Por: Mariano Carpineti
(Nota escrita en colaboración con Eliana Scialabba)
Hacia fines de 2013 se aceleró el deterioro macroeconómico. Signo de esto fueron la fuerte caída de las reservas internacionales que llegaron a un mínimo de 28.000 millones de dólares; la “explosión” en la emisión monetaria para financiar al Tesoro y la – consecuente – suba de la tasa de inflación, la cual profundizó la brecha entre la inflación oficial (Indec) y la “real”.
En este escenario, y con el objetivo de tranquilizar a los agentes económicos, en el mes de enero el Banco Central devaluó el tipo de cambio, el cual pasó de $6,52 a $ 8,01, y se profundizaron las trabas a las importaciones con la finalidad de evitar que sigan saliendo dólares del país, medida que también terminó mal con la reciente multa de la OMC por las trabas impuestas al comercio y al incumplimiento de los contratos comerciales firmados.
Si bien se habla mucho de las variables mencionadas, la principal causa del deterioro macroeconómico es el enorme déficit fiscal, cuya solución no se encuentra en la agenda de corto plazo de la gestión de esta administración: para el equipo económico, el gasto público debe compensar la caída de los restantes componentes de la demanda (consumo, inversión y exportaciones) a “cualquier precio”.
Ante la imposibilidad de conseguir dólares, el gobierno se dedicó a financiar este enorme agujero fiscal con emisión monetaria, retroalimentando la inflación y la retracción económica, y generando mayor necesidad de erogaciones gubernamentales.
Si miramos retrospectivamente, en 2011 el déficit fiscal alcanzó el 1,7% del PBI, mientras que para 2013 casi se duplicó, llegando al 3,2%. Y el panorama se vuelve más sombrío para 2014: según estimaciones privadas el año cerrará con un rojo de 4% del PBI, cifras que no se verificaban desde la década del ’80.
Este incremento del déficit fiscal, se da principalmente como consecuencia del aumento en los subsidios, los cuales en el último año aumentaron un 34% y se estima que durante 2014 se expandan un 56%, a pesar del “recorte” anunciado por el Ejecutivo a comienzo del año.
Frente a este escenario, el Banco Central – única fuente de financiamiento con la que cuenta el gobierno – deberá emitir un monto cercano a los 150 millones de pesos para terminar de cubrir sus erogaciones programadas por el Tesoro, lo que sin duda acelerará fuertemente la inflación hacia finales de año.
Sin atisbo de moderación, sino todo lo contrario, la devaluación de enero sólo fue el comienzo del movimiento cambiario, a pesar de la “pax” de los meses posteriores. El tipo de cambio continuará su senda ascendente, debido a que debe acompañar la suba de precios originada en el exceso de emisión de dinero para financiar al Tesoro.
Y por más que desde Economía quieran bajar las tasas de interés para “reactivar” la actividad económica, en un contexto como el descripto serán necesarios mayores incrementos, con el objetivo de “quitar pesos de circulación” y evitar que la brecha cambiaria con el mercado paralelo continúe incrementándose: sin lugar a dudas, la dinámica originada por la política fiscal “ultra-expansiva” constituye un círculo vicioso del que el gobierno no sabe cómo – o no quiere – salir.