Por: Muriel Balbi
La utilización de un evento deportivo con fines propagandísticos no es una novedad para nadie. Las Olimpíadas o el Mundial de Fútbol pueden convertirse en un escenario inigualable desde donde construir cohesión interna y aprovechar los flashes del mundo para pasearse ante el resto, ataviado en las mejores galas. Esto lo sabe muy bien el ex agente de la KGB Vladimur Putin. Para este animal político voraz, los Juegos de Invierno 2014 son un platillo irresistible.
Por eso eligió a Sochi, desde hace ya una década, proponiéndose transformarla en la viva imagen de lo que él visualizaba como la “nueva Rusia”. Enclavada entre el mar Negro y las montañas del Cáucaso, esta ciudad de 350 mil habitantes fue el balneario escogido por el poder ruso, desde los zares, pasando por Stalin y hasta el propio Putin, quien pasa allí gran parte del año. Pero Sochi no es tan solo un lugar bonito. Es un sitio cargado de historia, sangre y rencores. Un barril de pólvora incrustado entre las regiones separatistas tras la desintegración de la URSS.
Como nos advierte Patricia Lee, corresponsal en ese país durante más de una década y especialista en política rusa: “El problema religioso es añejo. Sochi era una ciudad islámica, capital de Circasia, y fue capturada por la Rusia zarista en 1864. Producto de ello, miles de musulmanes fueron asesinados o empujados al exilio. En esa urbe hoy no queda una mezquita.”
Por eso, el principal fantasma -que sobrevuela la majestuosidad de esas imágenes de atletas en trajes coloridos y resaltados por el blanco inmaculado de la nieve y el hielo- es el terrorismo; la sed de venganza y sangre. Para Andrei Serbin Pont, analista internacional, “La amenaza de un ataque terrorista en Sochi sigue latente. Doku Umarov, el líder de Imarat Kavkaz y descrito por algunos analistas occidentales como el ‘Osama Bin Laden de Rusia’, ha amenazado con realizar ataques contra las Olimpíadas y ha convocado a otros grupos islámicos a seguir el ejemplo”. Los ataques en Volgogrado y Daguestán, que dejaron 34 antes del inicio de los juegos, y el intento de secuestro de un avión de Pegasus Airlines el día de la apertura “sólo han contribuido a aumentar las tensiones y preocupaciones de la comunidad internacional”. Por eso, las medidas de seguridad son enormes y han llevado, incluso, a que el gobierno ruso acepte la colaboración de EEUU, su histórico rival en materia de seguridad y espionaje.
Sin embargo, las dudas sobre la capacidad rusa de contener los ataques de grupos islamistas y separatistas del Cáucaso no es la única sombra que se cierra sobre Putin. Las críticas, internas y externas también llovieron por otros temas. Entre ellos, la desprotección del medio ambiente y la matanza de perros callejeros “por el peligro de que un esquiador se caiga arriba de uno de ellos”, como explicaron los organizadores. Pero también, por los costos, que se cuadriplicaron hasta alcanzar el récord de 50 mil millones de dólares, lo que convierte a estos juegos en las Olimpíadas más caras de la historia.
He aquí el principal punto de crítica interna: el gasto oneroso y las denuncias de corrupción que no dejaron de llover y que le costaron la cabeza al vicepresidente del Comité Olímpico, Ahmed Bilatov, cuya empresa participó en la construcción de trampolines que costaron 265 millones de dólares, casi 7 veces más de lo presupuestado. Sin embargo, esto parece ser más un argumento para la oposición que un malestar significativo en la sociedad rusa. Según una encuesta de Levada Center, publicada por The Moscow Time, realizada a más mil personas en 45 regiones, sólo el 45% de la población, es decir, menos de la mitad de los rusos, piensa que los altos costos son culpa de la corrupción o de la torpeza en el manejo de los fondos. Sin embargo, la gran mayoría (el 85%) sostuvo que lo “realmente importante para Rusia” es que su equipo quede entre los cinco mejores del mundo.
Pero la controversia que más destacó en la opinión pública internacional fue la vinculada a la llamada ley “anti gay” que prohíbe cualquier acto que pueda ser considerado una propaganda o promoción de las “relaciones no convencionales.” Las críticas se propagaron desde el mismo buscador Google que, durante el día de apertura, dedicó su doodle a los Juegos, pintándolos con el multicolor que representa a la causa gay por la igualdad, y debajo la leyenda de un fragmento de la Carta Olímpica que reza: “La práctica deportiva es un derecho humano. Toda persona debe tener la posibilidad de practicar deporte sin discriminación de ningún tipo y dentro del espíritu olímpico, que exige comprensión mutua, solidaridad y espíritu de amistad y fair play”. El descontento, por este aspecto de la política rusa se expresó en marchas alrededor del mundo y faltazos de máximas figuras políticas. Sin embargo, la respuesta del alcalde de Sochi se limitó a la ridícula afirmación de que en su ciudad la homosexualidad no existe.
Así, la glamorosa vidriera que Putin imaginó para Sochi (porque si algo caracteriza a los Juegos de Invierno es que atraen a la sangre luz de todas las latitudes) podría acabar volviéndose un boomerang de críticas o desprestigio internacional. Esto es lo que se juega Rusia en estos días, por fuera de su medallero.