El largo trecho del discurso a la realidad

Carlos Zannini pasó, en pocos meses, de probarse el traje de vicepresidente de la república a ser repudiado a viva voz por distintos públicos. Dos días consecutivos, en la cancha de Boca y dentro de un avión, el ex monje negro de la administración k chocó de frente con la realidad: muchas personas lo desprecian y se lo hicieron saber.

Esta práctica no es nueva. Tras la finalización del menemismo, ocurrieron episodios similares que tuvieron como protagonistas a varios de sus capitostes. Desde el propio Carlos Menem hasta Domingo Cavallo sufrieron el repudio social en vivo y en directo, o el juez Jorge Urso y también Jorge Asís, que debió refugiarse en el hall de un edificio cercano al local donde degustaba un café para librarse de los vecinos indignados que lo increpaban por haber sido parte de una administración considerada moralmente inaceptable.

Ahora parecería ser el turno del kirchnerismo, aunque no es del todo así. El rencor con ellos no es reciente, sólo que el estilo que cultivaron de blindarse al contacto con la gente mientras eran funcionarios los hizo inaccesibles, pero la disconformidad que generaban era creciente y afloró en cada oportunidad posible. Hace algunos años, el entonces ministro Axel Kicillof atravesó por un episodio similar al de Zannini en el ferry que hace el trayecto Buenos Aires-Montevideo. Antes de eso, el entonces presidente de la Cámara Baja, el ultrakirchnerista Agustín Rossi, fue abucheado en Santa Fe, la provincia de la que es oriundo. En todos los casos el reclamo fue el mismo: la desinteligencia entre el discurso que consumían y la vida que llevaban. Continuar leyendo

Es hora de contar la verdad completa

Mientras la sociedad se apresta a recordar un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976, los hechos ocurridos antes y después siguen enfrentándonos. La guerra librada en el país para contrarrestar el ataque subversivo nunca fue debidamente esclarecida. Desde el retorno al sistema democrático de gobierno, mucho se ha intentado por echar luz sobre esos años, por buscar justicia y por contar lo sucedido. Sin embargo, que cuarenta años después el tema nos mantenga divididos indica que la revisión no se hizo del todo bien.

Tras el reciente cambio de gobierno, hubo alguna esperanza en que se caminara hacia una auténtica reconciliación, que no significa entregar banderas, ni siquiera dejar de sufrir. Pero para seguir adelante es imprescindible asumir nuestra historia completa y es lo que no se hizo durante las últimas décadas.

Cuando las Fuerzas Armadas fueron convocadas por el Gobierno constitucional para “aniquilar el accionar subversivo”, el país estaba sumido en el terror, iniciado por el accionar de grupos armados paramilitares extremadamente violentos, entrenados en Cuba para matar. El tiempo transcurrido sirve para mirar con perspectiva los acontecimientos. Hoy se hace evidente que nunca se alcanzó un tratamiento pleno de los hechos. Continuar leyendo

Hipocresía argentina ante el terrorismo

Es muy probable que finalmente los argentinos nos deshagamos de un estilo de administración que se fue transformando en una pesada mochila. El alivio será enorme y el trabajo que nos espera también.

Habrá que rehacer prácticamente todo, porque, a pesar de los dictados de la moderación política que se empeña en repetir “Vamos a rescatar lo bueno”, la verdad es que el kirchnerismo no sólo no hizo nada bien, sino que destruyó lo que estaba en su lugar antes de su desembarco. El costo social del enfrentamiento que fogoneó entre los argentinos y el ataque a los principios básicos de la convivencia democrática neutralizan cualquier aporte.

Con una nueva administración podremos solucionar los desaguisados económicos con mayor o menor esfuerzo; enderezaremos nuestro abollado prestigio internacional volviendo a los ámbitos de diálogo con el mundo civilizado; reconstruiremos los valores de la vida en comunidad, lo que implica volver a respetar la autoridad, la propiedad privada, los contratos y la ley; podremos recuperar los buenos modales y el disenso será, como antes, una opción que no nos convierte en enemigos de nadie. Hasta será posible batirse a duelo con la corrupción y los peores delitos que florecieron a la luz de la impunidad de la década k. Continuar leyendo

El diálogo postergado

La ciudadanía habla, no muy seguido, pero habla. El domingo habló. Y a los dirigentes políticos que le ofrecieron como plato único la oposición dividida les dijo “no”. Cuando el temor a la continuidad del kirchnerismo ganaba la calle, el debate giró en torno a adoptar o no el modelo venezolano de unidad en la diversidad con la mirada puesta en sumar para hacer frente al adversario común. Mauricio Macri, entonces, apuró un entendimiento con Elisa Carrió y con un sector del radicalismo y entre ellos optaron por cerrar allí las posibilidades.

Mientras tanto, el peronismo desencantado con el estilo autoritario de Cristina y los suyos crecía, y encontró en Sergio Massa un referente. Su desprendimiento del kirchnerismo, hace apenas algo más de dos años, se inauguró con un contundente apoyo popular en las urnas que dio por tierra con las ilusiones reeleccionistas de la Presidente. Ese día, Sergio Massa se constituyó en el principal enemigo político del Gobierno por aquello de que “No hay peor astilla que la del mismo palo”. Hoy, tras las elecciones del domingo pasado, mientras clausura toda posibilidad de entendimiento con Daniel Scioli, confirma su decisión de terminar con el kirchnerismo y se erige en la llave para su concreción. Porque a pesar de la euforia que reina entre la militancia y los simpatizantes de Cambiemos, aún falta.

En un escenario de peronismo y antiperonismo creciente, en el que se venía exacerbando un enfrentamiento explícito en la sociedad revoleándose culpas mutuas, el ex intendente de Tigre creó un espacio para esos muchos que las dos principales fuerzas políticas en existencia expulsaban. Una porque exige militancia de alfombra, la otra porque sobreactúa una pureza interna que implica numerosas exclusiones. Continuar leyendo

Los errores de Cambiemos

Los argentinos no aprendemos más. Cuando Néstor Kirchner resultó el elegido de Eduardo Duhalde y Carlos Menem se alzaba como su principal amenaza, el oficialismo fogoneó al tercero, Ricardo López Murphy, y lo arrastró a confrontar de lleno con Menem. La estrategia era neutralizar a su auténtico adversario y obligarlo a un desgaste innecesario. En ese momento, López Murphy entró en el juego que solo le convenía a Kirchner. Trece años después, el kirchnerismo repite la receta y la oposición vuelve a caer en la misma trampa. El Gobierno entero le mete fichas a Cambiemos y, mientras los seguidores de Mauricio Macri se entretienen descalificando a Sergio Massa acusándolo de todo tipo de componendas, el kirchnerismo consolida la continuidad.

Alguien debería decirles que el adversario a batir no es él, sino el modelo encarnado en las figuras de los elegidos Daniel Scioli y Carlos Zannini. En esa dirección tendrían que estar concentrados los esfuerzos de Cambiemos y, como complemento, reconociendo la responsabilidad de ser la segunda fuerza, encabezar un acercamiento a todos los sectores que compartan el objetivo de no tener más kirchnerismo, al menos, al frente del Ejecutivo nacional.

Sin embargo, los últimos días de campaña no parecen llevar esa dirección. No tanto los voceros oficiales del macrismo, pero sí los contratados, y mucho más los oficiosos, repiten, con y sin convicción, que el affaire Niembro y el amesetamiento de Cambiemos son operaciones políticas en su contra, mientras políticos allegados, de profesión funcionarios y de tan largo como sinuoso recorrido, siembran dudas sobre la existencia de un acuerdo entre Massa y el kirchnerismo. Continuar leyendo

Poderoso caballero, don Miedo

Las mediciones y los pronósticos parecen indicar que hay dos candidatos cabeza a cabeza y dado que las propuestas no han sido, al menos hasta acá, el eje para marcar diferencias, es un ejercicio intelectual descubrir qué herramienta política va a esgrimir cada uno para diferenciarse en el tramo final de la carrera.

Ya no es el dinero el principal problema de las campañas de los candidatos presidenciales. No al menos en el caso de Daniel Scioli y Mauricio Macri. La amplia disponibilidad sobre los recursos públicos ejercida, como se ha visto a través de sendos aparatos de publicidad en sus respectivos distritos, les facilita la viralización de imágenes y consignas. Fotos, colores, globos, carteles, sombrillas y remeras son la cuota inocente de seducción sobre los eventuales votantes, pero es poco probable que con eso solo determinen la decisión de los que faltan.

Se desconoce la estrategia que encararía el PRO para transitar estos meses claves hasta octubre, pero el Frente para la Victoria, sin duda, construye su fortaleza alrededor del miedo.

Trabaja sin descanso sobre el miedo de los de abajo a perder los planes que reparte en su calidad de Estado con la discrecionalidad que caracteriza a los populismos. Acciona sobre sus rehenes, mientras les dice que solo ellos son garantes de la continuidad de la limosna. Lamentablemente para los sectores postergados tampoco eso es cierto, porque, si bien el sistema de dádivas debería abandonarse por perverso, todos los candidatos prometen más o menos lo mismo y solo alguno que otro explica cómo haría para liberarlos del yugo humillante de dar y quitar al compás de las conveniencias electorales. Continuar leyendo

No hable que nadie escucha

“Después de Mao, nunca había llegado tan lejos un maoísta”, reflexionaba un colega, cuya ocurrencia nos hizo sonreír aún frente a un panorama desolador: el desembarco de Carlos Zannini en la fórmula de Daniel Scioli ratificaba las especulaciones; Cristina Kirchner, La Cámpora y el kirchnerismo entornarán al imbatible e incombustible gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Justo es reconocer el titánico esfuerzo que hizo el oficialismo duro para torcerle el brazo; intentó por todos los medios construir un candidato alternativo, más digerible a su selectivo estómago. Querían un K puro. Pero también hay que reconocerle al “cristinismo” la habilidad de saber cuándo negociar. Y eso que es una actividad infrecuente para el oficialismo. Sin embargo y sobre el filo, hizo un par de movidas estratégicas con la mirada puesta en el objetivo peronista por antonomasia: conservar el poder. Continuar leyendo

La burbuja

La Argentina es un país raro y caprichoso como un adolescente, con cambios de humor súbitos y contradictorios. Tras exprimir las ventajas de la década menemista, adoptó una pose de estudiada repulsión a los ’90. Al margen de la cuota de hipocresía que conlleva el hecho, es de celebrar el “No a los ’90″ porque se trata de una década, en términos institucionales, olvidable. Siempre es bueno que una sociedad rectifique criterios, más aún después de haber acompañado con algarabía impune los desvíos menemistas. Darse cuenta sería un signo de madurez que en este caso, se neutraliza cuando festeja la vuelta a los ’80. 

Porque, en el plano político, también es una década poco feliz a pesar de la buena prensa que se ha intentado hacer sobre la figura de Raúl Alfonsín. En un marco de, digamos, evolución ciudadana, cruje el “Sí alos ’80″.  Los ’80 o la década radical. Los ’80 de “Coti” Nosiglia, Storani y Suárez Lastra, los ’80 de los muchachotes de la Coordinadora y del incendio alfonsinista. Ellos están detrás de la reciente decisión partidaria de apoyar a Mauricio Macri en la elección nacional de este año como estuvieron junto al peronismo de Chacho Alvarez sobre el final del siglo pasado en aquel malhadado engendro que la historia recuerda como “la Alianza”. Los radicales saben que el pacto entre Alfonsín y Menem les permitió obtener la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires para De la Rúa pero les costó el partido. Como fuerza política no se recuperaron más después de aquello y el instinto de conservación los lleva a asociarse, sucesivamente, con quien les provea supervivencia. Primero fue el peronismo díscolo y ahora, “la nueva derecha”. La jerga popular describiría el tic como que “cualquier colectivo los deja bien”.

Tal vez lo más incomprensible es que los más contentos con el joint venture sean los proístas cuando, en verdad, es el radicalismo el más beneficiado con este acuerdo de cúpulas. Ahora los venidos a menos se sentarán con un partido con existencia real y abultado presupuesto a conversar/negociar cargos, candidaturas y espacios. Es de esperar que Mauricio Macri, tan afecto a las encuestas, haya medido el aporte concreto que representará a su candidatura este acercamiento. Porque vaya una reflexión acerca de la fidelidad partidaria. ¿No es otro rasgo enmohecido y más propio de la “vieja política” creer que las decisiones de arriba se replican sin chistar, abajo? ¿Estarán sabiendo qué proporción de radicales de alma sobrevive después de esos episodios en que, traicionando sus principios, “se doblaron pero no se rompieron”? ¿Cuántos fieles ciegos quedaron después del pacto de Olivos? ¿Cuántos tras el acompañamiento legislativo que prestaron al gobierno, por acción u omisión, a lo largo de la “década ganada”?

¿Es aplicable al cálculo de votos, en el Siglo XXI, un acuerdo entre dirigentes? ¿Quedará militancia que vote lo que indican los cuerpos partidarios o esa es una ilusión de otras épocas? ¿No será que votarán por Mauricio Macri los radicales que estaban convencidos de hacerlo, aún antes de la Convención partidaria? ¿No será que no lo votarán quienes no simpatizan con el PRO, aún después de la Convención partidaria?

Sin duda que aquello fue un hecho político de alto impacto pero cabe analizar sus auténticas consecuencias. Hoy hablamos de acercamientos entre una fuerza política que nunca ejerció la democracia interna con otra que hace décadas que no la practica y que, además, tienen de los hechos recientes, versiones disímiles. El acuerdo alcanzado, sea una alianza como la definió Ernesto Sanz o no, según palabras del Jefe de Gobierno porteño, guarda una distancia con el caudal de votos que obtenga, similar a la brecha abierta entre la dirigencia y el ciudadano.

Por eso, es hora de decirle al público cómo funcionan las tan aludidas “operaciones de prensa”. Un “alguien” con fundados intereses en que un “algo” se instale, paga voceros indirectos. No dice “voy ganando” sino que lo hace decir. El precio de la movida depende de los actores. Cuanto más “inobjetable” es la fuente, más cara. En un segundo paso, terceros (inocentes o no) repiten la versión, que empieza a circular, validada porque no proviene del interesado. Y de decir y decir, la especie se instala. De pronto el invento, o el deseo, se convierte enuna verdad que no requiere comprobación y la operación puede considerarse un éxito.

Algo de eso está pasando con las encuestas. Quienes tienen acceso a la adjudicación de  propaganda oficial, o sea a dineros públicos, están poniendo esos recursos a disposición de sus respectivas campañas. Lo del kirchnerismo es un escándalo sin precedentes, pero no es extraño el uso de la pauta oficial para fines proselitistas en los demás distritos cuyos titulares son también candidatos. La degradación de las formas no reconoce partido. Para el que quiera saber y prefiera no ser engañado, basta observar con detenimiento este dato.

Que Scioli es el candidato del Papa, que Massa se está cayendo en las preferencias o que el macrismo está limpio de peronistas son versiones instaladas de esa forma, que favorecen a alguien y perjudican a alguien. La veracidad de esos comentarios no reclama ser probada porque “lo dice todo el mundo” y con eso parece alcanzar. Así funciona.

También surge una ecuación interesante de la mera observación: los proístas más alejados del poder real están subidos al caballo y los que están cerca, lucen cautos. Es la prudencia del ganador, dicen algunos. Es la diferencia entre los que vieron detrás de la cortina y el resto, dicen otros. Habrá que esperar un poco más.

Siguiendo esa lógica y según los últimos planteos, la pelea de fondo estaría entre Macri y Scioli, como quiso siempre el kirchnerismo. Mientras tanto el ciudadano común, ametrallado a rumores, ordena sus prioridades. A la cabeza de sus preocupaciones figura llegar a fin de mes. Nadie le dice cómo van a levantar el cepo, qué secuelas de esta década golpearán su economía, qué tan decidida será la lucha contra la corrupción, cómo se enfrentará o si se enfrentará la violencia instalada en el país, dado que miembros de ambas fuerzas, sciolismo y macrismo-radicalismo, colaboraron en la redacción del abominable proyecto de Código Penal de clara inspiración zaffaroniana con eje en la perversa doctrina del abolicionismo penal.

Los contendientes, mientras tanto, delinean sus estrategias de campaña, contratan genios del marketing político y  tejen entre ellos, en completa abstracción del deterioro. Esa Argentina ignorante de su sostenido proceso de decadencia se parece a  ”El Jardín de los Finzi-Contini”. Nos plagiamos hasta las desgracias. Y la ignorancia.

Que la muerte de Nisman no sea en vano

Es muy difícil retomar la rutina después de la muerte de Alberto Nisman. Los análisis y las especulaciones electorales suenan inoportunas o intrascendentes. O quizá ambas. En lo personal, se sienten casi como una falta de respeto para quien perdió la vida buscando la verdad. Pero hay que seguir, hasta por él mismo. Esta columna rinde un sentido homenaje a su coraje y compromiso, y hace votos para que la justicia divina compense el bache que está dejando la de los hombres.

Primero que nada, sugiero no dar crédito a ningún trascendido respecto de su muerte porque el aparato de propaganda oficial está trabajando sin descanso para instalar decenas de versiones y trascendidos con el objetivo central, histórico y genético del kirchnerismo: confundir para ocultar.

Con el dolor por la desaparición de un hombre valiente y la desazón de sentir que lo que hacemos a diario no sirve o no alcanza, tratemos de darle sentido a esta muerte injusta. Que Nisman nos arranque del sopor que nos tuvo inmóviles o indiferentes. Hagamos algo útil: decidamos en este instante poner fin al kirchnerismo. Decidámoslo en nuestro corazón primero para que, una vez digerida la idea, la llevemos al plano de la acción. Y la acción puede ir desde elegir ya el candidato que apoyaremos en las próximas elecciones hasta participar en política de manera activa. Entre ambos extremos, todas las opciones intermedias de colaboración valen. Pero es preciso hacer foco en el objetivo y el objetivo es lograr que el FPV abandone el poder, si es que aún estamos a tiempo.

La decadencia a la que hemos llegado debiera alarmarnos: en el Poder Ejecutivo, una mujer acusada de usurpar títulos, acumular una fortuna mal habida y encubrir un atentado terrorista mayúsculo; una persona que nos avergüenza por sus desplantes y sus modales, incapaz de conmoverse con el dolor ajeno. El legislativo, dividido en dos grupos: una tropa de levanta manos sin dignidad, vergüenza ni límite versus un lote de mediocres que, sin querer o queriendo, les hace seguidismo. Y un Poder Judicial infectado de “zafaronianos” dedicados a defender a los delincuentes y, consecuentemente, abandonar a las victimas, celebrando la erosión del principio de justicia.

En esencia, esa es la foto del día.

Esta columna adhiere a la marcha del silencio convocada por los fiscales de todo el país para el próximo 18 de febrero porque es en homenaje al Doctor Nisman y es de buena gente estar en las malas. Hay que recordar al hombre probo que murió buscando la verdad  y hay que acompañar a sus pares. No es tiempo de preguntarle a los hombres de la Justicia qué hicieron antes de la muerte del fiscal, con cuánta decisión resistieron los atropellos de la política o si alguna vez pudieron defender con más firmeza la independencia judicial y no lo hicieron. Hoy hay que estar. La causa de los fiscales es la causa de cualquier argentino y frente al reclamo de que alguien haga algo, parece que uno de los poderes del estado se ha puesto de pie.

Asi lo entendió el foro Usina de Justicia que, a través de un comunicado, adhirió a la movilizacion del 18. “No podriamos estar en ningún otro lugar mientras se honra la memoria de Aberto Nisman” dijeron sus integrantes. Interesante reflexión para quienes dudan entre asistir o no. Pero además, sugieren la instancia internacional como garantía de imparcialidad.

Tras el fracaso rotundo del Poder Legislativo que a lo largo de treinta años no ha representado a nadie más que a sus propios intereses de cuerpo, las circunstancias hacen que la representación provenga de quienes no son elegidos por la gente, y cuya función tampoco es la de representarnos. Pero lo están haciendo en estos dias trágicos de la Argentina y bienvenidos ellos.

Sin embargo, es importante señalar la diferencia entre las marchas y esta marcha. Si la resistencia general a tanto desmadre se percibiera contundente, no habría que descartar que el Gobierno apelara a la “conmoción interna” como excusa constitucional para pegar un tirón a la cuerda. Próximo a las elecciones, el desorden urbano sería un escenario casi deseable para el kirchnerismo. Si la gente todavía no ha entendido que salir a la calle no le sirve políticamente más que al poder instalado, tiene el espejo de Venezuela donde mirarse. Hace años que sus habitantes salen por millares y, aún más bravíos que los argentinos pues se enfrentan al chavismo con un coraje que los lleva presos, no consiguieron limar a la dictadura. 

Entonces, es imprescindible no darle motivos al kirchnerismo para ninguna reacción porque son realmente hábiles levantando la apuesta. Que no tengan de qué quejarse; que deban inventarlo pero no le hagamos el juego porque, a pesar de los optimistas que los ven de salida, siguen teniendo la sartén por el mango. Si el desorden ganara la calle estarían encantados de declarar estado de sitio. Hay que acompañarlos a la puerta pero, ahora sí, con la inmerecida paciencia que supimos tenerles todos estos años.

En este momento crítico del país, en el que se necesita con desesperación estrechar filas y curar las heridas que nos hemos hecho unos a otros, una fuerza emerge tras la consigna de representar el antiperonismo. Con ese planteo ¿hacia dónde está empujando al voto peronista?  ¿Quién necesita otra expresión sectaria en la sociedad? ¿Qué suma de novedoso al sectarismo K? La Argentina no necesita un sectarismo de distinto signo al presente sino una convocatoria amplia, con grandeza para aceptar a todos los que estén dispuestos a volver al estricto cumplimiento de la ley. 

Que la perplejidad, por completo razonable frente a la atrocidad, se transforme en convicción profunda y nos despierte. Necesitamos argentinos avergonzados por lo que nos pasa, lúcidos para ver las trampas del kirchnerismo y sus aliados, maduros para elegir lo que nos conviene a todos más que lo que preferimos en casa y decididos a abandonar el pozo.

La política nos reclama

El que esté harto que levante la mano. El que esté desganado, también. El que crea que la política hace años se volvió una calesita, el que se aburre de leer los mismos comentarios sobre los mismos temas de parte los mismos opinólogos; los que sean capaces de adelantar lo que van a decir la mayoría de los entrevistados en la televisión porque descubrieron hace rato que se trata de paupérrimas escenificaciones protagonizadas por un puñado de abonados que se plagian a sí mismos; que levanten la mano aquellos a quienes les cuesta más cada año renovar expectativas de cambio; los que dejaron de leer los diarios con avidez y solo los hojean porque están seguros de no sorprenderse con nada bueno; los que miran la realidad y fruncen la nariz, y la calificarían de menos de lo mismo; los que votan más porque es obligatorio que porque es un derecho; los que reconocen enseguida las frases hechas, los lugares comunes de la política y las expresiones de deseo que suelen ir siempre en dirección contraria a la realidad; y también levanten la mano los que tienen miedo a la delincuencia y al futuro, porque ambos lucen desmadrados; los que creen que nadie toma decisiones, y que si nadie se anima ni asume riesgos las cosas no cambian más que para peor.

Esta nota va dirigida a todos ellos; a los que sienten que la mediocridad de los funcionarios públicos no los representa, como no los representan las opciones exhibidas en la góndola de los partidos. Esta nota va dirigida a los que trabajan con seriedad, a los que estudian con ahínco, a los cumplidores, a los que tienen palabra, a los decentes, a los que madrugan, a los que pagan sus cuentas y a los que tienen por costumbre decir la verdad, que son millones. El mensaje para esos disconformes es que no son pocos y que está muy bien que no se sientan representados por los políticos de la calesita, porque esos se representan entre ellos pero no a nosotros. Y está muy bien que rechacen a la casta empresaria argentina que hace negocios con los de la calesita y que con sus dineros, dudosamente multiplicados, sostienen a los peores en los lugares de decisión. No puede haber nunca entendimiento con ellos porque somos líneas paralelas. No van a cruzarse ni a coincidir nunca. En nada. Por suerte.

La grieta social que el kirchnerismo produjo existe pero debería haber sido entre esos agentes de perdición y los demás. Pero no. La grieta K es una grieta perversa; es entre los que están con ellos y los que no pero tan perversa es que nadie puede delimitar con precisión por dónde va la línea divisoria; quiénes más, además de ellos, son “ellos” también. Mientras tanto, destruyen. Unos por acción, otros por omisión. Los tres poderes del Estado están en jaque: el Ejecutivo, con una Presidente acusada desde usurpar un título universitario a ser propietaria de dineros mal habidos; el Legislativo, por sesionar poco y nada y bailar al compás de los caprichos de Cristina Kirchner, una conducta vergonzosa que deberá estudiarse en el futuro como la complicidad de los representantes del pueblo en la destrucción de las instituciones; y el Judicial, por estos días se ve claramente, como un poder que ejerce muy cada tanto su imprescindible independencia, con escasas dosis de coraje y que viene convalidando, salvo honrosas y aisladas excepciones, el latrocinio.

¿Qué persona de bien puede sentirse representada por alguno de estos modelos? Bienvenidos los hartos porque las medias tintas, los “y, bueno, los argentinos siempre fuimos así” nos trajeron hasta acá. La cuestión es qué se hace con la desazón. Salir a la calle está probado que no sirvió. Cuando un régimen se instala la opinión de los ciudadanos pasa a ser intrascendente. Cuba es un caso testigo y, para los que pensamos que aquello es un extremo que se pudo convalidar hace medio siglo pero que hoy sería inviable, Venezuela es el aquí y ahora. Al régimen no le importan las marchas y esas demostraciones masivas no perjudican al Gobierno; las pruebas están a la vista.

En lo personal, 2014 cerró con la iniciativa de formar un foro que fomentara el ejercicio de la buena justicia. Y así nació “Usina de Justicia”. Mentes notables y profesionales prestigiosos se reunieron a pensar el tema. Mi aporte a la reflexión fue preguntar por qué esas neuronas estaban concentradas allí y no participando de las mesas de decisión. Y porque la política se cambia desde adentro agregué: “La política nos trajo hasta acá, la política nos tendrá de sacar”. Hace algunos años, en una esclarecedora charla con Alvaro Vargas Llosa, me dijo que en “nuestros” países, en referencia a Perú y Argentina, es imprescindible que la gente decente, preparada y bienintencionada se involucre con la cosa pública porque de otro modo dejamos el Estado para que lo colonicen los peores.

Esa frase parece una foto de nuestra realidad.  Ya que los hemos dejado va a ser muy arduo desalojarlos. Se trata de personas que llegaron en colectivo a esos escritorios y que ahora se movilizan en aviones privados propios. Van a pelearla como se empieza a ver. Ojo que la bochornosa movida que hizo la Procuradora Gils Carbó para garantizar la impunidad del kirchnerismo, la interna que anuncia batalla campal en el PRO por la sucesión en la Capital o el auto-descuartizamiento de UNEN son solo la punta del iceberg. Pero hay que celebrar que sucedan porque así como la política se cambia desde la política, según dice Carlos Montaner (que algo de dictaduras conoce) los sistemas políticos autoritarios se caen desde adentro. Y agrega: “Solo desde adentro”.

Vaya esta reflexión para los que aún sugieren marchas y otras expresiones aisladas para cambiar el estado de cosas. Claro que no gustan. A Maduro le molesta ver a millones de personas en la calle pero, a diferencia nuestra, los venezolanos están dispuestos a ir a la cárcel y hasta a morir por la causa de la libertad. Cómo será que molesta a los burócratas la sola visión de individuos manifestándose pacíficamente que el kirchnerismo y el macrismo quieren judicializar esa acción. De uno se entiende. Del otro, cuyos dirigentes suelen viajar a Caracas para acompañar a los manifestantes, es inexplicable que quieran que eso que apoyan allá, sea delito acá. El kirchnerismo permitió y alentó la toma del espacio público durante una década porque jaqueaba a un amplio sector de la población que retrocedía con temor lógico ante esos forajidos con la cara tapada y palos en la mano. Pero el macrismo se acordó diez años tarde de pedir que eso fuera considerado fuera delito.

La corporación política tiene esos pliegues y complicidades que dejan afuera al ciudadano de a pie. De vuelta: por suerte. Por eso casi ninguna de esas fuerzas políticas hace internas, y se eligen a dedo entre ellos. Porque son estructuras poderosas donde se premian cualidades distintas a las que exaltaría el votante común. ¿No será suficiente lo que nos han limado nuestra calidad de vida, nuestras instituciones, nuestro futuro y nuestro presente? ¿No será tiempo de complicarles la vida a ellos, de decirles “basta” y de tomar sus puestos? La política nos reclama. Este es un llamado de aquí y ahora. Como dice Machado: “Ahora es el tiempo de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde”. Ahora.