Sus majestades y sus excelencias satánicas

No podría afirmar cuánto tiempo llevaban golpeando la puerta, ni siquiera diría que el sonido de los golpes logró despertarme, pero me sacó del profundo estado de inconsciencia en que había pasado las últimas horas. No sentía las piernas ni los brazos, pero sí un cúmulo de punzadas, tambores, aguijonazos, en el interior de mi cabeza.

Levanté un párpado y dirigí la mirada a la puerta, alzando el hilo de voz que logró salir de los pulmones.

—¿Quién es?

—Abra la puerta, es la seguridad del hotel.

Recién ahí me di cuenta de que estaba solo. La noche anterior o cuando quiera hubiese cedido a la gravedad para caer desplomado en aquella cama, había estado rodeado de amigos y de una novia de la cual no alcanzaba a recordar el nombre ni la cara (Honky Tonk Woman). Fui hasta la puerta mirando el suelo para esquivar vasos, botellas y algunos trozos de comida. Abrí. Continuar leyendo