La sombra de la pobreza

En 1893 cuando los franceses sitiaban Antananarivo (Madagascar), los sacerdotes del lugar, acorde a su religión, jugaban una partida de un juego parecido al ajedrez para recrear lo que sucedía en el campo de batalla. Decían que de esta manera se favorecía la victoria. Los habitantes del lugar seguían con suma atención el juego de ajedrez más que los esfuerzos de sus tropas.

El debate público desde 2008 ha tomado giros hacia lo intuitivo ante la dificultad por encontrar estadísticas serias que permitan realizar diagnósticos acertados. Uno de los ejes que afecta principalmente, como todo lo que se hace mal, es el diagnóstico sobre la transformación o no que han vivido los sectores más desfavorables de nuestro país.

Hoy la política oficial sobre la pobreza es un combo entre Asignación Universal por Hijo que de universal tiene poco, que fue hecha por decreto e impide a los trabajadores estar en blanco y continuar percibiéndola; Fútbol para todos, que no merece ningún agregado; y el reciente plan Pro.Cre.Ar para suplir un mercado de créditos hipotecarios totalmente devastado producto de la inflación, la informalidad laboral y falta de previsión del crecimiento. También existe un esquema de subsidios al transporte y a la energía que logró que incluso la clase media haya perdido la brújula del valor real de las cosas, y perder el valor real de las cosas impide pensar sobre el valor real de lo que se necesita para vivir dependiendo de uno mismo y no de la mano del Estado cuando no debería ser necesaria.

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Hacia una discusión política superadora

La muerte del relato es la muerte del contrarelato.

Alcanza con poner cualquier programa de televisión para ver a los políticos de cualquier partido que cuando se les pregunta por la inseguridad responden “más seguridad” y que frente a la inflación se dediquen a criticarla mucho y a discutir si es del 9% como dice el Indec o si es del 22,9% como dicen las consultoras privadas y a echarle la culpa a la emisión monetaria. El lenguaje político argentino resulta insuficiente a la hora de ofrecer una ventana que nos muestre cómo queremos que sea el 2016. Se ha institucionalizado un lenguaje de cassette tanto en oficialistas como opositores que oficia como una cortina de hierro a la hora de plantear alternativas que no oscilen en extremos previsibles.

Existe básicamente una agenda, producto de encuestas, en la que todos más o menos podemos coincidir que constituyen sensiblemente problemas para la ciudadanía. Hay dos inamovibles que son desde 2009 materia obligatoria para cualquier político y en donde no existe una posición que escape a la linealidad. Estos dos asuntos son la inseguridad y la inflación: la inseguridad es el primer problema que figura en las encuestas y frente a esto el kirchnerismo durante mucho tiempo dijo que constituía una sensación. La oposición propone, para combatir la inseguridad, “seguridad”. Seguridad que se traduce como más policías, penas más duras, penas para menores y más cámaras en la vía pública que filmen constantemente lo que hacemos. El segundo problema es la inflación: el kirchnerismo aduce que es propia del modelo de “matriz diversificada con inclusión social” -dixit- y el crecimiento económico. Aquí la oposición dice que el problema de la inflación es la emisión de billetes y que si no se emite más no habrá inflación.

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