Guerra cultural de inteligencia

Escribe Osiris Alonso D’Amomio, especial para Jorge Asís Digital

 

Por sobrevolar su espacio con un rotundo misilazo, Turquía derriba un avión de Rusia. En el mismo martes en que Francia, en su más alto nivel, trata de convencer a Estados Unidos —aliado de Arabia Saudita— de que la manera más eficaz de aniquilar el Estado Islámico (Daesh) es a través de la asociación con Rusia, la principal aliada en la región de Irán (máximo enemigo de Arabia Saudita). Y sostén, junto con Rusia, de lo que queda del régimen de Siria, que aún preside Bashar al Assad, el oftalmólogo.

Los países citados en el párrafo anterior registran, en su totalidad, una coincidencia de fondo: quieren terminar con la aventura del Califato demencial. Un desafío para el conocimiento. Resume la melancolía del falso regreso hacia el siglo XIII, pero a través de los instrumentos más sofisticados del siglo XXI. Combinan el Medioevo con el marketing.
El avión ruso patrullaba la región en conflicto. Bombardeos de posiciones rebeldes que luchan contra Daesh. Pero también, sobre todo, contra Bashar. El oftalmólogo se obstina en la resistencia, en plena destrucción de su país artificial. Pero no quiere terminar como Ben Ali, ni Hosni Mubarak. Menos como Muammar Gaddafi. O Sadam Hussein. Continuar leyendo

Cuentapropistas de la jihad

Asesinatos, sobreactuaciones y fracturas francesas.
París, especial

“11 de setiembre francés”. Exagera Le Monde, título de portada del 9 de enero.
Es el primer anticipo del exceso cultural. De la sobreactuación derivada de los crímenes horribles de los talentosos caricaturistas de “Charlie Hebdo”.
Los Kouachi, dos hermanos desesperados con una buena información (pero con la puerta equivocada). Podían cumplir con la idea de la venganza, que se sugería, acaso, en la revista “Inspire”, de diciembre.
Los miércoles por la mañana solía reunirse la plana mayor de la dirección de Charlie Hebdo. La revista que “injuriaba” al Profeta.
Y sin la logística básica, con la menor infraestructura, sin apoyos ni contactos, apenas provistos de decisión y crueldad, Said y Cherif Kouachi provocaron la masacre. En su huida mataron, casi de paso, a un policía. E iniciaron la fuga intensa y breve que terminó en una imprenta de Dammartin-en Goele.
Mientras tanto otro autorreferencial, Amedy Coulibaly, con un elevado sentido de su figuración, copó la carnicería kasher de Vincennes. Juntó a algunos rehenes y se disponía a resistir.

Franquicias

Suficiente para paralizar París, la ciudad sitiada, mientras se aguardaba que la policía completara su trabajo. Que masacrara a los tres terroristas que representaban el cuentapropismo de la jihad. Tres guerreros alucinados que vengaban al Profeta con autonomía, y sin el menor conocimiento de los jerarcas de los otros dos grupos que compiten por la hegemonía de la jihad. La demacrada Al Qaeda, en principio, y sobre todo el temible Estado Islámico, que desplazó a la banda de Bin Laden del primer plano, a los efectos de transformarla en una suma de franquicias alborotadas, sin conducción e -incluso- hasta sin dinero. Una de las franquicias es de la península arábiga. Con sede en Yemen, técnicamente un país PMA, en el lenguaje técnico de Naciones Unidas. Uno de los Países Menos Adelantados del planeta, que padece una miseria estremecedora y carece -incluso- hasta de petróleo.
En la huida adolescente, uno de los criminales le sugirió a quien le robó el automóvil: “Si los medios te preguntan por nosotros, diles que somos de Al Qaeda, Península Arábiga”.
Por si no bastara, divulgaron también que el operativo Charlie lo había financiado el imán Anuar al Aulaki. Una versión unilateral que contrasta con lo grabado en el “video selfie” por Coulibaly. Dijo haberles “prestado a los hermanos algunos miles de euros”, para concretar la venganza.
En fin, muertos los tres, el presidente François Hollande pudo elevarse como estadista. Y por cadena nacional dijo que Francia iba a reaccionar con solidaridad, unidad y movilización. Para convocar a la emotiva marcha del domingo 11, de la cual se habla hasta el agotamiento en todos los diarios, revistas y canales del mundo.
La cuestión que Hollande puso toda la carne en el asador. Puso a los solemnes estadistas de Europa central. Juntó al palestino Abas y al israelí Netanyahu. Y al presidente de Mali, Ibrahim Keita, ya que siempre un africano completa una primera plana plural.

Osadías del lenguaje

Comparar la docena de asesinatos de Charlie Hebdo, con los miles de muertos del desmoronamiento de las Torres Gemelas es, en primer lugar, una osadía pedante del lenguaje. Pero sobre todo es un error. Implica banalizar la magnitud de los atentados. Denuncia soberbia hasta para la tragedia.

Porque duele aceptar que estos tres jihadistas franceses no pertenecen a ninguna marca registrada. Aunque se descuenta que ni Al Qaeda, que anda a la deriva con el doctor Ayman Al Zawahiri, ni el Estado Islámico, del temible Bagdhadi, iban a desaprobar la acción. Al contrario. Y aquel que se base en la devastación de Yemen para otorgarle cierta magnitud a los asesinatos, debería no abusar de la inteligencia del informado medio. Porque, para que un yemenita banque un operativo terrorista, hay que estar verdaderamente desahuciado. En la lona. Por otra parte tampoco nadie pudo haberlos bancado. Al imán de la referencia lo habían mandado para arriba dos años atrás, y sin siquiera ver de cerca el rostro del asesino perceptible. Lo despacharon con un drone.

Pasiones execrables

La cuestión que Hollande, que venía en falsa escuadra, levantó algunos puntos como estadista. Para organizar un cacerolazo positivamente extraordinario, sin cacerolas, con gente bien intencionada, que suele emocionarse con la idea de la libertad, la fraternidad y la tolerancia, aunque se profundicen las fracturas de la sociedad francesa. Es donde crece y se expande la islamofobia. Una pasión que se retroalimenta recíprocamente con la pasión del antisemitismo.
No basta con marginar del cacerolazo a la señora Marine Le Pen, y su escuadra que crece, hasta en la literatura de Houellebecq.
Aunque unifica ambas pasiones execrables, madame Le Pen es otra beneficiaria de la sobreactuación. El primero es Hollande, que se mantuvo al nivel del desafío. Ambos -Hollande y Le Pen- por acumulación informativa, descuentan también que no se van a detener las acciones individuales. El cuentapropismo de la jihad.
El país cuenta con cinco millones de musulmanes, y menos del uno por ciento adhiere a las alucinantes abnegaciones de la jihad. Los servicios de inteligencia tienen identificados a no menos de 1.500 cuadros que estuvieron en Siria o en Irak. Y 750 de ellos, según nuestras fuentes, volvieron, entre ellos 150 mujeres, alguna casada por internet, y tal vez ya viuda. Entran a Siria y salen como por un tubo a través de Turquía, sobre todo desde la provincia fronteriza de Hatay, por pasadores que les cobran 50 dólares.
Son jóvenes en condiciones de matar, que recibieron adiestramiento militar y que no tienen ningún problema en morir.
Entre tanto prejuicio y fracaso, en materia de integración social, debería contenerse a la islamofobia. Que no eleve ese menos del uno por ciento.

Noción del otro

Al cierre del despacho, un actor transgresor y antisemita, Dieudonne, escribió en su cuenta de facebook “Je suis Charlie Coulibaly”. Y ahora Dieudonne debe comerse una querella. El límite a la libertad de expresión lo marca el Código Penal.
Pero antes del punto final, un camarero musulmán, Adib, en Montparnasse se nos queja. “Si los dibujos ofendieran a los judíos nadie sería Charlie”.
Ocurre que los musulmanes no lograron, todavía, que los ampare ninguna ley que condene la islamofobia.
Y trasciende que el miércoles, en Charlie Hebdo, volverán a burlarse del Profeta. Con las caricaturas celebratorias.
Debe protegerse, en nombre de la tolerancia, el ejercicio de la libertad del creador que ofende -sin reparos- la sensibilidad del otro. Con el exclusivo riesgo de ser asesinado.
Lamentablemente el mundo no es como uno lo cree. O lo quiere.
El otro. Ese otro que equivocadamente existe. Al lado nuestro y con sus creencias. En el metro, en la calle, en el mercado, en el bar.

Piketty, Kicillof y Macron

Equiparación legítima aunque Argentina no entre en la pantalla.

escribe Bernardo Maldonado-Kohen

París

“Le capital au XXIe siècle”, de Thomas Piketty. 950 páginas. Biblia inagotable de la economía. Libro sustancioso, fundamentado y erudito, que recurre con habilidad al auxilio de la literatura. Sobre todo para explicar las claves del XIX, a través de novelistas como Jane Austen y Honoré de Balzac.
Piketty consolida al lector informado en una verdad que conoce, sabe o sospecha. Que la desigualdad, a este ritmo, va a ser creciente, “ya que el capitalismo genera desigualdades arbitrarias”. Que la concentración de la riqueza se acelera. Que “la tasa de retorno sobre el patrimonio es mayor que la tasa de crecimiento”. En fin, que las diferencias sociales, al agudizarse, amenazan con perjudicar los “valores meritocráticos”. Los que inspiran las sociedades democráticas.
La aplicación efectiva de alguna de las sugerencias impositivas de Piketty derivó en un severo desastre para Francia.
Innumerables ricos franceses abandonaron sin contemplaciones la tierra de la “libertad, igualdad y fraternidad”. Para instalarse en algún cantón de Suiza, en alguna ciudad de Bélgica o de Inglaterra. El sentido de la solidaridad, cuando es compulsivo, se desvanece. Consta que el gran negocio de la hora es comprar los bienes inmobiliarios de los franceses que aun deciden marcharse.
El exilio fiscal prospera. Para algarabía de los inversores rusos, los chinos que se proyectan o los dispendiosos quataríes. Se apropian de edificios emblemáticos, de hoteles, cafés, clubes de fútbol.
De todos modos, las transgresiones racionalmente impositivas del exitoso Piketty aún entusiasman a determinados sectores suicidas del Partido Socialista. Patriotas que prefieren aferrarse a la mortandad de sus ideales. Y que no se resignan a ajustarse en la utopía de la austeridad, adoptada -una manera de decir- por la Unión Europea. Una forma elegante de referirse a la hegemónica Alemania, que se recuperó por tercera vez en un siglo, y se impone como el estado más poderoso de la Unión.
La conjunción de malentendidos teóricos, tétricos y políticos deriva, transitoriamente, en el pragmatismo de Emmanuel Macron. Es el nuevo ministro de Economía francés. Un socio-liberal formado en la Banca Rotschild. Ideológicamente más cercano al alemán Schroeder que a cualquier socialista francés, Hollande o Fabius o Jospin incluidos. Ampliaremos.

En el nombre de Marx y de Keynes

Como vocinglera integridad, América Latina, en bloque, cansó.
Entonces no debe asombrar a nadie que Argentina no entre en la pantalla, ni registre el menor peso en la balanza. Que carezca de visibilidad, de prestigio y, sobre todo, de interés. Sin embargo no sería para nada demencial, ni siquiera forzado, equiparar a Piketty con Axel Kicillof. Dos teóricos con muchos aspectos en común, ostensiblemente diferenciados por los países que representan.
Después de todo, ambos ejercieron la docencia y tienen la misma edad. 43 años. Y si en la obra de Piketty se encuentra implícitamente presente “el capital” de Carlos Marx, en la obra menos valiosa y reconocida de Kicillof -tildado de marxista- está muy presente Lord John Maynard Keynes.
En el nombre de Marx, como en el nombre de Keynes, suelen cometerse graves desatinos históricos. Por elevación del concepto de “dictadura del proletariado”, o tal vez por tomar demasiado en serio la fábula de la lucha de clases (Marx). O por la sobrevaloración ficcional del rol del Estado protector (Keynes).
Piketty mantuvo la esclarecida visión de mantenerse en el plano académico. Hasta alcanzar la consagración editorial cuando su Biblia fue traducida a la superioridad del inglés. De rebote, Piketty pudo después aprovechar los beneficios del eco y ser revalorado, en adelante, en francés. Donde sus teorías -cabe consignarlo- asombran menos. Ya que se lo conoce (o se lo padece) más. Peor aún, hasta se lo culpa.
En cambio Kicillof tuvo la suerte relativa de lanzarse a teorizar con altivez en una Argentina patológica, inmersa en la piadosa desorientación intelectual. Hasta ser designado, en medio del vacío, ministro de Economía. A los efectos de hacerse cargo de la quiebra de un gobierno de inspiración peronista, ya casi caído en la banquina, aunque ostente cierta prepotencia ejemplar.
Más allá del plano verbal, en Argentina no abunda mayor espacio para el lucimiento de un post keynesiano como Kicillof. Que, por si no bastara, no es corrupto. Apenas acumula sueldos. Pero debe responsabilizarse por rescatar del abismo a una administración banal y venal. De moral derruida, surcada por la excelencia unánime del despojo.
Con una recesión extraordinaria y una inflación indetenible. En plena estanflación el teórico postkeynesiano supone, para colmo, que el monstruoso “gasto público” es un pretexto que esgrime el neoliberalismo para acabar con el Estado. El muchacho descree, aparte, de la gravedad del déficit fiscal, que le marcan los “papagayos de la ortodoxia”. Tampoco el muchacho cree que la desesperada emisión de billetes garantice la eternidad de la inflación. Un panorama que mantiene asegurado el destino de colapso.
Mientras Piketty factura la gloria editorial y se colma de euros, propiedades y mitos, Kicillof emerge como el gran culpable, ante la historia, del fracaso incandescente que lo espera.
De todos modos, como teórico, en la Argentina donde todo termina mal, Kicillof podrá tener derecho a una revancha. En quince o veinte años. Cuando tenga más experiencia y los golpes le reduzcan la soberbia.

El socio-liberal

Por su parte, el flamante ministro Emmanuel Macron es incluso seis años menor que Piketty y que Kicillof.
Es un joven instruido, pianista vocacional, sin grandes ambiciones teóricas. Pero ideológicamente es antagónico.
Está puesto por Hollande, acaso, para reparar las sugerencias inteligentemente atroces de Piketty. Y para concretar la abnegada pasión por el recorte que le reclama la señora Merkel. Con tijeretazos que encarna el propio Hollande, junto a la frontalidad del primer ministro Manuel Valls. Otro socio-liberal.
En la Banca Rostchild -a la que tal vez aún representa- Macron supo ganarse sus primeros tres millones de euros. Este social-liberal de Amiens se propone una faena similar a la de Kicillof: consiste en adosarle un poco de confianza a una administración devaluada.
Macron debe sobrevivir a los cuestionamientos ingenuos que le marcan, desde la pureza ideológica, dirigentes de la magnitud de Arnaud Montebourg o Martine Aubry. Ambos reiteran la dinámica triste de una izquierda que se resiste a suicidarse en el pragmatismo que los aproxima a la derecha.
Hoy Montebourg compite con el primer ministro Valls por sostener la presidencia que a los socialistas les costará mantener.
Hollande también tiene derecho a presentarse para la reelección. Pero el pobre convive con deseos lógicos de refugiarse entre los cascos de su pueblo. O entre los brazos de alguna problemática mujer. Viene perseguido por el desgaste paulatino en los sondeos, por la mala suerte y -cuando no- por una mujer, madame Valerie Trierweiler. Desde un libro más resonante que el de Piketty, Trierweiler le pasa la factura contundente. Por la humillación y el casco del escándalo.

Final contra Marine

Sigilosamente Francia se corre hacia la derecha extrema. Aunque hoy renovada. La encarna Marine Le Pen.
Con astucia femenina, Marine emite los mensajes de convivencia inconvincente, hacia los socialistas. Insta a seducirlos con una posible cohabitación.
A esta altura del despacho puede descontarse el armado de otra versión de la alianza necesaria. La del socialismo que no acierta, con la derecha más presentable. La que representa el acosado (por la justicia) Nicolás Sarkozy. La alianza mantiene el objetivo de dejar afuera, acaso por última vez, al Frente Nacional. Al lepenismo que se expande. Y ya le disputa los sufragios proletarios a la izquierda.
Después de todo, cuando en 2007 el socialista Lyonnel Jospin se quedó electoralmente fuera del juego, la izquierda ya tuvo que taparse la nariz y sufragar por Jacques Chirac. Entonces fue para espantar al padre de Marine. Jean Marie Le Pen.
Para frenar el ascenso de Marine, en la segura segunda vuelta, aún lejana, los socialistas tendrán tal vez que inclinarse, acaso con el mismo gesto, por Sarkozy.

Egipto: la democracia imposible

Golpe técnico militar o islamismo de estado.

escribe Osiris Alonso D’Amomio

La pomposa “primavera árabe”, a través de sus manifestaciones románticamente sociales, sirvió en Egipto para derrocar el autoritarismo sombrío de Hosni Moubarak. Pero produjo, en simultáneo, una aceptable acotación a la democracia. Al proporcionarle -a la democracia- un riesgoso certificado de inutilidad práctica. El carnet triste del fracaso.
El retroceso golpista deja a su sociedad en una encerrona filosóficamente trágica.

Continuar leyendo