Hubo un tiempo en que a los ancianos de la tribu se los veneraba, y a los hombres que dejaban un legado se los recordaba con admiración. Su memoria perduraba a través de las generaciones. Se daba su nombre a una plaza o alguna placa los recordaba. Y si lo que se quería recordar era de gran importancia, o se quería condecorar a un grupo de personas, se construía un monumento.
Así nacieron tantos monumentos que honran no sólo a quienes representan, sino también a quienes los idearon y construyeron.
Es el caso de los monumentos del Centenario: seis grandes conjuntos escultóricos y otros más pequeños, ubicados en las avenidas Alem y del Libertador, en el bajo de la ciudad de Buenos Aires.
Son testigos de la inmensa afluencia de inmigrantes que dieron origen a la Argentina, pues gracias a ellos llegó a ser el país que fue. Estos monumentos, donados en homenaje a nuestro país, quedaron allí en memoria de nuestros inmigrantes y forman parte del paisaje ciudadano.
Un caso particular lo constituye el de los italianos —con sus 15 estatuas ciclópeas y otras esculturas, construido en mármol de Carrara—, que se ubicó en la plaza Colón, frente a la Casa de Gobierno.
En este caso, fueron los propios habitantes del país, nacidos en el extranjero, quienes pagaron de su bolsillo este homenaje a la nación. Pero tal parece que no merecen ser recordados.
En marzo de 2014, el Gobierno nacional se comprometió, mediante un convenio con la ciudad, a reconstruirlo en el espigón frente a Aeroparque. Ha pasado ya un año y medio, y no construyeron nada de lo que prometieron. De hecho, jamás se iniciaron los trabajos de reconstrucción. Por lo cual, la idea inicial de trasladarlo ha quedado en el olvido. Continuar leyendo