El impacto político del fin del Mundial

El Mundial de Fútbol: esa suerte de vacaciones, de pausa, de amnesia colectiva temporal que se da cada cuatro años y a la que muchos gobernantes tratan de sacarle el mayor provecho posible. Sin embargo, “el efecto mundial” suele ser sobredimensionado, no sólo por quienes están a cargo de la resolución de los problemas, sino también por quienes analizamos la realidad y los vaivenes de la opinión pública.

Antes de lo que canta un gallo, los Mundiales pasan, y lo hacen tan de golpe que parecen noticia vieja y trillada, casi al día siguiente de la clausura. El furor deportivo se aplaca y afloran los problemas, los mismos que siempre estuvieron. El despertar de esta siesta conjunta está marcado por la vuelta de la protesta social. Pero no todos los países pasan por este proceso mundialista de la misma forma.

En Brasil, todavía no se había clausurado el evento deportivo y ya se abría la carrera a las próximas elecciones presidenciales. ¿Qué impacto puede tener el Mundial en este otro resultado? Los analistas y las encuestas coinciden en que menos que el se pensaba antes de junio.

Según la presidente, Dilma Rousseff, la derrota deportiva “no va a influir en el proceso electoral” y para sostenerlo se basa en dos datos históricos: en 2002, Brasil ganó el Mundial pero el candidato del entonces gobernante, Fernando Henrique Cardoso, perdió en las urnas. De lo contrario, en 2006, Lula Da Silva logró la reelección a pesar de no ganar la Copa.

Ahora habrá que ver qué pasa con Dilma, quien lucha por su segundo mandato. Los desafíos no son pocos, tal como lo resaltó el Wall Street Journal en un artículo titulado “El final de la copa del mundo trae a Brasil de vuelta a realidad”, en el que consigna que “ahora viene la resaca” y el país deberá enfrenar el desafío de una “economía moribunda, unas elecciones presidenciales potencialmente divisorias” y los preparativos de otro mega evento: los Juegos Olímpicos de Río en 2016.

En el gigante sudamericano, la estrepitosa derrota deportiva se vio amortizada por el hecho de que el papelón internacional fue sólo dentro de la cancha. “Lo grave era perder fuera del estadio”, reconoció la propia Rousseff. Así, a pesar del 7 a 1, el momento de mayor descontento social se remonta a las semanas previas al Mundial, debido a la indignación social freten a los gastos astronómicos, las denuncias de corrupción y la concreción de obras de infraestructura que no son las que el ciudadano de a pie reclama para mejorar la calidad de vida en las ciudades sede.

Andrei Serbin Pont, analista internacional que reside actualmente en Brasil, lo explica: “En términos generales, y a pesar de algunos problemas, la Copa superó las expectativas. No fueron pocos los que predijeron grandes protestas, colapso de la infraestructura, quejas de los extranjeros y una amplia diversidad de problemas. Pero estos no se dieron, excepto en algunos casos en particular. Las cosas funcionaron bien en Brasil, y los que vinieron de todo el mundo a ver la Copa han salido con una imagen positiva del país, a pesar de también volver con conciencia sobre otras grandes dificultades que debe afrontar a futuro”.

Así, a pesar de que Rousseff sostiene que “en Brasil ya es tradición que lo político no se mezcle con lo deportivo”, como analiza Serbin Pont, “estos eventos no se realizan sin que los gobiernos esperen tener algún tipo de redito político, y Brasil no es la excepción. En Argentina, Fútbol para Todos es una estrategia populista para fortalecer al gobierno de Cristina Kirchner y en Brasil, el Mundial y los JJOO que se aproximan, apuntan tanto a la consolidación internacional del país como la muestra a nivel local de logros en última década y media.”

En Uruguay, donde habrá elecciones generales este año, también se mide el “efecto mundial”. El “exabrupto” del presidente José Mujica en el que sostuvo que “los de la FIFA son una manga de viejos hijos de puta”, puede ser analizado como una clara estrategia de buscar sintonizar con el pueblo lo que, allí y en la China, se traduce en rédito político inmediato. En un país chico -e indignado por las sanciones a Suarez-, buscar un enemigo común (impopular y ultra cuestionado como la FIFA), es una fórmula segura para generar cohesión interna y sensación de unidad de cara al proceso electoral.

Pero lo que se vive en la región no coincide con lo que ocurre, por ejemplo, en Alemania. En el país ganador de la Copa, la lectura que se hace de la presencia de Angela Merkel en la final y en los festejos es totalmente diferente a cómo se explotaría en nuestro país. La “ganancia” de la canciller alemana no radica en mimetizarse con los jugadores y en pretender mostrar sus logros deportivos como propios, sino en la posibilidad de exhibir una cara más humana, basada además en su genuina y conocida afición por el balón. Tal como analiza Victoria Barrera, periodista argentina radicada en Alemania desde hace más de una década, “el triunfo deportivo se utiliza para mostrar otra faceta de los mandatarios, más descontracturada, de mayor cercanía a la gente, lo cual contribuye a aumentar su popularidad y fortalecer el Wir-Gefühl, el nosotros. La imagen de Merkel y del presidente Gauck alentando a la selección se mostró una y otra vez durante la transmisión del partido, porque está siempre la expectativa de ver a la canciller en la tribuna, festejando y acompañando al equipo”.

Así, la victoria del equipo “no se muestra como el logro de un gobierno determinado. Si bien le permite al gobernante de turno aumentar su popularidad, su imagen positiva, su cercanía a la gente, no hay proyectos políticos que se concreten o se caigan con un triunfo o una derrota deportiva. El gobernante está presente, comparte el momento, pero no es protagonista del festejo”, explica Barrera.

Diferente es lo que ocurrió en nuestro país. Aquí, el kirchnerismo intentó presentar al equipo de Sabella como un producto de la “década ganada” a la vez que, durante la sobredosis de propaganda oficial de Fútbol para Todos, se transmitía el mensaje de que “a los goles los hacemos todos”. Pero, la realidad, es que no nos parecemos a nuestra selección. El destino de estos deportistas millonarios que puede entrenarse en el primer nivel mundial no es el del resto de los argentinos. No hay Real Madrid ni Bayern Munich ni Barcelona para que se formen durante el año nuestros médicos, sindicalistas, empresarios, periodistas, científicos, estudiantes, maestros ni los políticos argentinos. Lamentablemente, no tenemos muchas otras áreas en las que podamos pararnos a la par de Holanda o de Alemania. Menos que menos en lo que es la administración de la cosa pública.

Una triste realidad que se vimos materializada cuando “la Argentina que quisiéramos tener” se volvió, de un segundo para el otro, “la Argentina que realmente tenemos” mientras veíamos como los festejos del Subcampeón Mundial mutaban en caos, violencia y vandalismo.

Más allá del Mundial

A pocas semanas del comienzo del Mundial, no es ambiente festivo lo que se respira en Brasil. Otros problemas condensan la atmosfera y se convierten en bolas de fuego que el gobierno necesita detener en forma urgente. No solo de cara a la gran cita del futbol, que centrará las miradas del mundo en el gigante latinoamericano, sino también por lo que será el acontecimiento político que definirá una nueva etapa y que estará determinado por el resultado de las elecciones presidenciales, previstas para octubre de este año.

Dilma Rousseff busca la reelección. Sin embargo, el panorama se le está volviendo peligrosamente sombrío con la aparición de algunos puntos oscuros en áreas que antes eran banderas a exhibir, y que se ven reflejada en los números. Así, su nivel de aprobación bajó desde un histórico 80% a menos de la mitad (37%) según datos de Ibope. Petrobras, la otrora niña mimada y orgullo brasileño, se encuentra ahora bajo el escrutinio público. Hace sólo seis años era la sexta compañía más importante y prometedora del mundo; hoy sus acciones valen la mitad. Los escándalos de corrupción cambiaron la mirada que el brasileño tenía de esa empresa estatal y salpicaron, incluso, a la presidenta. Según el diario O Estado de Sao Paulo, en 2006, mientras Dilma Rousseff era ministra de gabinete y cabeza del directorio de la empresa, se aprobó la compra de una refinería de petróleo en los EE.UU a un precio de US$ 1200 millones. La misma había sido adquirida por su anterior dueño, solo un año antes, en apenas US$ 42 millones.

A modo de defensa, Rousseff dijo haber dado el visto bueno a la compra basándose en información incompleta obtenida por medio de un trabajo “sesgado”. La excusa fue tildada de “sincericidio” por la prensa local; además la hace igualmente responsable, por acción u omisión. Como señala el ex embajador argentino en Brasil, Jorge Hugo Herrera Vegas, “las tres operaciones de Petrobras investigadas por la Policía Federal brasileña (compra de refinería en Pasadena, EE.UU.; coimas de la holandesa SBM Offshore y venta de la refinería San Lorenzo en la Argentina) aunque antiguas, aparecen en el año electoral y han provocado una disminución de 6 puntos porcentuales en la intención de voto de Rousseff”.

A las acusaciones de contratos turbios y corrupción en las altas esferas del directorio de Petrobras, se suman también lo costoso que está resultando ser la extracción de petróleo del Presal (que tantas ilusiones generó) y el aumento de la deuda de la empresa en un 64% durante la presidencia de Dilma, y que se explicaría debido a maniobras de la empresa para tratar de contener la inflación, tema de preocupación creciente también en el país vecino. Así, y como Petrobras no alcanza a abastecer al mercado interno, el combustible comprado en el exterior es vendido en el mercado interno a un precio menor, diferencia que es financiada con deuda.

Por otra parte, en lo que se refiere a materia económica, sobran los pronósticos de estancamiento para este año y el próximo. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial no ocultaron su pesimismo durante la reunión de Washington, a principio de mes. Sin embargo, como resalta el ex presidente, Inácio Lula da Silva, no se puede dejar de ver hasta qué punto la economía brasileña ha experimentado “un cambio cualitativo” que la ha vuelto “menos vulnerable, más diversa y eficiente”. Sin embargo, ser la séptima potencia económica mundial -líder en biotecnología, fabricante de automóviles, aviones, maquinaria agrícola, pasta de celulosa y aluminio, además de exportar carne, soja, etanol, azúcar, café y naranja – no alcanza para contentar a un pueblo enojado por la inflación, la corrupción y la inseguridad.

Como advierte Andrei Serbin, analista internacional radicado en San Pablo, se percibe “una desilusión en la sociedad brasileña, que siente la proximidad del fin de una etapa de prosperidad que no ha sido aprovechada al máximo. Años de crecimiento, inversiones extranjeras, balanza comercial positiva y de posicionamiento global, no están rindiendo los frutos que el brasileño promedio esperaba”. Esto parece exacerbarse con la proximidad del Mundial que “marca un antes y un después. Y ese después es probable que este dominado por las obras no terminadas, los miles de millones invertidos que no volvieron a la sociedad brasileña, los recursos consumidos por la corrupción, la continuación del crecimiento de los índices de delincuencia.”

Esto explica las actitudes hacia el Mundial que muestran las estadísticas de hoy. La euforia de los tiempos en que se escogió a Brasil como sede dio paso a una actitud negativa con un 55% de brasileños descontentos con el mismo, según Datafolha. Los enormes gastos en estadios que luego no van a servir de mucho (como el de Manaos), los recursos destinados a la seguridad y los billetes arrojados al agujero negro de la corrupción, llevan a que el ciudadano común no se sienta beneficiado ni siquiera por obras en infraestructura y transporte que mejoren su día a día. Del otro lado, los pronósticos de que el rédito económico derivado del turismo será muy modesto y los precios que crecen exponencialmente con la cercanía del evento, acaban en protestas periódicas bajo el lema “No habrá Copa”.

A estas manifestaciones se suman otras, las de las favelas. Los sectores que parecían haber sido “pacificados”, muestran ahora nuevos brotes de violencia y demostraciones de poder de los narco, con ataques orquestados muchas veces desde las cárceles. La política de seguridad, de la que tanto se jactaron los políticos brasileños, comenzó a mostrar fisuras e imposibilidad de readaptarse a nuevas situaciones y consolidarse en el tiempo. El delito, que había mermado, ahora, con la Copa llamando a la puerta, está volviendo a crecer. La fuerte respuesta estatal, con operaciones militares que involucran al BOPE (Batallón de Operación Especiales), al batallón de choque y otras unidades de las Policías Civil, Militar y Federal, trajeron también consigo un reguero de denuncias de violaciones de los derechos humanos, muertes de inocentes, ferocidad policial… y más protestas.

Sin embargo, para Herrera Vegas “ la campaña electoral recién comenzará después del mundial de fútbol. De modo que es prematuro extraer conclusiones definitivas. La evolución de la economía brasileña, que enfrenta serias dificultades, será seguramente un factor importante. Ni hablar de los resultados del futbol.” Pero para otros analistas el descontento brasileño habla de una maduración de su cultura política, del nacimiento de un nuevo ciudadano, que ya no se conforma con fútbol y telenovelas, sino que mira más allá y exige un país mejor. De ser así, estaríamos frente a un hecho muy positivo a extraer de lo que es hoy un río revuelto. Pero veremos qué pasa cuando la pelota comience rodar. Si los brasileños logran abstraerse de los resultados y del fervor deportivos, o si todo el resto de los asuntos a resolver en el Brasil terminan teñidos de “verde e amarelo “.

La salud de los presidentes

Sin dudas, una de las discusiones de las mesas de café, durante estos días, tuvo que ver con la obligación –o no– de informar sobre la salud de un presidente, con qué detalle y en qué momento debe hacerse.

Si tomamos como ejemplo lo que ocurre en otros países, nos encontraremos con concepciones y metodologías diferentes. Están los que optan por una manera más transparente de contar y de poner sobre la mesa la situación de la persona pública en cuestión y están aquellos que optan por un secretismo casi absoluto. Estas modalidades se encuentran en consonancia con la forma general en la que un gobierno administra todo el resto de la información de interés público: un país acostumbrado a no tener temas tabú y a exponer ante la opinión pública todos los asuntos, incluso aquellos que lo incomodan, tenderá a comentar, abierta y la salud de sus gobernantes. Un régimen cerrado y autoritario, pues se inclinará por impedir, desmentir, obstaculizar y retacear la información.

Un ejemplo de un modo muy eficiente de manejar estos asuntos lo encontramos en Brasil. Digo “eficiente” tomando en cuenta los resultados, con ausencia total de dudas, especulaciones, desmentidas y contradicciones. En su momento, todos los aspectos del cáncer de laringe que padeció Lula Da Silva fueron expuestos con claridad ante los brasileños. En ese entonces, él no era presidente pero todavía era una personalidad de gran peso político en un país en el que recién se estrenaba su sucesión. Lo mismo hizo su delfín, Dilma Rousseff. Su cáncer linfático fue diagnosticado cuando era ministra de Lula, pero ganó la presidencia peleando contra la enfermedad y, a nueve meses de haber asumido, pudo dar la noticia de su cura.

Esta manera de informar impidió que se genere esa  angustia que embarga cuando no se sabe bien lo que pasa o se sospecha de mentiras u ocultamientos. Además, como efecto secundario, las fotos de la mujer de Lula rapando la cabeza de su compañero de vida humanizaron la enfermedad y las explicaciones de Roussseff sobre su curación fueron una cátedra pública sobre la importancia de los chequeos médicos y la detección temprana. La misma estrategia utilizaron Juan Manuel Santos, en Colombia y Fernando Lugo, cuando era presidente de Paraguay. Siempre con buenos resultados.

Sin embargo, están quienes optan por el hermetismo, al estilo de Hugo Chávez, que en plena campaña presidencial y fecha de asunción del nuevo mandato, no daba información cierta sobre su enfermedad. Esto generó mucho malestar, incertidumbre, marchas en reclamo de mayor información, inestabilidad política y social, y hasta rumores de golpe de estado. Su estilo se asemejó al de Fidel Castro, quien, desde que delegó el poder en su hermano Raúl, en 2006, siempre restringió el acceso a los detalles de su estado de salud. El caso más extremo fue el de Kim Jong Il, líder supremo de Corea del Norte. Su muerte logró mantenerse totalmente oculta de la luz pública durante dos días, sin que se filtre ni un rumor.

Una situación semejante puede darse en caso de afecciones psicológicas. Cuando Alan García era presidente de Perú, eran muy comentadas sus actitudes violentas e impropias para su embestidura (como cuando en 2010 golpeó a un estudiante por decirle corrupto) pero nunca se dio información al respecto hasta que, con los cables de WikiLeaks, se filtraron especulaciones sobre un presunto trastorno bipolar.

La discusión tiene como base preguntas más profundas: ¿tiene un gobierno la obligación de informar sobre el estado de salud de los mandatarios? ¿Cuál es el nivel de detalle que se debe brindar? ¿En qué momento debe decidirse comunicar? ¿La información sobre la salud personal de un presidente es un derecho público?

Luis García-San Miguel Rodríguez-Arango (QEPD), decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá, en el libro Estudios sobre el derecho a la intimidad, afirma que los políticos aspirantes a un cargo de elección popular están obligados a informar sobre padecimientos graves en su salud, ya que el electorado tiene el derecho a conocer si su potencial representante está capacitado integralmente para desempeñar el cargo,  lo contrario implicaría un engaño”. ¿Vale lo mismo cuando está en pleno mandato?

Hay una esfera de las costumbres y del modo de vida de un mandatario que forma parte de su intimidad. Si fuma, si toma alcohol de forma moderada, si tiene amantes o una homosexualidad encubierta son aspectos de su vida privada y no tienen por qué ser comentados ni expuestos ante la luz pública. Pero si dicho gobernante padece alguna enfermedad inhabilitante, una afección como alcoholismo o trastornos psicológicos, que afecten, obstaculicen o impidan el desarrollo de las tareas para las que ha sido elegido por medio del voto, entonces tiene la obligación de dar a conocer la información, con detalles y máxima transparencia.