Por: Muriel Balbi
#BringBackOurGirls. El hashtag que pide la liberación de las más de 200 niñas secuestradas en Nigeria dio la vuelta al mundo y apareció en manos famosas y poderosas como las de la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton; la primera dama estadounidense, Michelle Obama; el primer ministro británico, David Cameron; la periodista de CNN, Christiane Amanpour; el cantante Chris Brown; la actriz, Angelina Jolie y el Papa Francisco, entre muchos otros. ¿Qué tuvo esta causa que logró acaparar la atención? ¿Cómo se sumó la voz de tanta gente? ¿Logró algo esta campaña? Más allá del dramatismo de la situación, de los días de horror que están viviendo esas niñas y del destino infernal con el que las amenazan, la realidad es que esta es una más de las tantas historias de sangre e injusticia que circulan casi a diario en territorio africano. En buena hora que el secuestro de estas estudiantes pueda gozar de la atención y simpatía de alguna parte del mundo. En mala hora, todo el resto de voces que no fueron, no son, ni serán escuchadas nunca.
Porque el grupo fundamentalista y sanguinario Boko Haram no es único ni es nuevo. Fundado en 2002, su historia criminal se desató en 2009, cuando lanzó operaciones militares para la creación de un Estado islámico. Desde entonces, su accionar ha afectado la vida de más de 3 millones de personas y, tan sólo en lo que va del año, llevan asesinadas a 1500. El terror, el secuestro y la muerte es el único lenguaje que conoce este grupo que se nutre de la desesperación, la falta de futuro y la ignorancia de la gente que termina engrosando sus filas y reproduciendo métodos de crueldad extrema, frente a la falta de cualquier otra alternativa. “Boko Haram” o “la educación occidental está prohibida”, como sería su traducción del Hausa, fue catalogada por EE.UU como una “organización terrorista” en 2010, frente a la sospecha de que están vinculados a otros fanáticos radicalizados del Magreb, como Al Qaeda, bajo el objetivo común de atizar una yihad a nivel global.
Boko Haram ahora tiene a las chicas. Las tiene desde el 14 de abril, pero no fue hasta mayo que la noticia logró despertar la indignación internacional. En tanto, mientras al oeste del mundo nos sacábamos selfies con el cartelito del hashtag, el horror no se detuvo. La semana pasada, Boko Haram irrumpió con sus camionetas, sus armas de guerra y su voracidad en la ciudad nigeriana de Gamboru Ngala y arrasó con el pueblo entero. El centro quedó totalmente destruido e incendiado. Quemaron más de cien vehículos, para dejarlos incomunicados, y asesinaron a sangre fría a 375 residentes disparando a mansalva en el mercado y otros puntos de alta concentración de público de todas las edades. Pero muy pocos supieron lo ocurrido. Nadie pudo conmoverse con el testimonio de estas familias quebradas y abandonadas por su gobierno porque la historia no se contó ni en Nigeria. Sólo un periodista de la prensa extranjera logró llegar al lugar escoltado por cuarenta vehículos de seguridad, armados hasta los dientes, para hacer un recorrido de solo 30 kilómetros pero con rutas cortadas y puentes volados para impedir el acceso. Sin embargo, al llegar, el dolor y la indignación sin fin de los desafortunados los obligó a huir de la zona. Esos pobladores no están acostumbrados a que las visitas traigan buenaventura.
¿De quién es la responsabilidad? Los primeros que no hacen mucho para cambiar la suerte de los nigerianos son quienes los gobiernan. La corrupción, la codicia y las luchas internas por el poder, de cara a las elecciones del año próximo, tienen a la clase política abocada a la mezquina tarea de ver quien se perjudica y quien se beneficia con todo esto, más ahora que tienen la inédita atención de las cadenas internacionales encima y que las bocas glamorosas de Hollywood pronuncian el nombre de su país.
¿Qué posibilidades hay de que estas chicas sean liberadas? Es difícil saberlo a ciencia cierta. Tal vez algunas puedan lograr su libertad en un intercambio de prisioneros o gracias a alguna solución brillante, que aún está lejos de aparecer. Los expertos son poco optimistas. Ningún espía ha logrado infiltrarse jamás en las filas de Boko Haram. Sin embargo, los servicios secretos nigerianos están plagados de informantes que sirven a ese grupo. Jacob Zenn, uno de los especialistas sobre Boko Haram que más los ha estudiado, calcula que la situación de las niñas rehenes puede consumir diez años en resolverse realmente.
¿Sirve de algo la campaña mediática? Depende del sentido que le demos a esta pregunta. Podríamos pensar que siempre es positivo que un asunto como este sea atendido y que cuente con la solidaridad y el apoyo de miles de personas, sobre todo si éstas son influyentes. También es destacable que se trata de una campaña espontánea, genuina y sin intereses secundarios en las sombras. La acción comenzó con el primer hashtag enviado por Ibrahim M. Abdullahi y luego se viralisó en las redes sociales y llamó la atención de los medios tradicionales.
Sin embargo, la situación resulta muy similar a lo que ya se vió con el caso de #Kony2012. Recordemos: hace dos años, la organización Invisible Children lanzó un documental sobre la problemática de los niños soldados reclutados por el ERS (Ejército de Resistencia del Señor) en África. El trabajo, difundido en Youtube, tuvo 100 millones de visitas en sólo 6 días y, a pesar de su escaso rigor periodístico, logró poner sobre el tapete a esta problemática. A partir de allí se desencadenó una campaña masiva por la captura de Joseph Kony, líder del ERS, acusado de raptar, torturar y explotar a miles de niños de Uganda. La presión internacional llevó a EEUU a actuar, por lo que dispuso la creación de una fuerza de cien agentes especiales para detener a Kony, sobre quien recayó una orden de captura de la Corte Penal Internacional. Pero ya pasaron dos años desde toda esta gran publicidad y Joseph Kony sigue libre y sembrando muerte a su paso.
A pesar de todo lo dicho, tampoco es bueno abandonarse en los brazos del escepticismo. El |mundo necesita gente sensible y soñadores que crean también en la política del “grano de arena”. Por eso, esas campañas son bienvenidas. Pero el cambio real no puede venir de acciones que se prendan y apaguen como un fosforo en la oscuridad, ni de beneficencias superfluas, ni de modas efímeras. El imperio del saqueo, de la esclavitud, del hambre, de la corrupción, del robo, de la explotación, del vejamen impuesto en África desde la época de la colonia, sigue pululando en ese continente como una peste de la que no logran sanar. Occidente, la tierra de los blancos, de los antiguos y actuales saqueadores, sigue mirando para el costado y ni siquiera sabe ni se entera de como el continente negro se riega con sangre. Lo que hace falta es cortar en verdad con la indiferencia y ayudar a las administraciones locales a generar políticas transparentes, estables y profundas que las ayuden a reencausar su rumbo tras el descalabro del postcolonialismo.