país.
La interna de los espías, mientras tanto, está lejos de ser resuelta. Salvando las distancias, pero si Obama no puede controlar a la CIA, habría que meditar cuáles podrían ser los instrumentos y habilidades de Cristina Kirchner para tener en caja a nuestra agencia de inteligencia. O cuánto hay de relato también en esta movida. Los cercanos dicen que a Cristina no se la puede contradecir y basta con mostrar interés en algún tema para que ella desconfíe de las motivaciones de ese interés. Dicho en criollo, para mantener un diálogo-monólogo cordial con la presidente es necesario “llevarle la corriente”.
¿Cuánto de eso hay en los recientes cambios? ¿Habrán sido hechos para solucionar un tema de enorme sensibilidad o para calmar a la señora? “Jaime” Stiusso, la piedra del escándalo, llevaba más de cuarenta años en el organismo. Nadie puede soñar con que su predicamento cese con su despido, del mismo modo que nadie puede soñar con que la influencia de Parrilli arranque con su nombramiento.
Pero es un movimiento de pinzas que los íntimos de Cristina Kirchner están pergeñando con la mirada puesta en el fin de su mandato. El ajedrez sobre las tareas de inteligencia del Estado, la confianza depositada en el General Milani, militar de profesión y experto en inteligencia por vocación y el intento de remoción del juez Fayt son las tres patas del miedo presidencial. Cristina teme por el día después.
No es casual que el último aporte de Aníbal Fernández como senador haya sido un pedido para evaluar la “capacidad psicofísica” del Dr Fayt, cuando todo el que pasa cerca de la Corte Suprema sabe que el mencionado juez mantiene su despacho al día. Y menos casual es que semejante grosería, obviamente no contemplada en ninguna ley, haya sido tramitada ante la Comisión de Juicio Político. La burda maniobra implica la vía por la que el oficialismo intenta dejar al máximo tribunal de justicia con tres miembros y forzar una negociación con la oposición.
Acá se abre otra incógnita: los radicales. Ya hay más de uno probándose el traje. Los nombres que se barajan están, como corresponde, arriba de la calesita desde hace décadas. Así como algunos de ellos no se privaron de acompañar al kirchnerismo en la comisión redactora del proyecto de reforma del Código Penal, tampoco se niegan hoy a barajar la posibilidad de integrar la Corte.
Por eso, como viene ocurriendo en los últimos años, enero será un mes de enorme importancia institucional. Porque el oficialismo, mientras el resto de la sociedad se distrae, sigue. Venían por todo y ya les está quedando poco por conquistar. Claro que, a veces, necesitan de una ayudita externa. No les saquemos la vista a los que, frente a las cámaras, se indignan con el atropello a la justicia. Otra patraña está en plena cocción.