El cubo mágico de Obama

Para EEUU la política exterior siempre fue un asunto serio. Ser una potencia requiere, antes que nada, entender cómo funciona el mundo y reaccionar con certeza y determinación para que no queden dudas de quién lleva la batuta del ritmo global.  La administración de Barack Obama no es una excepción en ese sentido. Desde el primer momento en que el actual presidente pensó el armado de sus dos gestiones, lo hizo de modo tal de asegurarse tener en su mesa a los pesos pesados de la materia. Como sostiene Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project  y miembro de la Junta de Directores de Afghanistan World Foundation, Obama es un producto de la política de la ciudad de Chicago y, si bien no tenía experiencia internacional antes de candidatearse, es muy juicioso respecto a su importancia por lo que “se rodeó de gente del Partido Demócrata con experiencia en política internacional’’.

Una realidad preocupa a los grandes líderes: el mundo está que arde. Si bien los conflictos existen desde los albores mismo de la humanidad, esta dinámica multipolar, de economías interdependientes, donde la información es cada vez más poderosa, veloz y globalizada, lleva a que se aceleren y se enreden, como una madeja al viento, al punto de tornarse un desafío inédito. Con esto se encuentra EEUU ahora. Con un laberinto internacional muy intrincando, donde cada movimiento genera múltiples impactos a nivel externo e interno, muchos de ellos no buscados ni deseados. Un juego de ajedrez donde las piezas del tablero tienen varias caras, según cómo se las mire. Aquí radica la novedad.

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No quiero un “sí, quiero”

En varias oportunidades, desde estas columnas, hemos reflexionado sobre la inaceptable vigencia de la esclavitud y del abuso y la violencia física y psicológica contra mujeres y niñas. Estos hechos, que parecen sacados de la parte más oscura de la historia de la Humanidad, siguen estando vigentes en nuestro tiempo y aparecen todos unidos bajo el fenómeno de los matrimonios forzados que causan gran preocupación mundial y que han pasado a ser el foco de lucha de varias organizaciones humanitarias.

Está práctica, basada principalmente en tradiciones culturales y religiosas, atraviesa continentes y culturas y castiga con mayor crudeza a las mujeres en situación de vulnerabilidad. Los casos más resonantes y numerosos no sólo se circunscriben a países como Pakistán, Afganistán, India, Tailandia o Yemen, sino que también tienen presencia en nuestra región. En México, varias comunidades aborígenes siguen celebrando matrimonios precoces y forzados, y lo hacen con la complicidad de las autoridades comunales, de la policía y de la justicia. Las raíces culturales de esta costumbre no pueden justificar lo que es una lisa y llana violación a los derechos humanos, en la que la mujer se ve privada de su derecho básico de consentir una unión que determinará su cotidianeidad y el resto de su vida futura.

Pero además, cuando involucra a niñas, se añade la terrible realidad de menores sometidas a violaciones, traumas, trabajos forzados y maternidad prematura, a edades en las que ni siquiera están preparadas para comprender y adaptarse a la vida matrimonial. En ese sentido, la Convención de los Derechos del Niño ha sido determinante en la prohibición de estas uniones que, por lo general, se dan entre niñas de alrededor de 8 años con hombres de más de 30 y, en ocasiones, ancianos. El matrimonio forzado sigue afectando a 400 millones de mujeres en el mundo y se calcula que, en el término de una década, puede extender a 142 millones de niñas más, según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

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Una niña afgana de once años junto a su marido. Tomada por la fotógrafa estadounidense Stephanie Sinclair, elegida como mejor fotografía del año por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef)

La lucha contra este flagelo es extremadamente delicada. No sólo enfrenta la resistencia de comunidades enteras y de líderes religiosos, sino que además, pone en un dilema a quienes buscan ayudar a estas niñas, ya que son sus propios padres quienes las exponen a esta crueldad. Aquí la ignorancia y la pobreza se convierten en los cerrojos más poderosos de sus cadenas. Sus progenitores, la mayoría de ellos sumidos en la miseria, no pueden sostenerlas y cuentan con el dinero de la dote o de su venta para la subsistencia del resto del grupo familiar. Incluso, la detención de los padres implicaría, en muchos casos, dejar a la niña y a sus hermanos expuestos al desamparo total.

¿Cómo salir de esta maraña?. La respuesta más efectiva está en la educación, por eso fundaciones como “Girls not Brides” (“Niñas, no esposas”) centran su lucha en la formación de estas mujeres para permitirles forjar un futuro distinto y para que no continúen el círculo vicioso con sus propias hijas. En este contexto es que hay que leer también un hecho como la feroz reacción del grupo radical Boko Haram que secuestró a más 200 adolescentes en un internado de Nigeria. Las mismas son sometidas a violaciones y están comenzando a ser vendidas como esposas y esclavas. Tal como lo comunicaron ellos mismos, no fue azarosa la elección de “chicas estudiantes” sino que constituye un escarmiento simbólico para aquellas mujeres con aspiraciones intelectuales, que buscan un futuro distinto.

Por ello, el compromiso de figuras públicas como la francesa Julie Gayet, (más famosa a nivel mundial tras su affaire con el presidente francés, Francois Hollande), o la película “Tall as the baobab tree” de Jeremy Teicher, presentado recientemente en el Festival de Cine de Human Rights Watch que tuvo lugar en Nairobi, o el trabajo de varios fotógrafos que abrieron los ojos del mundo a esta realidad por medio de la fuerza de la imagen, constituyen todas contribuciones muy valiosas para unir voluntades que puedan salvar a miles de mujeres y niñas de vidas enteras transcurridas en el infierno.

Quiénes ganan con la destrucción de armas químicas

Ya se encuentra en Siria la comisión de la ONU que tiene como tarea revelar la cantidad y tipo de armas químicas con las que cuenta el régimen de Bashar Al Assad. Se trata de un grupo de unas veinte personas entre las que se encuentran químicos, ingenieros químicos, médicos y expertos en seguridad. Es el inicio de una tarea que continuará con su destrucción en un plazo estipulado para mediados de 2014. Todo supervisado por la OPAQ (Organismo para la prohibición del uso de armas químicas). Esta medida fue posible gracias al acuerdo que se logró el viernes en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, con el voto unánime de todos sus miembros y que vino a dar marco legal al acuerdo ya conseguido hace 15 días por los ministros de relaciones exteriores de EEUU y Rusia, John Kerry y Serguéi Lavrov, para eliminar el arsenal químico de Siria.

Pero que esta resolución se haya conseguido y votado por unanimidad no garantiza que pueda llevarse a cabo con éxito. Los expertos coinciden en señalar lo dificultoso que puede ser desplegar este tipo de misiones en un contexto de conflictos, especialmente de guerra civil. Porque las misiones necesitan contar con un mínimo de garantías de seguridad o no pueden operar hasta que estén dadas las condiciones. Dado el panorama, pueden surgir resistencias tanto del ala más dura del propio ejército sirio -en contra de lo que considera una “intromisión” de la comunidad internacional- como de los rebeldes a quienes esta resolución no los beneficia. Recordemos que a esta guerra la iniciaron no porque el régimen tenga armas químicas, sino para sacar a Bashar Al Assad del poder.

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¿Hacia dónde va la guerra?

La delicada situación que se vive en Siria está demostrando la impotencia y el desconocimiento de Occidente de cómo situarse frente al conflicto y del impacto que pueden llegar a tener las definiciones que se tomen al respecto. “El gran problema es que somos verdaderamente ignorantes sobre Siria”, confesaba el ex embajador de Estados Unidos en ese país, Ryan Crocker, al The New York Times. Una realidad muy peligrosa ya que se trata de una pieza clave en el equilibrio de la región.

La guerra civil que hoy se libra en Siria tiene como protagonistas a la minoría gobernante alauita (secta chií) y a los rebeldes sunníes. Es, precisamente, este carácter sectario el que hace que el conflicto pueda extenderse, no sólo en el temporal, sino también territorialmente, más allá de las fronteras de Siria.

Como advertía Fabián Calle en su columna de Infobae,  el choque de civilizaciones profetizado por el politólogo de Harvard Samuel Huntington, parece haber cedido a una lucha intracivilizaciones: “Una mirada más atenta de la violencia existente tanto en territorio afgano, iraquí y más recientemente a partir de la guerra civil en Siria, nos mostraría que los mayores niveles de letalidad no parecen ser necesariamente los quiebres entre civilizaciones sino dentro de ellas mismas”.

El hecho de que el conflicto en Siria tenga que ver cada vez más con una guerra sectaria lo vuelve más violento, complejo, largo y difícil de solucionar. Esto, debido a que comienzan a despertarse los fundamentalismos y los viejos rencores, a la vez que se da lugar a nuevo hechos que alimentan odios futuros. Porque lo que se está disputando hoy en suelo sirio es una batalla clave de la guerra milenaria entre sunníes y chiies, esta vez a las puertas de Israel.

¿De dónde surgen estas dos facciones del Islam? De una histórica confrontación a cerca de quién es el verdadero sucesor de Mahoma. El Islam, como religión monoteísta universal, es de las más jóvenes del mundo, ya que fue fundada en la primera mitad el siglo VII d. C. A la muerte del Mahoma comenzó una disputa entre quienes avalan una sucesión por parentesco y que veían en Alí, primo y yerno de Mahoma, casado con su hija Fatimah, la continuidad. Fueron los chiíes, que hoy representan alrededor del 10% de los creyentes.

Sin embargo, la mayoría, los sunníes (el 85%) consideraban que eran los notables quienes debían elegir al sucesor del profeta y que, por lo tanto, este deber recaía sobre el gobernador de Siria, Muawiya, miembro de la familia de los Omeya. Así, la batalla de Kerbala (Irak) en el 680 marcó el principio del cisma entre los chiíes y los vencedores sunníes.

Pero la división política del mundo musulmán en dos bloques sólo se generalizó a partir del siglo XVI. Se trata de dos troncos principales con diversas ramas, algunas más radicales que otras. Entre ambos hay diferencias históricas y doctrinarias, pero lo más importante es observar que la base de los sucesivos enfrentamientos entre ambos bandos tiene que ver con una feroz disputa de poder político, económico y religioso.

La violencia en Siria comenzó siendo una protesta contra el régimen, eco de la primavera árabe, para convertirse hoy en una excusa más en la vasta disputa en la que entran a jugar otros actores,  cada vez más fuerte y agresiva y peligrosamente. Por un lado, la cúpula del régimen sirio cuenta con el apoyo incondicional de los chiíes iraníes (con alimentos, dinero, armas, inteligencia y entrenamiento), Irak y de la milicia libanesa de Hezbolah. Asimismo, también Rusia y China dan apoyo diplomático y militar del régimen y, como vimos, traban cualquier acción de la comunidad internacional contra el régimen en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU donde tienen poder de veto.

Del otro lado, Turquía, Arabia Saudita y Qatar apoyan al ala sunní y estas dos últimas grandes y riquísimas potencias están abriendo cada vez más sus arcas a financiar a grupos extremistas de esa secta. En el juego también entra Al Qaeda (sunníes), que han comenzada a contemplar la posibilidad de mudar a Siria bases de operaciones y entrenamiento.

Es por ello que una profundización del conflicto en Siria puede llevar a extender la inestabilidad al resto de la región y a agravarlo. Frente a esto, y más que nunca, Occidente debe comprender y analizar la delicada y compleja situación que se delinea en Siria.