Era muy difícil, luego del 27 de Octubre de 2010 explicar por qué no se era kirchnerista. Era una escena común ver a alguien joven lucir una remera del Nestornauta o Cristina Capitana. Hoy no es tan difícil explicarlo. Dejó de serlo desde el primer cacerolazo del 13 de septiembre de 2012, cuando se habían prendido las mechas de las bombas que están explotando hoy –y posiblemente antes también- y los que no éramos kirchneristas nos dimos cuenta de que no estábamos tan solos.
No sé si fue la devaluación, el aburguesamiento, el haberse acostumbrado a la comodidad de creer que la confianza del voto es eterna, la corrupción desfachatada de Boudou, la fuerza de toro con que embistió Lanata durante dos años, la desidia en la gestión nacional, o la fe en que sus mejores pericias se ven en la adversidad –como incluso en alguna ocasión desde aquí también se ha dicho- o si simplemente el poder degenera y corrompe.