El otro día me hizo gracia un disertante espontáneo que defendía los derroteros de la “involución” cubana a lo largo de la friolera de nada menos que 54 abriles, al mismo tiempo que decía simpatizar con los indignados. Le pregunté si no se daba cuenta de la incongruencia, si conocía las reivindicaciones de unos y otros.
Unos quieren gobernar eternamente la isla, al menos ya llevan más que la edad que tengo, que es la medida de “lo eterno” para todos los mortales, y si bien me considero alguien jovial, fuerte y animoso podría admitir, no sin ruborizarme, que ciertamente yo también puedo estar algo “cascado” al mismo tiempo. Mientras que los otros defienden el debate permanente, consideran deficiente una democracia que sólo permite la participación popular en la toma de decisiones cada cuatro años, quieren estar involucrados permanentemente en los asuntos importantes de la sociedad. Consideran que cuatro años es una eternidad para esperar un cambio.