Parafraseando al multifacético músico, autor, libretista y humorista Jorge Shussheim, qué lindo es sentarse en la puerta de un bar y ver a Buenos Aires pasar y pasar mientras tomamos un café solos o acompañados. Allí podemos leer, divagar, hablar de negocios, arreglar los problemas de la humanidad o del club de nuestros amores, dar cátedra de lo que sea y empezar -o terminar- una historia de amor. Costumbre porteña si la hay.
Saludamos la iniciativa del Ministerio de Cultura de la Ciudad de declarar patrimonio intangible de la humanidad al hábito de tomar café pero, además del hábito, hay que tener en cuenta el contexto en el que se da esa arraigada costumbre porteña, ya que no es lo mismo tomar un café en el Tortoni o las Violetas que en cualquier cadena internacional o en casa.