La utilización de un evento deportivo con fines propagandísticos no es una novedad para nadie. Las Olimpíadas o el Mundial de Fútbol pueden convertirse en un escenario inigualable desde donde construir cohesión interna y aprovechar los flashes del mundo para pasearse ante el resto, ataviado en las mejores galas. Esto lo sabe muy bien el ex agente de la KGB Vladimur Putin. Para este animal político voraz, los Juegos de Invierno 2014 son un platillo irresistible.
Por eso eligió a Sochi, desde hace ya una década, proponiéndose transformarla en la viva imagen de lo que él visualizaba como la “nueva Rusia”. Enclavada entre el mar Negro y las montañas del Cáucaso, esta ciudad de 350 mil habitantes fue el balneario escogido por el poder ruso, desde los zares, pasando por Stalin y hasta el propio Putin, quien pasa allí gran parte del año. Pero Sochi no es tan solo un lugar bonito. Es un sitio cargado de historia, sangre y rencores. Un barril de pólvora incrustado entre las regiones separatistas tras la desintegración de la URSS.