Por: Martín Yeza
En el año 2011 en España surgió el Movimiento 15-M, más conocido como “Los indignados”, inspirado en el panfleto de Stephanne Hessel “Indignaos”. Llenaron calles, generaron comités, explotaron las plazas con proclamas en contra del sistema, el capitalismo y el desempleo. El resultado de eso fue que el Partido Popular de España -conservador- ganara las elecciones.
En Egipto surgió lo que luego se denominó “Primavera árabe”, en la que la novedad fue el uso de las redes sociales para convocar masivamente a los jóvenes para derrocar al dictador Hosni Mubarak. El resultado de este derrocamiento fue que asumió un gobierno de transición que hoy, según ONG’s es mucho más represivo y antipopular que el de Mubarak.
Cabe señalar entonces que estas reacciones y manifestaciones populares fueron poderosos llamados de atención para los ciudadanos y gobernantes del mundo, pero que no necesariamente se transformaron en opciones reales de transformación para sus países. Y es que la indignación tiene límites. El grito, la indignación, la bronca, el odio, la burla; quizás sirvan para hacer catarsis social, pero no necesariamente para evitar que vuelva a suceder lo que no nos gusta.
En Argentina, acostumbrados a las cadenas nacionales que la Presidente daba sistemáticamente todos los días se le hizo una cadena nacional al revés, en donde se reunió una parte importante del pueblo en las calles y las plazas. Así fue que el 13S y el 8N de 2012 fueron hechos bisagra en la expectativa de continuidad del kirchnerismo. Puntualmente se terminó con sus aspiraciones de reformar la Constitución para habilitar un tercer mandato presidencial. También sirvió para que la oposición y quienes éramos críticos del Gobierno Nacional recuperáramos un interlocutor, alguien con quien dialogar política y democráticamente sobre lo que pensábamos que estaba mal luego del poderoso 54% de la Presidente en 2011.
Hoy, a un año de las elecciones de 2015, que marcarán un cambio de rumbo o no en todos los niveles gubernamentales, se está convocando a un nuevo cacerolazo. Si pudiera hablarle a alguno de ellos les diría que si quieren ir que vayan, pero que con eso solo no alcanza, que lo mejor es comprometerse. Participar activamente en un partido político.
El combustible de la democracia no es la indignación, es el compromiso, y luego de tantos años de vapuleo democrático, de tanta fragilidad democrática, lo mejor que podemos hacer en contra de lo que no nos gusta es ser parte de los espacios políticos que nos gustan e intentan representar nuestras demandas en sentido positivo.