Odiar al fútbol

Ahora hasta el fútbol tiene la culpa. Es que las posturas racistas, nacionalistas, xenófobas y misóginas se basan en argumentos tan ridículos y cargados de ignorancia que terminan insultando la inteligencia y la sensatez.  Así, ciertas hipótesis de los ultra conservadores estadounidenses no dejan de sorprender, en un abanico que va desde la brutalidad exasperante de Sara Palin, hasta las “violaciones legítimas” del congresista Todd Akin, pasando por el temor al “marxismo” del Papa Francisco.

Ahora, en pleno Mundial, la comentarista de Fox News, Anne Coulter,  se despachó contra lo que tildó de “deporte extranjero” en su columna de The Clarion Ledger a la que tituló El pasatiempo favorito en EEUU: odiar al fútbol. Para Coulter, el aumento del interés por el Mundial en su país, es una “señal de la decadencia moral de la nación” y una consecuencia de “los cambios demográficos provocados por la reforma migratoria de 1965”.

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Lo que se juega en Sochi

La utilización de un evento deportivo con fines propagandísticos no es una novedad para nadie. Las Olimpíadas o el Mundial de Fútbol pueden convertirse en un escenario inigualable desde donde construir cohesión interna y aprovechar los flashes del mundo para pasearse ante el resto, ataviado en las mejores galas. Esto lo sabe muy bien el ex agente de la KGB Vladimur Putin. Para este animal político voraz, los Juegos de Invierno 2014 son un platillo irresistible.

Por eso eligió a Sochi, desde hace ya una década, proponiéndose transformarla en la viva imagen de lo que él visualizaba como la “nueva Rusia”. Enclavada entre el mar Negro y las montañas del Cáucaso, esta ciudad de 350 mil habitantes fue el balneario escogido por el poder ruso, desde los zares, pasando por Stalin y hasta el propio Putin, quien pasa allí gran parte del año. Pero Sochi no es tan solo un lugar bonito. Es un sitio cargado de historia, sangre y rencores. Un barril de pólvora incrustado entre las regiones separatistas tras la desintegración de la URSS.

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Por encima de la patria

En todo el mundo ha generado estupefacción la cantidad de días que la administración de los EEUU ha permanecido prácticamente clausurada. Este conflicto -generado por la incapacidad de los políticos de llegar a un acuerdo que le evite más inconvenientes al ciudadano de a pie- no parece propio de una gran potencia mundial, de quien se espera que dé cátedra de administración prolija y previsible.

Precisamente, parte del precio pagado en esta crisis es el daño a la imagen de los EEUU. Claro que también están los costos materiales concretos que se calculan en mil millones de dólares por semana. Esto quiere decir que las dos semanas de shutdown equivalen a las pérdidas producidas por el huracán Katrina, pero con la gran diferencia de que no se trata de una catástrofe natural, sino de una acción totalmente evitable y que es vista por los norteamericanos como capricho e ineptitud de los políticos.

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Manzanas podridas

Cuántas veces nos referimos a ciertas cosas y despotricamos contra ellas como si fueran males que nos caen de la estratósfera, totalmente ajenos a los que nosotros mismo somos. Los ejemplos, por excelencia, son los políticos y la televisión. Manzanas podridas que vienen a corroer nuestro armonioso ambiente.

Pero ¿de dónde surgen? ¿Tienen acaso los medios y la clase política el poder de provocar el deterioro cultural de una sociedad? ¿No son, en todo caso, partes de ella y, por lo tanto, su reflejo?

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