El diálogo postergado

La ciudadanía habla, no muy seguido, pero habla. El domingo habló. Y a los dirigentes políticos que le ofrecieron como plato único la oposición dividida les dijo “no”. Cuando el temor a la continuidad del kirchnerismo ganaba la calle, el debate giró en torno a adoptar o no el modelo venezolano de unidad en la diversidad con la mirada puesta en sumar para hacer frente al adversario común. Mauricio Macri, entonces, apuró un entendimiento con Elisa Carrió y con un sector del radicalismo y entre ellos optaron por cerrar allí las posibilidades.

Mientras tanto, el peronismo desencantado con el estilo autoritario de Cristina y los suyos crecía, y encontró en Sergio Massa un referente. Su desprendimiento del kirchnerismo, hace apenas algo más de dos años, se inauguró con un contundente apoyo popular en las urnas que dio por tierra con las ilusiones reeleccionistas de la Presidente. Ese día, Sergio Massa se constituyó en el principal enemigo político del Gobierno por aquello de que “No hay peor astilla que la del mismo palo”. Hoy, tras las elecciones del domingo pasado, mientras clausura toda posibilidad de entendimiento con Daniel Scioli, confirma su decisión de terminar con el kirchnerismo y se erige en la llave para su concreción. Porque a pesar de la euforia que reina entre la militancia y los simpatizantes de Cambiemos, aún falta.

En un escenario de peronismo y antiperonismo creciente, en el que se venía exacerbando un enfrentamiento explícito en la sociedad revoleándose culpas mutuas, el ex intendente de Tigre creó un espacio para esos muchos que las dos principales fuerzas políticas en existencia expulsaban. Una porque exige militancia de alfombra, la otra porque sobreactúa una pureza interna que implica numerosas exclusiones. Continuar leyendo

Los errores de Cambiemos

Los argentinos no aprendemos más. Cuando Néstor Kirchner resultó el elegido de Eduardo Duhalde y Carlos Menem se alzaba como su principal amenaza, el oficialismo fogoneó al tercero, Ricardo López Murphy, y lo arrastró a confrontar de lleno con Menem. La estrategia era neutralizar a su auténtico adversario y obligarlo a un desgaste innecesario. En ese momento, López Murphy entró en el juego que solo le convenía a Kirchner. Trece años después, el kirchnerismo repite la receta y la oposición vuelve a caer en la misma trampa. El Gobierno entero le mete fichas a Cambiemos y, mientras los seguidores de Mauricio Macri se entretienen descalificando a Sergio Massa acusándolo de todo tipo de componendas, el kirchnerismo consolida la continuidad.

Alguien debería decirles que el adversario a batir no es él, sino el modelo encarnado en las figuras de los elegidos Daniel Scioli y Carlos Zannini. En esa dirección tendrían que estar concentrados los esfuerzos de Cambiemos y, como complemento, reconociendo la responsabilidad de ser la segunda fuerza, encabezar un acercamiento a todos los sectores que compartan el objetivo de no tener más kirchnerismo, al menos, al frente del Ejecutivo nacional.

Sin embargo, los últimos días de campaña no parecen llevar esa dirección. No tanto los voceros oficiales del macrismo, pero sí los contratados, y mucho más los oficiosos, repiten, con y sin convicción, que el affaire Niembro y el amesetamiento de Cambiemos son operaciones políticas en su contra, mientras políticos allegados, de profesión funcionarios y de tan largo como sinuoso recorrido, siembran dudas sobre la existencia de un acuerdo entre Massa y el kirchnerismo. Continuar leyendo

La burbuja

La Argentina es un país raro y caprichoso como un adolescente, con cambios de humor súbitos y contradictorios. Tras exprimir las ventajas de la década menemista, adoptó una pose de estudiada repulsión a los ’90. Al margen de la cuota de hipocresía que conlleva el hecho, es de celebrar el “No a los ’90″ porque se trata de una década, en términos institucionales, olvidable. Siempre es bueno que una sociedad rectifique criterios, más aún después de haber acompañado con algarabía impune los desvíos menemistas. Darse cuenta sería un signo de madurez que en este caso, se neutraliza cuando festeja la vuelta a los ’80. 

Porque, en el plano político, también es una década poco feliz a pesar de la buena prensa que se ha intentado hacer sobre la figura de Raúl Alfonsín. En un marco de, digamos, evolución ciudadana, cruje el “Sí alos ’80″.  Los ’80 o la década radical. Los ’80 de “Coti” Nosiglia, Storani y Suárez Lastra, los ’80 de los muchachotes de la Coordinadora y del incendio alfonsinista. Ellos están detrás de la reciente decisión partidaria de apoyar a Mauricio Macri en la elección nacional de este año como estuvieron junto al peronismo de Chacho Alvarez sobre el final del siglo pasado en aquel malhadado engendro que la historia recuerda como “la Alianza”. Los radicales saben que el pacto entre Alfonsín y Menem les permitió obtener la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires para De la Rúa pero les costó el partido. Como fuerza política no se recuperaron más después de aquello y el instinto de conservación los lleva a asociarse, sucesivamente, con quien les provea supervivencia. Primero fue el peronismo díscolo y ahora, “la nueva derecha”. La jerga popular describiría el tic como que “cualquier colectivo los deja bien”.

Tal vez lo más incomprensible es que los más contentos con el joint venture sean los proístas cuando, en verdad, es el radicalismo el más beneficiado con este acuerdo de cúpulas. Ahora los venidos a menos se sentarán con un partido con existencia real y abultado presupuesto a conversar/negociar cargos, candidaturas y espacios. Es de esperar que Mauricio Macri, tan afecto a las encuestas, haya medido el aporte concreto que representará a su candidatura este acercamiento. Porque vaya una reflexión acerca de la fidelidad partidaria. ¿No es otro rasgo enmohecido y más propio de la “vieja política” creer que las decisiones de arriba se replican sin chistar, abajo? ¿Estarán sabiendo qué proporción de radicales de alma sobrevive después de esos episodios en que, traicionando sus principios, “se doblaron pero no se rompieron”? ¿Cuántos fieles ciegos quedaron después del pacto de Olivos? ¿Cuántos tras el acompañamiento legislativo que prestaron al gobierno, por acción u omisión, a lo largo de la “década ganada”?

¿Es aplicable al cálculo de votos, en el Siglo XXI, un acuerdo entre dirigentes? ¿Quedará militancia que vote lo que indican los cuerpos partidarios o esa es una ilusión de otras épocas? ¿No será que votarán por Mauricio Macri los radicales que estaban convencidos de hacerlo, aún antes de la Convención partidaria? ¿No será que no lo votarán quienes no simpatizan con el PRO, aún después de la Convención partidaria?

Sin duda que aquello fue un hecho político de alto impacto pero cabe analizar sus auténticas consecuencias. Hoy hablamos de acercamientos entre una fuerza política que nunca ejerció la democracia interna con otra que hace décadas que no la practica y que, además, tienen de los hechos recientes, versiones disímiles. El acuerdo alcanzado, sea una alianza como la definió Ernesto Sanz o no, según palabras del Jefe de Gobierno porteño, guarda una distancia con el caudal de votos que obtenga, similar a la brecha abierta entre la dirigencia y el ciudadano.

Por eso, es hora de decirle al público cómo funcionan las tan aludidas “operaciones de prensa”. Un “alguien” con fundados intereses en que un “algo” se instale, paga voceros indirectos. No dice “voy ganando” sino que lo hace decir. El precio de la movida depende de los actores. Cuanto más “inobjetable” es la fuente, más cara. En un segundo paso, terceros (inocentes o no) repiten la versión, que empieza a circular, validada porque no proviene del interesado. Y de decir y decir, la especie se instala. De pronto el invento, o el deseo, se convierte enuna verdad que no requiere comprobación y la operación puede considerarse un éxito.

Algo de eso está pasando con las encuestas. Quienes tienen acceso a la adjudicación de  propaganda oficial, o sea a dineros públicos, están poniendo esos recursos a disposición de sus respectivas campañas. Lo del kirchnerismo es un escándalo sin precedentes, pero no es extraño el uso de la pauta oficial para fines proselitistas en los demás distritos cuyos titulares son también candidatos. La degradación de las formas no reconoce partido. Para el que quiera saber y prefiera no ser engañado, basta observar con detenimiento este dato.

Que Scioli es el candidato del Papa, que Massa se está cayendo en las preferencias o que el macrismo está limpio de peronistas son versiones instaladas de esa forma, que favorecen a alguien y perjudican a alguien. La veracidad de esos comentarios no reclama ser probada porque “lo dice todo el mundo” y con eso parece alcanzar. Así funciona.

También surge una ecuación interesante de la mera observación: los proístas más alejados del poder real están subidos al caballo y los que están cerca, lucen cautos. Es la prudencia del ganador, dicen algunos. Es la diferencia entre los que vieron detrás de la cortina y el resto, dicen otros. Habrá que esperar un poco más.

Siguiendo esa lógica y según los últimos planteos, la pelea de fondo estaría entre Macri y Scioli, como quiso siempre el kirchnerismo. Mientras tanto el ciudadano común, ametrallado a rumores, ordena sus prioridades. A la cabeza de sus preocupaciones figura llegar a fin de mes. Nadie le dice cómo van a levantar el cepo, qué secuelas de esta década golpearán su economía, qué tan decidida será la lucha contra la corrupción, cómo se enfrentará o si se enfrentará la violencia instalada en el país, dado que miembros de ambas fuerzas, sciolismo y macrismo-radicalismo, colaboraron en la redacción del abominable proyecto de Código Penal de clara inspiración zaffaroniana con eje en la perversa doctrina del abolicionismo penal.

Los contendientes, mientras tanto, delinean sus estrategias de campaña, contratan genios del marketing político y  tejen entre ellos, en completa abstracción del deterioro. Esa Argentina ignorante de su sostenido proceso de decadencia se parece a  ”El Jardín de los Finzi-Contini”. Nos plagiamos hasta las desgracias. Y la ignorancia.

Los miedos de la Presidente

Este año, el clima de nervios navideños lo aporta el propio gobierno. De entre el abultado cúmulo de medidas que se toman a diario en todos los frentes, los manotazos sobre la Secretaría de Inteligencia es el más alarmante. No porque la sanción de los últimos adefesios legislativos carezcan de relevancia ni porque los personajes que merodean Balcarce 50 hayan dejado de asustar, sino porque la reciente movida sobre la ex SIDE implica el reconocimiento en voz alta de las graves tensiones internas que padece el  kirchnerismo y el tenor de las mismas.

Cristina es desconfiada por naturaleza y tiene una mirada conspirativa de la vida que la hace encerrarse entre un puñado de íntimos porque al resto del mundo lo percibe hostil. Su entorno se ha vuelto una especie de calesita donde los despedidos y los reincorporados son siempre los mismos. El  kirchnerismo es un engendro endogámico y el costo que paga por no enfrentar esa limitación es cambiar a Alberto Fernández por Parrilli, a Parrilli por Icazuriaga, a Abal Medina por Aníbal Fernandez y a Aníbal por Abal Medina. Los buenos pasan a ser malos y viceversa sin solución de continuidad. En el medio, el país. Continuar leyendo