La Argentina es un país en el que los empresarios suelen estar muy mal acostumbrados, no todos, pero sí muchos. Sirviéndose de los más rebuscados pretextos, logran escapar al proceso democrático del mercado en donde los consumidores, mediante su voto llamado compra, deciden en los comicios que se realizan a diario en cada góndola del supermercado, qué empresa perdura y cuál va a la quiebra. Después de todo, ¿para qué convencer a la mayoría de los compradores si directamente pueden eliminar a gran parte de la competencia —la extranjera— convenciendo a un único gobernante?
Esta clase de mecanismo tiene la curiosa particularidad de ser defendido por sus principales víctimas, los consumidores, quienes en gran parte han comprado este discurso de la industria nacional como sinónimo de patriotismo, aunque de esta manera lo único que se logre sean productos de mala calidad y elevado precio, que se encuentran obligados a comprar debido a la escasa competencia. Continuar leyendo