El cubo mágico de Obama

Para EEUU la política exterior siempre fue un asunto serio. Ser una potencia requiere, antes que nada, entender cómo funciona el mundo y reaccionar con certeza y determinación para que no queden dudas de quién lleva la batuta del ritmo global.  La administración de Barack Obama no es una excepción en ese sentido. Desde el primer momento en que el actual presidente pensó el armado de sus dos gestiones, lo hizo de modo tal de asegurarse tener en su mesa a los pesos pesados de la materia. Como sostiene Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project  y miembro de la Junta de Directores de Afghanistan World Foundation, Obama es un producto de la política de la ciudad de Chicago y, si bien no tenía experiencia internacional antes de candidatearse, es muy juicioso respecto a su importancia por lo que “se rodeó de gente del Partido Demócrata con experiencia en política internacional’’.

Una realidad preocupa a los grandes líderes: el mundo está que arde. Si bien los conflictos existen desde los albores mismo de la humanidad, esta dinámica multipolar, de economías interdependientes, donde la información es cada vez más poderosa, veloz y globalizada, lleva a que se aceleren y se enreden, como una madeja al viento, al punto de tornarse un desafío inédito. Con esto se encuentra EEUU ahora. Con un laberinto internacional muy intrincando, donde cada movimiento genera múltiples impactos a nivel externo e interno, muchos de ellos no buscados ni deseados. Un juego de ajedrez donde las piezas del tablero tienen varias caras, según cómo se las mire. Aquí radica la novedad.

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El sufrimiento de los inocentes

¿Por qué los niños deben pagar los platos rotos de lo que los adultos no pueden o no quieren resolver? ¿Tienen acaso algún argumento que pueda justificar la muerte de un chico? ¿Qué supuesta verdad puede diluir el sufrimiento de un pequeño, sólo con propaganda? ¿Cómo resiste un adolescente escapar de la violencia de su tierra, para encontrarse con más odio y rechazo en el país donde pensaba salvarse? ¿Cómo pueden cientos de chicos de la calle vivir en el infierno por años, sin que haya un Estado cómplice de los abusos? ¿Hasta dónde puede llegar la crueldad sin que nadie diga basta?

Hay un denominador común en las noticias internacionales que coparon las portadas de los últimos días: la obscena cantidad de víctimas menores de edad. Niños desamparados, mutilados, torturados, desplazados, hambrientos. Niños con ojos de hielo. Niños con esas miradas de espanto que apuñalan el alma y abruman la conciencia.

En México, casi 500 chicos fueron rescatados de un antro de pudrición. Abusos sexuales, psicológicos y físicos. “El pinocho” se llamaba el pozo de aislamiento sin agua ni comida en el que se encerraba a quienes se negaran a tener sexo oral con los pedófilos y sádicos a cargo del lugar. ”Mamá Rosa“, la responsable del albergue “La Gran Familia” en Michoacán, está libre. La fiscalía dice que está muy vieja y débil como para conocer lo que allí ocurría. En esa tierra de nadie, dominada por el narcotráfico, el crimen y la corrupción, cuesta creer que esto ocurría sin la connivencia de las más altas esferas. ¿Pero a quién le importan esos niños? ¿Cuánto puede cuestionarse el trato a quienes, ni siquiera eran queridos por sus propios padres? ¿Quién va a protegerlos, a garantizarles derechos básicos que los conviertan en seres humanos, el segundo después en que yo no sean ni noticia? Golpes, privaciones, mugre, comida podrida, violaciones y desamor es lo único que conocen en la vida.

Más al norte, solo hay pesadillas para los miles de chicos que intentan ingresar a los EE.UU cada año. Con ellos, la gran potencia muestra su cara oscura, tanto para los que lograron entrar con sus familias, y que viven con el yugo de las 1400 deportaciones por día, como para quienes llegaron a sus fronteras tras una travesía plagada de maras, coyotes, narcotraficantes y demás delincuentes que comercian con el tráfico humano. Y allí se quedan, hacinados en los centros fronterizos, como en un Caballo de Troya que amenaza con explotar.

Los datos hablan por sí mismos: 52.000 menores interceptados en menos de un año, solo en la frontera de Río Bravo; y, en los últimos siete años, 2850 personas muertas intentando cruzar, de los cuales más de cien eran niños. Es que EE.UU no ha logrado gestar una política migratoria exitosa, y los países de origen casi no ofrecen oportunidades por fuera de las mafias, cada vez más poderosas y extendidas. Mientras tanto, las cosas pasan; sus infancias se pasan, y más rápido de lo que el reloj diría.

Al Oriente, más pequeños atrapados en un conflicto que lleva miles de años, miles de muertos, miles de horrores, miles de fracasos por la paz. Los enfrentamientos entre Israel y Hamas, se reavivaron justamente a partir de la muerte de adolescentes: tres israelíes y uno palestino en represalia, más la feroz golpiza a otro de 15 años.

Todas las muertes violentas resultan inútiles y crueles. Sin embargo, en el caso de los soldados, se trata de adultos entrenados, armados y que, en muchos casos, lo escogieron como profesión. Ahora, cuando son niños inocentes, que no saben de terrorismo, ni de fronteras, ni de historia, ni de ni de posiciones radicales, ahí es cuando indignan y no hay eufemismos que logren justificarlas.

En alguna parte de la opinión pública internacional todavía sobrevive cierta sensibilidad que la hace reaccionar frente a lo que es inaceptable. Inaceptable es que mueran niños, sean judíos o gazatíes. Ni hablar de los desplazados, de los mutilados y de los heridos en hospitales a los que ni siquiera pueden llegar suministros básicos. A quién le importa de quién es la culpa mientras esos horrores sigan pasando porque los adultos no son capaces de buscar la manera de que los inocentes queden afuera de su locura y crueldad.

Y sólo nos quedamos con tres ejemplos. Pero recordemos el drama sin precedentes de los niños en Siria, de los desplazados, de los muertos, de quienes murieron asfixiados como ratas por el uso totalmente ilegal de armas químicas contra ellos.

Recordemos a las víctimas de las redes de esclavitud y de trata. Recordemos a los niños soldados, no sólo los del África -de los que nos hablaron alguna vez-, sino también de nuestros, de los niños del norte argentino vendidos como carne de cañón al crimen organizado local e internacional, de los que nadie habla.

¿Quién sabe encontrar las palabras o argumentos para explicar algo en este escenario tan dantesco, en el que muchos prefieren mirar para otro lado?

Un vergonzoso silencio

Desde hace más de dos años, la barbarie y la muerte ganaron las calles de Siria. Ese bello país que mira la orilla oriental del mar Mediterráneo se ha convertido en el infierno viviente para quienes lo habitan. Todo comenzó con los reclamos y manifestaciones que vinieron de la mano de la Primavera Árabe y que chocaron con la voluntad de hierro de su presidente, Bashar Al-Assad, de mantenerse en el poder a sangre y fuego, aún cuando el fuego fuese contra sus propios conciudadanos y la sangre, de inocentes.

Desprecio y crueldad sin límites por parte del máximo mandatario hacia su pueblo. La pareja presidencial ni siquiera parece estar a tono con lo que ocurre, como lo demostraron los mails que salieron a la luz, apenas iniciado el conflicto, en los que la primera dama aparecía preocupada sólo por sus carísimas compras online y alardeaba con una amiga de ser ella “la verdadera dictadora”. Lo propio vale para su marido que, en medio de la crisis, sube fotos a Instagram en una cuenta que ha sido calificada de “despreciable” por la portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, quien dijo además que “es repulsivo que el régimen de Assad use esto para ocultar la brutalidad y el sufrimiento que causa y lo que realmente está pasando”.

Siria es hoy el ejemplo de cómo la espiral de violencia puede ir in crescendo hasta salirse totalmente de control. Las atrocidades se cometen no solo desde el gobierno. Según Jesús Núnez, Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria “en la locura violenta que vive Siria ya es imposible determinar a primera vista quién es el responsable de cada una de las atrocidades cometidas. A estas alturas está suficientemente documentado que ambos bandos comparten la idea de que todo vale en el campo de batalla para conseguir sus respectivos objetivos. Son múltiples los ejemplos de desprecio al derecho internacional humanitario y de violación de los derechos de los civiles en cualquier rincón del territorio.”

En un comienzo, quienes luchaban contra las fuerzas gubernamentales era el propio pueblo, disconforme con la dictadura. Hoy, los sirios escapan en masa para convertirse en refugiados en los países vecinos, incluso en Gaza, donde reemplazan el terrible conflicto que viven en casa, por otro un poco menos álgido. Se trata de la peor crisis de refugiados del mundo de los últimos 20 años, con un millón de niños arrancados de sus casas y viviendo en condiciones infrahumanas, de cuales 768.000 tienen menos de 11 años.

En tanto, las filas “rebeldes” se convierten en un grupo cada vez más heterogéneo, profesionalizado y radicalizado. Yihadistas llegan al país desde Egipto, Irak, Paquistán y Chechenia para luchar en Siria, lo que está haciendo cada día más cruenta a esa guerra civil. Por eso, hoy, la opción de que Al-Assad siga en el poder es igualmente terrible que el caos y el extremismo que puede suceder a la caída del régimen.

Hasta estos últimos días y durante estos dos años, la comunidad internacional estuvo mirando a un costado. La reacción comenzó ahora, en parte, porque se cruzó la “línea roja” con el uso de armas químicas en la zona de Gutha, al este de Damasco -aunque algunos ponen en duda si fueron arrojadas por el régimen o por los bandos opositores. Los relatos del ataque son estremecedores, como se ve en el video, subido por los rebeldes a YouTube, en que un médico narra la desesperación de ver pasar por sus manos los cadáveres de más de 50 niños.

Como advierte el ex vicecanciller, Roberto García Moritán, “Siria es uno de los pocos países que no adhiere al Tratado que prohíbe la utilización de estas armas y cuenta con un importante arsenal, principalmente de gas zarin y otras sustancias toxicas de gases venenosos.” ¿De dónde provienen las armas químicas? Según García Moritán “el origen de ese armamento es materia de polémica, pero algunas versiones indican que fueron asistidos técnicamente hace algunas décadas por Alemania, pero nunca hubo pruebas al respecto. Asimismo, se calcula que el otro país que pudo haber colaborado es Irak, en la época de Saddan Hussein.”

Mientras los jefes militares de varios países debaten en Jordania que hacer o no con respecto a Siria, y más allá de las respuestas de las armas, hay una crisis humanitaria que necesita atención y solidaridad urgentes. Como señala el máximo responsable del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Antonio Guterres, sólo disponen del 40% del dinero que necesitarían realmente para asistir a las víctimas. Los países no envían los recursos ni tampoco buscan soluciones políticas que detengan los éxodos y los asesinatos.

El resultado es la muerte de 100.000 personas, 7.000 de ellas menores de edad. Ante esto, Guterres advierte que “está en juego la supervivencia y el bienestar de una generación de inocentes”. La delicada situación humanitaria genera desnutrición, traumas y desesperación. Los organismos de la ONU están dando cuenta de también de casos de “explotación sexual, matrimonios y trabajos forzados y tráfico de menores”. Los niños también son utilizados por ambos bandos como soldados, incluso de escudos humanos. “Estamos ante una forma real de arrancar a los niños de sus hogares y, en algunos casos, de sus familias, enfrentándolos a horrores que apenas estamos empezando a comprender”, relata el director ejecutivo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), Anthony Lake

Las cifras son alarmantes. Detrás de cada número hay historias de carne y hueso y el sufrimiento humano de miles de inocentes que, desde hace más de dos años, son desplazados y masacrados, en un vergonzoso silencio.

El impacto político del fin del Mundial

El Mundial de Fútbol: esa suerte de vacaciones, de pausa, de amnesia colectiva temporal que se da cada cuatro años y a la que muchos gobernantes tratan de sacarle el mayor provecho posible. Sin embargo, “el efecto mundial” suele ser sobredimensionado, no sólo por quienes están a cargo de la resolución de los problemas, sino también por quienes analizamos la realidad y los vaivenes de la opinión pública.

Antes de lo que canta un gallo, los Mundiales pasan, y lo hacen tan de golpe que parecen noticia vieja y trillada, casi al día siguiente de la clausura. El furor deportivo se aplaca y afloran los problemas, los mismos que siempre estuvieron. El despertar de esta siesta conjunta está marcado por la vuelta de la protesta social. Pero no todos los países pasan por este proceso mundialista de la misma forma.

En Brasil, todavía no se había clausurado el evento deportivo y ya se abría la carrera a las próximas elecciones presidenciales. ¿Qué impacto puede tener el Mundial en este otro resultado? Los analistas y las encuestas coinciden en que menos que el se pensaba antes de junio.

Según la presidente, Dilma Rousseff, la derrota deportiva “no va a influir en el proceso electoral” y para sostenerlo se basa en dos datos históricos: en 2002, Brasil ganó el Mundial pero el candidato del entonces gobernante, Fernando Henrique Cardoso, perdió en las urnas. De lo contrario, en 2006, Lula Da Silva logró la reelección a pesar de no ganar la Copa.

Ahora habrá que ver qué pasa con Dilma, quien lucha por su segundo mandato. Los desafíos no son pocos, tal como lo resaltó el Wall Street Journal en un artículo titulado “El final de la copa del mundo trae a Brasil de vuelta a realidad”, en el que consigna que “ahora viene la resaca” y el país deberá enfrenar el desafío de una “economía moribunda, unas elecciones presidenciales potencialmente divisorias” y los preparativos de otro mega evento: los Juegos Olímpicos de Río en 2016.

En el gigante sudamericano, la estrepitosa derrota deportiva se vio amortizada por el hecho de que el papelón internacional fue sólo dentro de la cancha. “Lo grave era perder fuera del estadio”, reconoció la propia Rousseff. Así, a pesar del 7 a 1, el momento de mayor descontento social se remonta a las semanas previas al Mundial, debido a la indignación social freten a los gastos astronómicos, las denuncias de corrupción y la concreción de obras de infraestructura que no son las que el ciudadano de a pie reclama para mejorar la calidad de vida en las ciudades sede.

Andrei Serbin Pont, analista internacional que reside actualmente en Brasil, lo explica: “En términos generales, y a pesar de algunos problemas, la Copa superó las expectativas. No fueron pocos los que predijeron grandes protestas, colapso de la infraestructura, quejas de los extranjeros y una amplia diversidad de problemas. Pero estos no se dieron, excepto en algunos casos en particular. Las cosas funcionaron bien en Brasil, y los que vinieron de todo el mundo a ver la Copa han salido con una imagen positiva del país, a pesar de también volver con conciencia sobre otras grandes dificultades que debe afrontar a futuro”.

Así, a pesar de que Rousseff sostiene que “en Brasil ya es tradición que lo político no se mezcle con lo deportivo”, como analiza Serbin Pont, “estos eventos no se realizan sin que los gobiernos esperen tener algún tipo de redito político, y Brasil no es la excepción. En Argentina, Fútbol para Todos es una estrategia populista para fortalecer al gobierno de Cristina Kirchner y en Brasil, el Mundial y los JJOO que se aproximan, apuntan tanto a la consolidación internacional del país como la muestra a nivel local de logros en última década y media.”

En Uruguay, donde habrá elecciones generales este año, también se mide el “efecto mundial”. El “exabrupto” del presidente José Mujica en el que sostuvo que “los de la FIFA son una manga de viejos hijos de puta”, puede ser analizado como una clara estrategia de buscar sintonizar con el pueblo lo que, allí y en la China, se traduce en rédito político inmediato. En un país chico -e indignado por las sanciones a Suarez-, buscar un enemigo común (impopular y ultra cuestionado como la FIFA), es una fórmula segura para generar cohesión interna y sensación de unidad de cara al proceso electoral.

Pero lo que se vive en la región no coincide con lo que ocurre, por ejemplo, en Alemania. En el país ganador de la Copa, la lectura que se hace de la presencia de Angela Merkel en la final y en los festejos es totalmente diferente a cómo se explotaría en nuestro país. La “ganancia” de la canciller alemana no radica en mimetizarse con los jugadores y en pretender mostrar sus logros deportivos como propios, sino en la posibilidad de exhibir una cara más humana, basada además en su genuina y conocida afición por el balón. Tal como analiza Victoria Barrera, periodista argentina radicada en Alemania desde hace más de una década, “el triunfo deportivo se utiliza para mostrar otra faceta de los mandatarios, más descontracturada, de mayor cercanía a la gente, lo cual contribuye a aumentar su popularidad y fortalecer el Wir-Gefühl, el nosotros. La imagen de Merkel y del presidente Gauck alentando a la selección se mostró una y otra vez durante la transmisión del partido, porque está siempre la expectativa de ver a la canciller en la tribuna, festejando y acompañando al equipo”.

Así, la victoria del equipo “no se muestra como el logro de un gobierno determinado. Si bien le permite al gobernante de turno aumentar su popularidad, su imagen positiva, su cercanía a la gente, no hay proyectos políticos que se concreten o se caigan con un triunfo o una derrota deportiva. El gobernante está presente, comparte el momento, pero no es protagonista del festejo”, explica Barrera.

Diferente es lo que ocurrió en nuestro país. Aquí, el kirchnerismo intentó presentar al equipo de Sabella como un producto de la “década ganada” a la vez que, durante la sobredosis de propaganda oficial de Fútbol para Todos, se transmitía el mensaje de que “a los goles los hacemos todos”. Pero, la realidad, es que no nos parecemos a nuestra selección. El destino de estos deportistas millonarios que puede entrenarse en el primer nivel mundial no es el del resto de los argentinos. No hay Real Madrid ni Bayern Munich ni Barcelona para que se formen durante el año nuestros médicos, sindicalistas, empresarios, periodistas, científicos, estudiantes, maestros ni los políticos argentinos. Lamentablemente, no tenemos muchas otras áreas en las que podamos pararnos a la par de Holanda o de Alemania. Menos que menos en lo que es la administración de la cosa pública.

Una triste realidad que se vimos materializada cuando “la Argentina que quisiéramos tener” se volvió, de un segundo para el otro, “la Argentina que realmente tenemos” mientras veíamos como los festejos del Subcampeón Mundial mutaban en caos, violencia y vandalismo.

Odiar al fútbol (segunda parte)

El futbol desata pasiones. No solo de amor, sino también de odio. Están quienes aman al futbol, pero también algunos pocos que lo odian. Hasta ahí todo bien. Lo que resulta inaceptable es despreciar e insultar a este deporte como forma de velar lo que es, lisa y llanamente, una actitud racista. En mi columna anterior, reproducida gentilmente por otros diarios latinoamericanos, expresé mi opinión sobre los polémicos dichos de la republicana ultra conservadora, Ann Coulter, quien se despachó contra el aumento del interés por el futbol en su país, los EE.UU. No fui la única. Importantes medios como The Washington Post, Forbes, BBC, etc. y unos 10.000 internautas se sumaron escandalizados a responderle a esta señora (que también cuenta con defensores que se enojaron conmigo en las redes sociales y que me acusaron de estar haciendo una campaña de desprestigio de esta colega estadounidense que, en realidad, se desacredita sola con sus dichos xenofóbicos y denigrantes).

Sin embargo, Coulter no revisó su postura sino que, por el contrario, redobló la apuesta con una columna que es aún más racista, misógina y despectiva que la anterior. En “Soccer: part deux” (futbol, segunda parte), la autora afirma que lo visto a lo largo de este Mundial no ha hecho más que reforzar sus ideas. Ante todo, para ella el futbol es “un juego de niñas”. No sólo porque las mujeres y los niños pequeños pueden practicarlo, sino porque desde que salió su columna anterior “un chico del equipo de Paraguay (de Uruguay en realidad, pero a quién le importa)  mordió a su oponente durante el juego”. Escribe Coulter: “No lo golpeó, no lo bloqueó. LO MORDIÓ! ¿Cuánto más tendremos que esperar para empezar a ver que se tiren del pelo en el futbol?”. En una sola frase, varias cosas. Primero: Uruguay y Paraguay no son lo mismo, señora Coulter, y sí, a muchos nos importa la diferencia como seguramente para Ud. no es lo mismo ser estadounidense que canadiense o mexicana. Claramente su frase se lee como “Paraguay, Uruguay o cualquier otro sudaca, da lo mismo, a quién le importa”. Segundo, lamento que, desde una mujer, venga esa carga de misoginia de querer denostar a un deporte por el hecho de que podamos practicarlo las mujeres (seres humanos con fuerza, elasticidad, resistencia, potencia, inteligencia, valor, gloria y enormes cualidades atléticas como lo han demostrado las grandes campeonas de la historia).

Una contradicción, además, porque luego sostiene que en realidad todas las mujeres odiamos al futbol de la misma manera que todos hombres odian al ballet y que solo fingimos interés para impresionar a los machos. Efectivamente muchas chicas no morimos por el fútbol -algunos hombres tampoco-, pero no lo odiamos y lo valoramos deportivamente. (Además no necesitamos fingir interés, porque tenemos otras armas más interesantes y menos infantiles a la hora de buscar obtener la atención masculina).

También se burla de lo deleznable de las “pausas para refrescarse”. “Los jugadores de la NFL en Nueva Orleans o en Miami juegan regularmente durante la temporada con temperaturas de más de 38 grados” con trajes pesados y calientes, no con la “ropa aireada” que llevan los futbolistas. “Jugadores de la NFL han muerto de ataques al corazón. El único riesgo de muerte durante un partido de fútbol puede venir del alboroto de algún campesino tercermundista enojado por un mal arbitraje” llega a decir Coulter.

Pero, básicamente, lo peor del fútbol (además de ser una “muestra de decadencia cultural”, como sostuvo en su anterior columna) es que sería extremadamente aburrido y que haría posible que todos terminen apareciendo como ganadores: “Creo estar siendo testigo de la implementación de la regla favorita de las mamás de fútbol: ¡todos son ganadores!”, se burla Coulter. Desde Francia es que escribe su segunda columna. Ironiza diciendo que ver la BBC la hizo comprender que, los países a los que nos gusta el futbol, sean imposibles de aburrir. El tiempo de juego, el adicional, los alargues y los poco tantos que se anotan por partido lo convertirían en un verdadero tedio que, según la autora, lleva a que “los propio jugadores se muestren más interesados por lo que pasa en el banco que por el partido que transcurre en el campo de juego”.

Por un momento me pregunté si valía la pena dedicarle otra columna más a la Sra. Ann Coulter. Evidentemente es una provocadora profesional que saca rédito económico y mediático de quienes nos escandalizamos con sus dichos (de gran difusión e incluso influencia). Mi conclusión es que sí, porque creo que no se pueden dejar pasar tan liviana e impunemente las expresiones con contenido racista. Estoy convencida de que hay que atenderlas, poner de relieve su prejuicio y su odio, combatirlas con amor y verdad, como las que se ven durante los 90 minutos de esos “partidazos” de pura belleza, como los que nos regaló este Mundial inolvidable.

Odiar al fútbol

Ahora hasta el fútbol tiene la culpa. Es que las posturas racistas, nacionalistas, xenófobas y misóginas se basan en argumentos tan ridículos y cargados de ignorancia que terminan insultando la inteligencia y la sensatez.  Así, ciertas hipótesis de los ultra conservadores estadounidenses no dejan de sorprender, en un abanico que va desde la brutalidad exasperante de Sara Palin, hasta las “violaciones legítimas” del congresista Todd Akin, pasando por el temor al “marxismo” del Papa Francisco.

Ahora, en pleno Mundial, la comentarista de Fox News, Anne Coulter,  se despachó contra lo que tildó de “deporte extranjero” en su columna de The Clarion Ledger a la que tituló El pasatiempo favorito en EEUU: odiar al fútbol. Para Coulter, el aumento del interés por el Mundial en su país, es una “señal de la decadencia moral de la nación” y una consecuencia de “los cambios demográficos provocados por la reforma migratoria de 1965”.

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En Nigeria ver el Mundial puede llevar a la muerte

El mundial tiene la capacidad de producir efectos que nadie ni nada logran: hipnotiza a las masas y eclipsa problemas sociales y políticos de máxima preocupación. Sin embargo, también pone en el mapa a países de los que se sabe poco y nada y que, de la noche a la mañana, parecen más cercanos por el sólo hecho de ser adversarios durante 90 minutos.

Así, el partido de hoy nos hace mirar por un momento a Nigeria, el nido de las Súper Aguilas Verdes. En el país más poblado de África, arde el fervor por el fútbol y se cultiva la costumbre de ver los partidos en grandes multitudes que se reúnen en bares, cines o lugares en la vía pública especialmente acondicionados para el evento. Pero esta tradición -que se basa también en la falta de acceso a un televisor o a la luz eléctrica por gran parte de la población- tuvo que ser censurada por el gobierno y es especialmente desaconsejada por los servicios de inteligencia de los países occidentales. Las amenazas del grupo terrorista Boko Haram, que lleva asesinadas a más de 3 mil personas en los últimos 5 años y que se hizo mundialmente conocido por el secuestro de más de 200 estudiantes, hace que ver el partido de hoy pueda significar ser asesinado por solo el hecho de mostrar interés en este deporte.

“Boko Haram” significa “la educación occidental está prohibida” y sus seguidores, al mando del sádico, petulante y cruel Abubakar Shekan, pusieron al fútbol entre sus enemigos. Así, consideran que este deporte es “anti islam” porque frivoliza a los fieles, los aleja de la religión y porque su vestimenta, que deja ver la piel de encima de la rodilla, es ofensiva. Con estos argumentos justifican un terror generalizado sostenido sobre un historial sangriento. Sin ir más lejos, el atentado suicida en un bar en el estado de Yobe durante el partido de Brasil contra México que mató a más de 20 personas e hirió a cerca de 40 -la mayoría jóvenes y niños- y los sucesivos ataques similares durante partidos de otros campeonatos anteriores al Mundial que se cobraron cientos de vidas.

Esto sucede no sólo en Nigeria, sino también en países del continente como Kenia, Uganda y Somalia, donde operan también otros grupos extremistas, entre ellos, el Frente Islámico Somalí y al-Shabab. Detrás de estos sus actos crueles, desquiciados e incompresibles, que ni Al Qaeda aprueba, no está la religión como ellos abogan. El Islam no proclama el terror así como tampoco el cristianismo avala el asesinato de musulmanes que son luego devorados en actos de canibalismo público, como ocurre también en ese país y que pueden verse incluso colgadas en Youtube.

Así como en América Latina grupos terroristas utilizaron a la ideología como excusa para llevar adelante sus crímenes, de modo similar, estos grupos que operan en África se escudan en la religión, las disputas étnicas, territoriales o jurídicas para intentar justificar lo injustificable. Sin embargo, lo que está por detrás de su accionar son intereses económicos: la disputa por el poder que permite manejar las arcas de uno de los Estados más corruptos del planeta, según Transparencia Internacional.

Hoy, Nigeria es la primera económica de África, aún por encima de Sudáfrica. Pero las enormes riquezas provenientes del gas y del petróleo, de las telecomunicaciones o de “Nollywood”, una industria más voluminosa aún que Hollywood -segunda en el mundo después de la India- y que compone parte de los 510.000 millones de dólares de su PBI, quedan en pocas manos. Nigeria es un sórdido de ejemplo del extremo al que pueden llegar la corrupción y la desigualdad. Las fortunas más grandes del continente conviven con la miseria más extrema donde el 70% de la población sobrevive con menos de dos dólares por día, con un alto desempleo entre los jóvenes y el peor nivel de analfabetismo de toda África, especialmente en el norte donde la miseria se multiplica con respecto al sur.

Nigeria es además uno de los grandes centros mundiales de trata de personas. La pobreza y el terrorismo están haciendo crecer este fenómeno del que es difícil tener cifras oficiales, pero que se estima que sufren 50.000 niños y mujeres cada año, que son vendidos a redes de prostitución. Y como si fuera poco, ahora también se abre otro negocio que pone a África como nueva ruta del narcotráfico hacia Europa. Todos estos males (la corrupción, el desencanto, la falta de perspectivas, el abuso, la desigualdad, la pobreza y la ignorancia) son funcionales a grupos como Boko Haram y el caldo de cultivo del que se nutre a sus filas.

¿Esta realidad termina afectando el juego? Según el técnico de la selección nigeriana, Stephen Keshi, la respuesta es que sí. Sus jugadores sienten temor y preocupación por el destino de sus familias y seres queridos que quedaron en casa. Porque Boko Haram sigue matando. Ayer, una serie de atentados dejaron cuatro decenas de muertos en las calles.

Pero no todos sufren. La realidad es distinta para los millonarios de la corrupción, que no son sólo los políticos sino también líderes religiosos como presidentes de asociaciones cristianas y obispos. Varios de estos últimos integran el famoso “club de los pastores obsesionados por los jets” (llamado así por los aviones que coleccionan). Así, mientras varios pueblos africanos padece carencias básicas, terror y violencia al extremo y no pueden ni siquiera mirar un partido de fútbol sin el temor a ser asesinados, la hija del presidente de Angola, Isabel Dos Santos, una de mujeres más ricas del mundo, con una fortuna de 4 mil millones de dólares en negocios en petróleo, diamantes y telecomunicaciones mira la realidad de su continente desde la comodidad de Londres. Por estos días fue noticia en la revista brasileña VEJA por haber invitado a 600 amigos suyos a varias ciudades de Brasil para ver el Mundial. Obviamente, con todos los lujos pagos.

Ahora el negocio ya no depende del narcotráfico

Así como desde los Estados y desde los organismos internacionales se buscan nuevas estrategias para luchar contra el crimen organizado, del mismo modo, éste se transforma, se reajusta y experimenta todas las metamorfosis necesarias para seguir siendo inasible, escurridizo y poderoso. La idea es estar siempre un paso más delante del perseguidor y lo dramático es que casi siempre lo logra.

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Cinco preguntas a la sobreviviente de un genocidio

¿Quién podría imaginarse perderlo todo? Que te elijan por sobre tus hermanos para darte refugio. Pasar 91 días escondido en un baño de un metro y medio cuadrado junto a otras 6 personas más, sin poder conversar y recibiendo solo una pizca de alimento antes del anochecer. ¿Quién podría especular con el terror y los juegos de la mente cuando es llevada a situaciones extremas? ¿Quién resistiría salir del encierro y ser abrazado por la muerte de toda su familia, sus seres queridos, sus amigos? ¿Quién podría soportar sobrevivir para ver a su mundo arrasado y masacrado bajo el rigor de palos y machetes? ¿Quién se imagina un año en un campo de refugiados sin saber qué hacer, a dónde salir, cómo y por qué seguir respirando? ¿Quién sabría enfrentar cada día inmerso en una pesadilla de la que es imposible despertar? Pero más aún: ¿Quién sería capaz de perdonar a los asesinos?

Inmaculée Ilibagiza es el nombre de esta mujer ruandesa que estuvo en esa piel. Ella es una sobreviviente de lo que se conoce como el genocidio de Ruanda de 1994, una feroz carnicería de los hutu contra los tutsi, que tuvo un ritmo de matanza cinco veces superior al del Holocausto. A pesar de que han transcurrido 20 años desde esos hechos, y de haber viajado por todo el mundo contando, una y otra vez, su testimonio; aún pueden adivinarse restos de dolor, incredulidad y espanto en sus relatos.

Pero lo más sorprende de Inmaculée no es la historia que le tocó vivir, sino aquella otra que ella misma decidió escribir y protagonizar, una vez que salió de ese baño, apabullada y con 30 kilos menos. Esta bella mujer de sonrisa poderosa tuvo la capacidad de reinventarse, de renacer del infierno, y para ello se valió de su fe y profunda religiosidad.

Sin embargo, incluso para quienes somos agnósticos, su palabra resulta conmovedora y reveladora, por lo que considero lo más sorprende en ella que su capacidad de perdonar. De perdonar en el sentido más profundo y generoso del término. Haciendo honor a su etimología “per” que significa “con insistencia, muchas veces” y “donare” de “donar”. Como en el inglés, for-give; en el francés, par-donner; en italiano per-donare, en alemán ver-geben.

Porque perdonar es dar gratuita y abundantemente. Es ir contra uno mismo, abandonarse a uno mismo y priorizar al otro. No busca un fin, un objetivo. Es un acto del “dar”, una donación que no busca recompensas.

Así, el mensaje de amor, de paz y de perdón que reflejan tanto su libro “Sobrevivir para contarlo”, como en sus conferencias, es una profunda y maravillosa lección de vida y humanidad que nos hace repensar nuestra actitud hacia los demás y hacia nuestra historia.

Durante su visita a la Argentina, Inmaculée conversó con Infobae.

-¿Cómo era tu vida antes del genocidio?

Era espectacular, como la de todo el mundo. Solíamos ir a nadar, teníamos nuestros juegos y amigos que visitábamos en familia. Las personas eran muy amables y, sobre todo, muy confiables. Toda mi infancia fue muy bella. Lo mismo que vi en Estados Unidos: chicos jugando a la pelota, corriendo, saltando alegremente. Esta es la realidad que conozco. Quizás en Estados Unidos tienen mejor ropa, pero los niños son iguales en todos lados. Les gusta jugar. Son felices. También lo éramos nosotros. Siempre teníamos buena voluntad para ayudarnos entre los vecinos. Teníamos, en general, una vida muy cómoda.

-Como sobreviviente, ¿cuáles son tus recuerdos y tus testimonios del genocidio?

He sido testigo de los mayores actos de maldad. He visto lo que el odio hace en los seres humanos. Lo egoísta que se pueden volver. He visto cual puede ser el resultado que deja el odio. Pero también sé que las personas tienen la capacidad de hacer el bien. Eso sí, cuando eligen hacer el mal, todo puede volverse algo terrible.

-¿Cómo cambió tu vida después de eso?

En especial, lo que cambió fue mi familia. Uno toma las cosas por sentadas y luego caemos en la cuenta de que la vida es muy corta y efímera. Se nos puede ir en un abrir y cerrar de ojos. No es eterna. Por eso necesitamos una enorme fe en Dios. Yo comprendí que el amor, el perdón y la esperanza podían cambiar mi vida. La fuerza de la oración y el poder del amor me cambiaron. Físicamente perdí a mis padres y hermanos… Pero espiritualmente me convertí en una persona renovada.

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-¿Crees que Occidente da la espalda a África? Que para ellos la vida no tiene valor allí?

Más que nada pienso que no vieron ninguna clase de ganancia o recompensa. No les interesaron las personas necesitadas porque ellos mismo no ganaban nada prestándoles atención. Este es el comportamiento más frecuente que se tiene con los pobres. ¿Por qué ayudarlos? Esto es lo que sucede cuando falta amor.

-¿Cuál es el sentido más profundo del perdón?

La paz. El perdón verdaderamente nos trae paz y libertad. Si buscamos el bien de las personas que nos han lastimado las podemos cambiar. Esto es lo que puede lograr el amor. Si bendice a esa persona, puedes cambiar el mundo. No permitas que la ira y el resentimiento se apoderen de ti. Alguien dijo que el perdón es el perfume que despide una flor después de ser pisada. La rosa no pierde su perfume. En algún punto, nosotros perdemos nuestra identidad. Tenemos el deber de seguir amando incondicionalmente. Y sin necesidad de ser ingenuos: si alguien debe ser llevado a la justicia, está bien. Pero las personas pueden cambiar y nosotros debemos tener misericordia. Necesitamos perdonar.

Qué hay detrás de #BringBackOurGirls

#BringBackOurGirls. El hashtag que pide la liberación de las más de 200 niñas secuestradas en Nigeria dio la vuelta al mundo y apareció en manos famosas y poderosas como las de la ex secretaria de Estado, Hillary Clinton; la primera dama estadounidense, Michelle Obama; el primer ministro británico, David Cameron; la periodista de CNN, Christiane Amanpour; el cantante Chris Brown; la actriz, Angelina Jolie y el Papa Francisco, entre muchos otros. ¿Qué tuvo esta causa que logró acaparar la atención? ¿Cómo se sumó la voz de tanta gente? ¿Logró algo esta campaña? Más allá del dramatismo de la situación, de los días de horror que están viviendo esas niñas y del destino infernal con el que las amenazan, la realidad es que esta es una más de las tantas historias de sangre e injusticia que circulan casi a diario en territorio africano. En buena hora que el secuestro de estas estudiantes pueda gozar de la atención y simpatía de alguna parte del mundo. En mala hora, todo el resto de voces que no fueron, no son, ni serán escuchadas nunca.

Porque el grupo fundamentalista y sanguinario Boko Haram no es único ni es nuevo. Fundado en 2002, su historia criminal se desató en 2009, cuando lanzó operaciones militares para la creación de un Estado islámico. Desde entonces, su accionar ha afectado la vida de más de 3 millones de personas y, tan sólo en lo que va del año, llevan asesinadas a 1500. El terror, el secuestro y la muerte es el único lenguaje que conoce este grupo que se nutre de la desesperación, la falta de futuro y la ignorancia de la gente que termina engrosando sus filas y reproduciendo métodos de crueldad extrema, frente a la falta de cualquier otra alternativa. “Boko Haram” o “la educación occidental está prohibida”, como sería su traducción del Hausa, fue catalogada por EE.UU como una “organización terrorista” en 2010, frente a la sospecha de que están vinculados a otros fanáticos radicalizados del Magreb, como Al Qaeda, bajo el objetivo común de atizar una yihad a nivel global.

Boko Haram ahora tiene a las chicas. Las tiene desde el 14 de abril, pero no fue hasta mayo que la noticia logró despertar la indignación internacional. En tanto, mientras al oeste del mundo nos sacábamos selfies con el cartelito del hashtag, el horror no se detuvo. La semana pasada, Boko Haram irrumpió con sus camionetas, sus armas de guerra y su voracidad en la ciudad nigeriana de Gamboru Ngala y arrasó con el pueblo entero. El centro quedó totalmente destruido e incendiado. Quemaron más de cien vehículos, para dejarlos incomunicados, y asesinaron a sangre fría a 375 residentes disparando a mansalva en el mercado y otros puntos de alta concentración de público de todas las edades. Pero muy pocos supieron lo ocurrido. Nadie pudo conmoverse con el testimonio de estas familias quebradas y abandonadas por su gobierno porque la historia no se contó ni en Nigeria. Sólo un periodista de la prensa extranjera logró llegar al lugar escoltado por cuarenta vehículos de seguridad, armados hasta los dientes, para hacer un recorrido de solo 30 kilómetros pero con rutas cortadas y puentes volados para impedir el acceso. Sin embargo, al llegar, el dolor y la indignación sin fin de los desafortunados los obligó a huir de la zona. Esos pobladores no están acostumbrados a que las visitas traigan buenaventura.

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¿De quién es la responsabilidad? Los primeros que no hacen mucho para cambiar la suerte de los nigerianos son quienes los gobiernan. La corrupción, la codicia y las luchas internas por el poder, de cara a las elecciones del año próximo, tienen a la clase política abocada a la mezquina tarea de ver quien se perjudica y quien se beneficia con todo esto, más ahora que tienen la inédita atención de las cadenas internacionales encima y que las bocas glamorosas de Hollywood pronuncian el nombre de su país.

¿Qué posibilidades hay de que estas chicas sean liberadas? Es difícil saberlo a ciencia cierta. Tal vez algunas puedan lograr su libertad en un intercambio de prisioneros o gracias a alguna solución brillante, que aún está lejos de aparecer. Los expertos son poco optimistas. Ningún espía ha logrado infiltrarse jamás en las filas de Boko Haram. Sin embargo, los servicios secretos nigerianos están plagados de informantes que sirven a ese grupo. Jacob Zenn, uno de los especialistas sobre Boko Haram que más los ha estudiado, calcula que la situación de las niñas rehenes puede consumir diez años en resolverse realmente.

¿Sirve de algo la campaña mediática? Depende del sentido que le demos a esta pregunta. Podríamos pensar que siempre es positivo que un asunto como este sea atendido y que cuente con la solidaridad y el apoyo de miles de personas, sobre todo si éstas son influyentes. También es destacable que se trata de una campaña espontánea, genuina y sin intereses secundarios en las sombras. La acción comenzó con el primer hashtag enviado por Ibrahim M. Abdullahi y luego se viralisó en las redes sociales y llamó la atención de los medios tradicionales.

Sin embargo, la situación resulta muy similar a lo que ya se vió con el caso de #Kony2012. Recordemos: hace dos años, la organización Invisible Children lanzó un documental sobre la problemática de los niños soldados reclutados por el ERS (Ejército de Resistencia del Señor) en África. El trabajo, difundido en Youtube, tuvo 100 millones de visitas en sólo 6 días y, a pesar de su escaso rigor periodístico, logró poner sobre el tapete a esta problemática. A partir de allí se desencadenó una campaña masiva por la captura de Joseph Kony, líder del ERS, acusado de raptar, torturar y explotar a miles de niños de Uganda. La presión internacional llevó a EEUU a actuar, por lo que dispuso la creación de una fuerza de cien agentes especiales para detener a Kony, sobre quien recayó una orden de captura de la Corte Penal Internacional. Pero ya pasaron dos años desde toda esta gran publicidad y Joseph Kony sigue libre y sembrando muerte a su paso.

A pesar de todo lo dicho, tampoco es bueno abandonarse en los brazos del escepticismo. El |mundo necesita gente sensible y soñadores que crean también en la política del “grano de arena”. Por eso, esas campañas son bienvenidas. Pero el cambio real no puede venir de acciones que se prendan y apaguen como un fosforo en la oscuridad, ni de beneficencias superfluas, ni de modas efímeras. El imperio del saqueo, de la esclavitud, del hambre, de la corrupción, del robo, de la explotación, del vejamen impuesto en África desde la época de la colonia, sigue pululando en ese continente como una peste de la que no logran sanar. Occidente, la tierra de los blancos, de los antiguos y actuales saqueadores, sigue mirando para el costado y ni siquiera sabe ni se entera de como el continente negro se riega con sangre. Lo que hace falta es cortar en verdad con la indiferencia y ayudar a las administraciones locales a generar políticas transparentes, estables y profundas que las ayuden a reencausar su rumbo tras el descalabro del postcolonialismo.