Por: Martín Yeza
Era muy difícil, luego del 27 de Octubre de 2010 explicar por qué no se era kirchnerista. Era una escena común ver a alguien joven lucir una remera del Nestornauta o Cristina Capitana. Hoy no es tan difícil explicarlo. Dejó de serlo desde el primer cacerolazo del 13 de septiembre de 2012, cuando se habían prendido las mechas de las bombas que están explotando hoy –y posiblemente antes también- y los que no éramos kirchneristas nos dimos cuenta de que no estábamos tan solos.
No sé si fue la devaluación, el aburguesamiento, el haberse acostumbrado a la comodidad de creer que la confianza del voto es eterna, la corrupción desfachatada de Boudou, la fuerza de toro con que embistió Lanata durante dos años, la desidia en la gestión nacional, o la fe en que sus mejores pericias se ven en la adversidad –como incluso en alguna ocasión desde aquí también se ha dicho- o si simplemente el poder degenera y corrompe.
Un millón y medio de jóvenes que ni trabaja ni estudia, a los que se les paga para que vayan a la escuela que es gratuita pero que está anteúltima en el índice PISA de calidad educativa; un gobierno peronista en cuyo país el 37,5% de los empleados está en negro; una sociedad en la que con 750 dólares mensuales ya se pasa a ser parte del 25% más rico de la sociedad; donde se devalúa el peso pero el Gobierno espera que no aumenten los precios en pesos; y una concepción de la vulnerabilidad muy corta, en donde se entiende que el problema de la pobreza es sólo un problema de dinero.
En la mañana de ayer, Capitanich retomó la lógica de De la Rua –del 17 de noviembre de 2001, afirmando ante un grupo de empresarios que los argentinos eran tacaños, demasiado ahorrativos- para dejar claro que lo que le quedaba de peronista fue rifado para ser aceptado en la secta que hoy gobierna. Hoy Capitanich es el Maestre de una secta en la que la ideología de “ponerelpechismo” se convirtió en la regla. Ante la duda se golpea el pecho y va para adelante, incluso cuestionando el axioma más esencial del capitalismo moderno: “la base de la inversión es el ahorro”. El mismo señor que empezó convocando a gobernadores y opositores para escucharlos con el fin de intentar establecer acuerdos mínimos.
A su vez con un actor como La Cámpora que serpentea en las sombras operando con una noción fierita de la ética: “lo importante es el poder”, y “cuando tengamos el poder hacemos lo que queremos”. Como si en el camino no dejaran nada. Una noción fierita de la ética que está arruinándole la cabeza a una generación entera de jóvenes que cree que “bancando la parada” o defendiendo lo que sea se puede alcanzar la felicidad de alguien que no sean ellos. Que los aleja de la pregunta más esencial: ¿para qué estás en política?
Semióticamente es interesantísimo analizar los últimos procesos, como su noción de la movilidad social o progreso: para disimular la inexistencia de un proyecto que posibilite la movilidad social le pusieron Progresar a un plan de asistencia social. O bien –algo en lo que los medios han sido cómplices- con la construcción conceptual de que el problema del narcotráfico es la cantidad de chicos adictos y no que el narcotráfico es una organización compleja y peligrosa, donde la adicción generada en sectores vulnerables es sólo uno de los elementos a partir de la cual armó su red de poder e influencia.
Otras trampas lógicas ya no tienen la misma eficacia, hasta el cambio de grilla para poner Paka Paka en lugar de TN, el enemigo era Clarín y ahora el enemigo es un empresario –Aranguren- que compró 6 millones de dólares, que debe ser algo así como lo que gana Messi por mes. Lo critican, explican por qué lo critican y no se dan cuenta de que se están suicidando.
El pasado 27 de enero, Santiago Siri, a propósito del episodio del supuesto hacker que espiaba las computadoras de los famosos y reveló sus fotos íntimas, escribió una columna detectivesca, de buen giro sobre el final, sobre la peor de nuestras devaluaciones: la cultural. Mientras en Estados Unidos el hacker tiene por objeto revelar la información de los poderosos -Gobierno-, acá se hackea para mostrar cuerpos de famosas desnudas. Acá, como señala Siri, el hacker es solo un copo de nieve en la punta del iceberg.
Asistimos a una guerra silenciosa, entre el inevitable paso del tiempo y la pesada dictadura de la mediocridad que impera hoy día. La corporación política está corrompida, devaluada culturalmente, donde hasta el más perejil está dispuesto a ser parte de la espiral del silencio, donde por conveniencia un día se calla una cosa, y al otro día otra y al día siguiente incluso piensan y sienten de manera diametralmente opuesta a como lo hacían –“el fanatismo de los conversos”-.
En Más allá del bien y del mal, Nietzsche escribe que “en tiempos de paz el hombre belicoso se las ha de ver consigo mismo”, pero de otra manera también podríamos decir, que lamentablemente, en tiempos de guerra el hombre de paz se las ha de ver con los demás.
Ser kirchnerista ya no es tan cool porque la validez que les daba el grito y la legitimidad del amontonamiento ya no alcanzan frente a la realidad y el paso del tiempo.