“Que se vayan todos! Que se vayan todos! Pero, al final, el único nuevo soy yo”, solía repetir Mauricio Macri recién desembarcado en la contienda partidaria. Y un poco de razón tenía. En verdad, allá en el comienzo del siglo algunos nuevos más se sumaron pero cierto es que los “viejos” volvieron todos.
La fuerza que lideró el millonario fue una esperanza concreta que emergió con una energía directamente proporcional a la expectativa que generó. Para mejor, su idea-fuerza era “Somos jóvenes y nunca militamos”, con lo que venía a distinguirse de los no tan jóvenes y profesionales de la rosca política. Con esas dos banderas obtuvo la adhesión de un par de generaciones que, con él, se inauguraron en esto de la participación en la cosa pública.
Luego, cerca de alcanzar el ejercicio del poder real, Macri incorporó otro slogan: “Lo importante es la gestión”. Esa mirada de la tarea que le esperaba y una debilidad expresa por el marketing político marcaron sus administraciones. Emprender actividades de alta visibilidad y comunicarlas con el sello de su gurú estrella vinieron de la mano y cruzaron toda la era amarilla. Continuar leyendo