En Nigeria ver el Mundial puede llevar a la muerte

El mundial tiene la capacidad de producir efectos que nadie ni nada logran: hipnotiza a las masas y eclipsa problemas sociales y políticos de máxima preocupación. Sin embargo, también pone en el mapa a países de los que se sabe poco y nada y que, de la noche a la mañana, parecen más cercanos por el sólo hecho de ser adversarios durante 90 minutos.

Así, el partido de hoy nos hace mirar por un momento a Nigeria, el nido de las Súper Aguilas Verdes. En el país más poblado de África, arde el fervor por el fútbol y se cultiva la costumbre de ver los partidos en grandes multitudes que se reúnen en bares, cines o lugares en la vía pública especialmente acondicionados para el evento. Pero esta tradición -que se basa también en la falta de acceso a un televisor o a la luz eléctrica por gran parte de la población- tuvo que ser censurada por el gobierno y es especialmente desaconsejada por los servicios de inteligencia de los países occidentales. Las amenazas del grupo terrorista Boko Haram, que lleva asesinadas a más de 3 mil personas en los últimos 5 años y que se hizo mundialmente conocido por el secuestro de más de 200 estudiantes, hace que ver el partido de hoy pueda significar ser asesinado por solo el hecho de mostrar interés en este deporte.

“Boko Haram” significa “la educación occidental está prohibida” y sus seguidores, al mando del sádico, petulante y cruel Abubakar Shekan, pusieron al fútbol entre sus enemigos. Así, consideran que este deporte es “anti islam” porque frivoliza a los fieles, los aleja de la religión y porque su vestimenta, que deja ver la piel de encima de la rodilla, es ofensiva. Con estos argumentos justifican un terror generalizado sostenido sobre un historial sangriento. Sin ir más lejos, el atentado suicida en un bar en el estado de Yobe durante el partido de Brasil contra México que mató a más de 20 personas e hirió a cerca de 40 -la mayoría jóvenes y niños- y los sucesivos ataques similares durante partidos de otros campeonatos anteriores al Mundial que se cobraron cientos de vidas.

Esto sucede no sólo en Nigeria, sino también en países del continente como Kenia, Uganda y Somalia, donde operan también otros grupos extremistas, entre ellos, el Frente Islámico Somalí y al-Shabab. Detrás de estos sus actos crueles, desquiciados e incompresibles, que ni Al Qaeda aprueba, no está la religión como ellos abogan. El Islam no proclama el terror así como tampoco el cristianismo avala el asesinato de musulmanes que son luego devorados en actos de canibalismo público, como ocurre también en ese país y que pueden verse incluso colgadas en Youtube.

Así como en América Latina grupos terroristas utilizaron a la ideología como excusa para llevar adelante sus crímenes, de modo similar, estos grupos que operan en África se escudan en la religión, las disputas étnicas, territoriales o jurídicas para intentar justificar lo injustificable. Sin embargo, lo que está por detrás de su accionar son intereses económicos: la disputa por el poder que permite manejar las arcas de uno de los Estados más corruptos del planeta, según Transparencia Internacional.

Hoy, Nigeria es la primera económica de África, aún por encima de Sudáfrica. Pero las enormes riquezas provenientes del gas y del petróleo, de las telecomunicaciones o de “Nollywood”, una industria más voluminosa aún que Hollywood -segunda en el mundo después de la India- y que compone parte de los 510.000 millones de dólares de su PBI, quedan en pocas manos. Nigeria es un sórdido de ejemplo del extremo al que pueden llegar la corrupción y la desigualdad. Las fortunas más grandes del continente conviven con la miseria más extrema donde el 70% de la población sobrevive con menos de dos dólares por día, con un alto desempleo entre los jóvenes y el peor nivel de analfabetismo de toda África, especialmente en el norte donde la miseria se multiplica con respecto al sur.

Nigeria es además uno de los grandes centros mundiales de trata de personas. La pobreza y el terrorismo están haciendo crecer este fenómeno del que es difícil tener cifras oficiales, pero que se estima que sufren 50.000 niños y mujeres cada año, que son vendidos a redes de prostitución. Y como si fuera poco, ahora también se abre otro negocio que pone a África como nueva ruta del narcotráfico hacia Europa. Todos estos males (la corrupción, el desencanto, la falta de perspectivas, el abuso, la desigualdad, la pobreza y la ignorancia) son funcionales a grupos como Boko Haram y el caldo de cultivo del que se nutre a sus filas.

¿Esta realidad termina afectando el juego? Según el técnico de la selección nigeriana, Stephen Keshi, la respuesta es que sí. Sus jugadores sienten temor y preocupación por el destino de sus familias y seres queridos que quedaron en casa. Porque Boko Haram sigue matando. Ayer, una serie de atentados dejaron cuatro decenas de muertos en las calles.

Pero no todos sufren. La realidad es distinta para los millonarios de la corrupción, que no son sólo los políticos sino también líderes religiosos como presidentes de asociaciones cristianas y obispos. Varios de estos últimos integran el famoso “club de los pastores obsesionados por los jets” (llamado así por los aviones que coleccionan). Así, mientras varios pueblos africanos padece carencias básicas, terror y violencia al extremo y no pueden ni siquiera mirar un partido de fútbol sin el temor a ser asesinados, la hija del presidente de Angola, Isabel Dos Santos, una de mujeres más ricas del mundo, con una fortuna de 4 mil millones de dólares en negocios en petróleo, diamantes y telecomunicaciones mira la realidad de su continente desde la comodidad de Londres. Por estos días fue noticia en la revista brasileña VEJA por haber invitado a 600 amigos suyos a varias ciudades de Brasil para ver el Mundial. Obviamente, con todos los lujos pagos.

Qué hay detrás de #BringBackOurGirls

#BringBackOurGirls. El hashtag que pide la liberación de las más de 200 niñas secuestradas en Nigeria dio la vuelta al mundo y apareció en manos famosas y poderosas como las de la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton; la primera dama estadounidense, Michelle Obama; el primer ministro británico, David Cameron; la periodista de CNN, Christiane Amanpour; el cantante Chris Brown; la actriz, Angelina Jolie y el Papa Francisco, entre muchos otros. ¿Qué tuvo esta causa que logró acaparar la atención? ¿Cómo se sumó la voz de tanta gente? ¿Logró algo esta campaña? Más allá del dramatismo de la situación, de los días de horror que están viviendo esas niñas y del destino infernal con el que las amenazan, la realidad es que esta es una más de las tantas historias de sangre e injusticia que circulan casi a diario en territorio africano. En buena hora que el secuestro de estas estudiantes pueda gozar de la atención y simpatía de alguna parte del mundo. En mala hora, todo el resto de voces que no fueron, no son, ni serán escuchadas nunca.

Porque el grupo fundamentalista y sanguinario Boko Haram no es único ni es nuevo. Fundado en 2002, su historia criminal se desató en 2009, cuando lanzó operaciones militares para la creación de un Estado islámico. Desde entonces, su accionar ha afectado la vida de más de 3 millones de personas y, tan sólo en lo que va del año, llevan asesinadas a 1500. El terror, el secuestro y la muerte es el único lenguaje que conoce este grupo que se nutre de la desesperación, la falta de futuro y la ignorancia de la gente que termina engrosando sus filas y reproduciendo métodos de crueldad extrema, frente a la falta de cualquier otra alternativa. “Boko Haram” o “la educación occidental está prohibida”, como sería su traducción del Hausa, fue catalogada por EE.UU como una “organización terrorista” en 2010, frente a la sospecha de que están vinculados a otros fanáticos radicalizados del Magreb, como Al Qaeda, bajo el objetivo común de atizar una yihad a nivel global.

Boko Haram ahora tiene a las chicas. Las tiene desde el 14 de abril, pero no fue hasta mayo que la noticia logró despertar la indignación internacional. En tanto, mientras al oeste del mundo nos sacábamos selfies con el cartelito del hashtag, el horror no se detuvo. La semana pasada, Boko Haram irrumpió con sus camionetas, sus armas de guerra y su voracidad en la ciudad nigeriana de Gamboru Ngala y arrasó con el pueblo entero. El centro quedó totalmente destruido e incendiado. Quemaron más de cien vehículos, para dejarlos incomunicados, y asesinaron a sangre fría a 375 residentes disparando a mansalva en el mercado y otros puntos de alta concentración de público de todas las edades. Pero muy pocos supieron lo ocurrido. Nadie pudo conmoverse con el testimonio de estas familias quebradas y abandonadas por su gobierno porque la historia no se contó ni en Nigeria. Sólo un periodista de la prensa extranjera logró llegar al lugar escoltado por cuarenta vehículos de seguridad, armados hasta los dientes, para hacer un recorrido de solo 30 kilómetros pero con rutas cortadas y puentes volados para impedir el acceso. Sin embargo, al llegar, el dolor y la indignación sin fin de los desafortunados los obligó a huir de la zona. Esos pobladores no están acostumbrados a que las visitas traigan buenaventura.

Gamboru Ngala4

¿De quién es la responsabilidad? Los primeros que no hacen mucho para cambiar la suerte de los nigerianos son quienes los gobiernan. La corrupción, la codicia y las luchas internas por el poder, de cara a las elecciones del año próximo, tienen a la clase política abocada a la mezquina tarea de ver quien se perjudica y quien se beneficia con todo esto, más ahora que tienen la inédita atención de las cadenas internacionales encima y que las bocas glamorosas de Hollywood pronuncian el nombre de su país.

¿Qué posibilidades hay de que estas chicas sean liberadas? Es difícil saberlo a ciencia cierta. Tal vez algunas puedan lograr su libertad en un intercambio de prisioneros o gracias a alguna solución brillante, que aún está lejos de aparecer. Los expertos son poco optimistas. Ningún espía ha logrado infiltrarse jamás en las filas de Boko Haram. Sin embargo, los servicios secretos nigerianos están plagados de informantes que sirven a ese grupo. Jacob Zenn, uno de los especialistas sobre Boko Haram que más los ha estudiado, calcula que la situación de las niñas rehenes puede consumir diez años en resolverse realmente.

¿Sirve de algo la campaña mediática? Depende del sentido que le demos a esta pregunta. Podríamos pensar que siempre es positivo que un asunto como este sea atendido y que cuente con la solidaridad y el apoyo de miles de personas, sobre todo si éstas son influyentes. También es destacable que se trata de una campaña espontánea, genuina y sin intereses secundarios en las sombras. La acción comenzó con el primer hashtag enviado por Ibrahim M. Abdullahi y luego se viralisó en las redes sociales y llamó la atención de los medios tradicionales.

Sin embargo, la situación resulta muy similar a lo que ya se vió con el caso de #Kony2012. Recordemos: hace dos años, la organización Invisible Children lanzó un documental sobre la problemática de los niños soldados reclutados por el ERS (Ejército de Resistencia del Señor) en África. El trabajo, difundido en Youtube, tuvo 100 millones de visitas en sólo 6 días y, a pesar de su escaso rigor periodístico, logró poner sobre el tapete a esta problemática. A partir de allí se desencadenó una campaña masiva por la captura de Joseph Kony, líder del ERS, acusado de raptar, torturar y explotar a miles de niños de Uganda. La presión internacional llevó a EEUU a actuar, por lo que dispuso la creación de una fuerza de cien agentes especiales para detener a Kony, sobre quien recayó una orden de captura de la Corte Penal Internacional. Pero ya pasaron dos años desde toda esta gran publicidad y Joseph Kony sigue libre y sembrando muerte a su paso.

A pesar de todo lo dicho, tampoco es bueno abandonarse en los brazos del escepticismo. El |mundo necesita gente sensible y soñadores que crean también en la política del “grano de arena”. Por eso, esas campañas son bienvenidas. Pero el cambio real no puede venir de acciones que se prendan y apaguen como un fosforo en la oscuridad, ni de beneficencias superfluas, ni de modas efímeras. El imperio del saqueo, de la esclavitud, del hambre, de la corrupción, del robo, de la explotación, del vejamen impuesto en África desde la época de la colonia, sigue pululando en ese continente como una peste de la que no logran sanar. Occidente, la tierra de los blancos, de los antiguos y actuales saqueadores, sigue mirando para el costado y ni siquiera sabe ni se entera de como el continente negro se riega con sangre. Lo que hace falta es cortar en verdad con la indiferencia y ayudar a las administraciones locales a generar políticas transparentes, estables y profundas que las ayuden a reencausar su rumbo tras el descalabro del postcolonialismo.

No quiero un “sí, quiero”

En varias oportunidades, desde estas columnas, hemos reflexionado sobre la inaceptable vigencia de la esclavitud y del abuso y la violencia física y psicológica contra mujeres y niñas. Estos hechos, que parecen sacados de la parte más oscura de la historia de la Humanidad, siguen estando vigentes en nuestro tiempo y aparecen todos unidos bajo el fenómeno de los matrimonios forzados que causan gran preocupación mundial y que han pasado a ser el foco de lucha de varias organizaciones humanitarias.

Está práctica, basada principalmente en tradiciones culturales y religiosas, atraviesa continentes y culturas y castiga con mayor crudeza a las mujeres en situación de vulnerabilidad. Los casos más resonantes y numerosos no sólo se circunscriben a países como Pakistán, Afganistán, India, Tailandia o Yemen, sino que también tienen presencia en nuestra región. En México, varias comunidades aborígenes siguen celebrando matrimonios precoces y forzados, y lo hacen con la complicidad de las autoridades comunales, de la policía y de la justicia. Las raíces culturales de esta costumbre no pueden justificar lo que es una lisa y llana violación a los derechos humanos, en la que la mujer se ve privada de su derecho básico de consentir una unión que determinará su cotidianeidad y el resto de su vida futura.

Pero además, cuando involucra a niñas, se añade la terrible realidad de menores sometidas a violaciones, traumas, trabajos forzados y maternidad prematura, a edades en las que ni siquiera están preparadas para comprender y adaptarse a la vida matrimonial. En ese sentido, la Convención de los Derechos del Niño ha sido determinante en la prohibición de estas uniones que, por lo general, se dan entre niñas de alrededor de 8 años con hombres de más de 30 y, en ocasiones, ancianos. El matrimonio forzado sigue afectando a 400 millones de mujeres en el mundo y se calcula que, en el término de una década, puede extender a 142 millones de niñas más, según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

matrimonio_afgano_carlos_fuentes_0802_0

Una niña afgana de once años junto a su marido. Tomada por la fotógrafa estadounidense Stephanie Sinclair, elegida como mejor fotografía del año por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef)

La lucha contra este flagelo es extremadamente delicada. No sólo enfrenta la resistencia de comunidades enteras y de líderes religiosos, sino que además, pone en un dilema a quienes buscan ayudar a estas niñas, ya que son sus propios padres quienes las exponen a esta crueldad. Aquí la ignorancia y la pobreza se convierten en los cerrojos más poderosos de sus cadenas. Sus progenitores, la mayoría de ellos sumidos en la miseria, no pueden sostenerlas y cuentan con el dinero de la dote o de su venta para la subsistencia del resto del grupo familiar. Incluso, la detención de los padres implicaría, en muchos casos, dejar a la niña y a sus hermanos expuestos al desamparo total.

¿Cómo salir de esta maraña?. La respuesta más efectiva está en la educación, por eso fundaciones como “Girls not Brides” (“Niñas, no esposas”) centran su lucha en la formación de estas mujeres para permitirles forjar un futuro distinto y para que no continúen el círculo vicioso con sus propias hijas. En este contexto es que hay que leer también un hecho como la feroz reacción del grupo radical Boko Haram que secuestró a más 200 adolescentes en un internado de Nigeria. Las mismas son sometidas a violaciones y están comenzando a ser vendidas como esposas y esclavas. Tal como lo comunicaron ellos mismos, no fue azarosa la elección de “chicas estudiantes” sino que constituye un escarmiento simbólico para aquellas mujeres con aspiraciones intelectuales, que buscan un futuro distinto.

Por ello, el compromiso de figuras públicas como la francesa Julie Gayet, (más famosa a nivel mundial tras su affaire con el presidente francés, Francois Hollande), o la película “Tall as the baobab tree” de Jeremy Teicher, presentado recientemente en el Festival de Cine de Human Rights Watch que tuvo lugar en Nairobi, o el trabajo de varios fotógrafos que abrieron los ojos del mundo a esta realidad por medio de la fuerza de la imagen, constituyen todas contribuciones muy valiosas para unir voluntades que puedan salvar a miles de mujeres y niñas de vidas enteras transcurridas en el infierno.