Por: Maximiliano Ferraro
Parafraseando al multifacético músico, autor, libretista y humorista Jorge Shussheim, qué lindo es sentarse en la puerta de un bar y ver a Buenos Aires pasar y pasar mientras tomamos un café solos o acompañados. Allí podemos leer, divagar, hablar de negocios, arreglar los problemas de la humanidad o del club de nuestros amores, dar cátedra de lo que sea y empezar -o terminar- una historia de amor. Costumbre porteña si la hay.
Saludamos la iniciativa del Ministerio de Cultura de la Ciudad de declarar patrimonio intangible de la humanidad al hábito de tomar café pero, además del hábito, hay que tener en cuenta el contexto en el que se da esa arraigada costumbre porteña, ya que no es lo mismo tomar un café en el Tortoni o las Violetas que en cualquier cadena internacional o en casa.
La cultura del café está ampliamente extendida en el mundo y en términos de consumo, la Argentina se encuentra entre los últimos lugares a nivel mundial. Mientras que en EEUU se pide para llevar, en los países escandinavos hay una cultura del café gourmet y en Colombia se bebe principalmente en la casa. Lo particularmente nuestro, lo esencialmente porteño de esta costumbre, es consumirlo en confiterías, bares de barrio, calles y plazas de la ciudad.
Lo que llama la atención a partir de esta iniciativa es que al mismo tiempo que se promueve este “reconocimiento” es la no aplicación efectiva de la Ley de Protección de Cafés, Bares, Confiterías y Billares Notables de la ciudad, que es un marco de protección, promoción y preservación de éstos como parte del patrimonio e identidad de la ciudad, y en la implementación del registro único de bienes culturales previsto en la ley 1227, donde deberían estar incluidos los bares notables.
Durante los últimos diez años, varios cafés y bares notables cayeron en desgracia: los 36 billares, la London City, la confitería Richmond, Café Argós, la Confitería El Molino, entre otros tantos, fueron cerrando sus puertas. No sirve de mucho tener un instrumento, como la ley que mencioné, si se llega tarde. Necesitamos un marco normativo que se adelante a estas situaciones y no que vaya a la cola, para no terminar parafraseando a Cátulo Castillo y Héctor Stampone, llorando por el último café.