Por: Martín Yeza
En 1893 cuando los franceses sitiaban Antananarivo (Madagascar), los sacerdotes del lugar, acorde a su religión, jugaban una partida de un juego parecido al ajedrez para recrear lo que sucedía en el campo de batalla. Decían que de esta manera se favorecía la victoria. Los habitantes del lugar seguían con suma atención el juego de ajedrez más que los esfuerzos de sus tropas.
El debate público desde 2008 ha tomado giros hacia lo intuitivo ante la dificultad por encontrar estadísticas serias que permitan realizar diagnósticos acertados. Uno de los ejes que afecta principalmente, como todo lo que se hace mal, es el diagnóstico sobre la transformación o no que han vivido los sectores más desfavorables de nuestro país.
Hoy la política oficial sobre la pobreza es un combo entre Asignación Universal por Hijo que de universal tiene poco, que fue hecha por decreto e impide a los trabajadores estar en blanco y continuar percibiéndola; Fútbol para todos, que no merece ningún agregado; y el reciente plan Pro.Cre.Ar para suplir un mercado de créditos hipotecarios totalmente devastado producto de la inflación, la informalidad laboral y falta de previsión del crecimiento. También existe un esquema de subsidios al transporte y a la energía que logró que incluso la clase media haya perdido la brújula del valor real de las cosas, y perder el valor real de las cosas impide pensar sobre el valor real de lo que se necesita para vivir dependiendo de uno mismo y no de la mano del Estado cuando no debería ser necesaria.
Gobierna un partido que se considera peronista, cercano a los trabajadores, en el que luego de diez años el 34,5% de los trabajadores se encuentra en situación de informalidad laboral y que afecta principalmente a las regiones más vulnerables e inestables económicamente, como las regiones del norte, donde incluso llega al 43,3% y que a su vez afecta principalmente a los jóvenes y a quienes se encuentran culturalmente estigmatizados por la subocupación o condiciones de vida muy adversas.
Cada 100 pesos que recibe un trabajador, 160 son los que expende el empleador y esos 60 de diferencia van a solventar gastos ineficientes del Estado. Y no, hablar de eficiencia no es de derecha, se puede tener una visión humana de los problemas, incluso con intervención del Estado pero con criterios básicos de eficiencia y no pagando la fiesta de subsidios que hay hoy en todos los lugares que ha ido ocupando el Estado. A su vez, producto de las malas políticas de seguridad en nuestras fronteras e internas, se instaló el narcotráfico que con drogas de laboratorio como el paco y la “alita de mosca” se están llevando puesta a una generación de pibes pobres. Según números del SeDroNar mueren dos pibes por semana víctimas del paco -muerte cerebral- en el área metropolitana Buenos Aires.
Quizás es cliché mencionarlo, pero Lula Da Silva, en su artículo “Cuando la sociedad reclama cambios“, recientemente publicado, habla sobre algunos de los ejes de su gobierno y dice: “El primer compromiso que asumí ante el pueblo brasileño fue el de terminar con el hambre en el país. Por su dimensión moral, ésta es una causa capaz de unir a una nación. (…) Yo digo que Brasil empezó a marchar bien porque lo que hicimos fue poner a los pobres y a los trabajadores, es decir, a la inmensa mayoría de la población, en el centro de todas las acciones del gobierno. Los pobres que antes eran vistos solamente como un problema (y para muchos, un problema imposible de resolver) pasaron a ser parte esencial de la solución. Pasaron a ser ciudadanos”.
Si hubiera realmente un compromiso por poner en marcha los motores del crecimiento y la inclusión se prestaría menos atención a que dicen los medios, se intentaría maniatar menos el quehacer cotidiano del Congreso de la Nación y la opinión de un juez de la Corte no debería ser un tema de atención cotidiana. La sombra de la pobreza desvía nuestra atención del esfuerzo que hacen quienes están luchando día a día para ver qué partida están jugando los sacerdotes de la política, haciéndonos creer que por el destino de ese juego nos aproximamos a algún tipo de victoria.