(Nota escrita en colaboración con Eliana Scialabba)
Hacia fines de 2013 se aceleró el deterioro macroeconómico. Signo de esto fueron la fuerte caída de las reservas internacionales que llegaron a un mínimo de 28.000 millones de dólares; la “explosión” en la emisión monetaria para financiar al Tesoro y la – consecuente – suba de la tasa de inflación, la cual profundizó la brecha entre la inflación oficial (Indec) y la “real”.
En este escenario, y con el objetivo de tranquilizar a los agentes económicos, en el mes de enero el Banco Central devaluó el tipo de cambio, el cual pasó de $6,52 a $ 8,01, y se profundizaron las trabas a las importaciones con la finalidad de evitar que sigan saliendo dólares del país, medida que también terminó mal con la reciente multa de la OMC por las trabas impuestas al comercio y al incumplimiento de los contratos comerciales firmados.
Si bien se habla mucho de las variables mencionadas, la principal causa del deterioro macroeconómico es el enorme déficit fiscal, cuya solución no se encuentra en la agenda de corto plazo de la gestión de esta administración: para el equipo económico, el gasto público debe compensar la caída de los restantes componentes de la demanda (consumo, inversión y exportaciones) a “cualquier precio”.