Odiar al fútbol (segunda parte)

El futbol desata pasiones. No solo de amor, sino también de odio. Están quienes aman al futbol, pero también algunos pocos que lo odian. Hasta ahí todo bien. Lo que resulta inaceptable es despreciar e insultar a este deporte como forma de velar lo que es, lisa y llanamente, una actitud racista. En mi columna anterior, reproducida gentilmente por otros diarios latinoamericanos, expresé mi opinión sobre los polémicos dichos de la republicana ultra conservadora, Ann Coulter, quien se despachó contra el aumento del interés por el futbol en su país, los EE.UU. No fui la única. Importantes medios como The Washington Post, Forbes, BBC, etc. y unos 10.000 internautas se sumaron escandalizados a responderle a esta señora (que también cuenta con defensores que se enojaron conmigo en las redes sociales y que me acusaron de estar haciendo una campaña de desprestigio de esta colega estadounidense que, en realidad, se desacredita sola con sus dichos xenofóbicos y denigrantes).

Sin embargo, Coulter no revisó su postura sino que, por el contrario, redobló la apuesta con una columna que es aún más racista, misógina y despectiva que la anterior. En “Soccer: part deux” (futbol, segunda parte), la autora afirma que lo visto a lo largo de este Mundial no ha hecho más que reforzar sus ideas. Ante todo, para ella el futbol es “un juego de niñas”. No sólo porque las mujeres y los niños pequeños pueden practicarlo, sino porque desde que salió su columna anterior “un chico del equipo de Paraguay (de Uruguay en realidad, pero a quién le importa)  mordió a su oponente durante el juego”. Escribe Coulter: “No lo golpeó, no lo bloqueó. LO MORDIÓ! ¿Cuánto más tendremos que esperar para empezar a ver que se tiren del pelo en el futbol?”. En una sola frase, varias cosas. Primero: Uruguay y Paraguay no son lo mismo, señora Coulter, y sí, a muchos nos importa la diferencia como seguramente para Ud. no es lo mismo ser estadounidense que canadiense o mexicana. Claramente su frase se lee como “Paraguay, Uruguay o cualquier otro sudaca, da lo mismo, a quién le importa”. Segundo, lamento que, desde una mujer, venga esa carga de misoginia de querer denostar a un deporte por el hecho de que podamos practicarlo las mujeres (seres humanos con fuerza, elasticidad, resistencia, potencia, inteligencia, valor, gloria y enormes cualidades atléticas como lo han demostrado las grandes campeonas de la historia).

Una contradicción, además, porque luego sostiene que en realidad todas las mujeres odiamos al futbol de la misma manera que todos hombres odian al ballet y que solo fingimos interés para impresionar a los machos. Efectivamente muchas chicas no morimos por el fútbol -algunos hombres tampoco-, pero no lo odiamos y lo valoramos deportivamente. (Además no necesitamos fingir interés, porque tenemos otras armas más interesantes y menos infantiles a la hora de buscar obtener la atención masculina).

También se burla de lo deleznable de las “pausas para refrescarse”. “Los jugadores de la NFL en Nueva Orleans o en Miami juegan regularmente durante la temporada con temperaturas de más de 38 grados” con trajes pesados y calientes, no con la “ropa aireada” que llevan los futbolistas. “Jugadores de la NFL han muerto de ataques al corazón. El único riesgo de muerte durante un partido de fútbol puede venir del alboroto de algún campesino tercermundista enojado por un mal arbitraje” llega a decir Coulter.

Pero, básicamente, lo peor del fútbol (además de ser una “muestra de decadencia cultural”, como sostuvo en su anterior columna) es que sería extremadamente aburrido y que haría posible que todos terminen apareciendo como ganadores: “Creo estar siendo testigo de la implementación de la regla favorita de las mamás de fútbol: ¡todos son ganadores!”, se burla Coulter. Desde Francia es que escribe su segunda columna. Ironiza diciendo que ver la BBC la hizo comprender que, los países a los que nos gusta el futbol, sean imposibles de aburrir. El tiempo de juego, el adicional, los alargues y los poco tantos que se anotan por partido lo convertirían en un verdadero tedio que, según la autora, lleva a que “los propio jugadores se muestren más interesados por lo que pasa en el banco que por el partido que transcurre en el campo de juego”.

Por un momento me pregunté si valía la pena dedicarle otra columna más a la Sra. Ann Coulter. Evidentemente es una provocadora profesional que saca rédito económico y mediático de quienes nos escandalizamos con sus dichos (de gran difusión e incluso influencia). Mi conclusión es que sí, porque creo que no se pueden dejar pasar tan liviana e impunemente las expresiones con contenido racista. Estoy convencida de que hay que atenderlas, poner de relieve su prejuicio y su odio, combatirlas con amor y verdad, como las que se ven durante los 90 minutos de esos “partidazos” de pura belleza, como los que nos regaló este Mundial inolvidable.

La salud de los presidentes

Sin dudas, una de las discusiones de las mesas de café, durante estos días, tuvo que ver con la obligación –o no– de informar sobre la salud de un presidente, con qué detalle y en qué momento debe hacerse.

Si tomamos como ejemplo lo que ocurre en otros países, nos encontraremos con concepciones y metodologías diferentes. Están los que optan por una manera más transparente de contar y de poner sobre la mesa la situación de la persona pública en cuestión y están aquellos que optan por un secretismo casi absoluto. Estas modalidades se encuentran en consonancia con la forma general en la que un gobierno administra todo el resto de la información de interés público: un país acostumbrado a no tener temas tabú y a exponer ante la opinión pública todos los asuntos, incluso aquellos que lo incomodan, tenderá a comentar, abierta y la salud de sus gobernantes. Un régimen cerrado y autoritario, pues se inclinará por impedir, desmentir, obstaculizar y retacear la información.

Un ejemplo de un modo muy eficiente de manejar estos asuntos lo encontramos en Brasil. Digo “eficiente” tomando en cuenta los resultados, con ausencia total de dudas, especulaciones, desmentidas y contradicciones. En su momento, todos los aspectos del cáncer de laringe que padeció Lula Da Silva fueron expuestos con claridad ante los brasileños. En ese entonces, él no era presidente pero todavía era una personalidad de gran peso político en un país en el que recién se estrenaba su sucesión. Lo mismo hizo su delfín, Dilma Rousseff. Su cáncer linfático fue diagnosticado cuando era ministra de Lula, pero ganó la presidencia peleando contra la enfermedad y, a nueve meses de haber asumido, pudo dar la noticia de su cura.

Esta manera de informar impidió que se genere esa  angustia que embarga cuando no se sabe bien lo que pasa o se sospecha de mentiras u ocultamientos. Además, como efecto secundario, las fotos de la mujer de Lula rapando la cabeza de su compañero de vida humanizaron la enfermedad y las explicaciones de Roussseff sobre su curación fueron una cátedra pública sobre la importancia de los chequeos médicos y la detección temprana. La misma estrategia utilizaron Juan Manuel Santos, en Colombia y Fernando Lugo, cuando era presidente de Paraguay. Siempre con buenos resultados.

Sin embargo, están quienes optan por el hermetismo, al estilo de Hugo Chávez, que en plena campaña presidencial y fecha de asunción del nuevo mandato, no daba información cierta sobre su enfermedad. Esto generó mucho malestar, incertidumbre, marchas en reclamo de mayor información, inestabilidad política y social, y hasta rumores de golpe de estado. Su estilo se asemejó al de Fidel Castro, quien, desde que delegó el poder en su hermano Raúl, en 2006, siempre restringió el acceso a los detalles de su estado de salud. El caso más extremo fue el de Kim Jong Il, líder supremo de Corea del Norte. Su muerte logró mantenerse totalmente oculta de la luz pública durante dos días, sin que se filtre ni un rumor.

Una situación semejante puede darse en caso de afecciones psicológicas. Cuando Alan García era presidente de Perú, eran muy comentadas sus actitudes violentas e impropias para su embestidura (como cuando en 2010 golpeó a un estudiante por decirle corrupto) pero nunca se dio información al respecto hasta que, con los cables de WikiLeaks, se filtraron especulaciones sobre un presunto trastorno bipolar.

La discusión tiene como base preguntas más profundas: ¿tiene un gobierno la obligación de informar sobre el estado de salud de los mandatarios? ¿Cuál es el nivel de detalle que se debe brindar? ¿En qué momento debe decidirse comunicar? ¿La información sobre la salud personal de un presidente es un derecho público?

Luis García-San Miguel Rodríguez-Arango (QEPD), decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá, en el libro Estudios sobre el derecho a la intimidad, afirma que los políticos aspirantes a un cargo de elección popular están obligados a informar sobre padecimientos graves en su salud, ya que el electorado tiene el derecho a conocer si su potencial representante está capacitado integralmente para desempeñar el cargo,  lo contrario implicaría un engaño”. ¿Vale lo mismo cuando está en pleno mandato?

Hay una esfera de las costumbres y del modo de vida de un mandatario que forma parte de su intimidad. Si fuma, si toma alcohol de forma moderada, si tiene amantes o una homosexualidad encubierta son aspectos de su vida privada y no tienen por qué ser comentados ni expuestos ante la luz pública. Pero si dicho gobernante padece alguna enfermedad inhabilitante, una afección como alcoholismo o trastornos psicológicos, que afecten, obstaculicen o impidan el desarrollo de las tareas para las que ha sido elegido por medio del voto, entonces tiene la obligación de dar a conocer la información, con detalles y máxima transparencia.

Esclavas sexuales 2

La trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual está comenzando a ser tomada cada vez más en serio, especialmente por su vinculación con el crimen organizado transnacional.

Esto llevó a que algunos países, como el nuestro, fueran alertados e “invitados” por otros, a tomar cartas en el asunto. La venta de seres humanos está íntimamente vinculada con el tráfico de armas, drogas, inmigrantes y lavado de dinero. Como observan algunos especialistas en temas de seguridad, la trata suele ser incluso más lucrativa, ya que las personas pueden ser “comercializadas” varias veces, a diferencia de las armas y la droga.
Este fue uno de los temas convocantes del “Foro Internacional sobre los Derechos de las Mujeres” que se llevó a cabo en Mar Del Plata el 12 y 13 del corriente. Del mismo participaron representantes de distintos organismos que luchan y/o estudian este flagelo, en países de la región. En ese contexto se presentaron los resultados de análisis cuantitativos y cualitativos.

El Mercosur es zona de origen de mujeres que son llevadas hacia Europa y Asia. El principal destino es España, seguido por Italia (aunque éste es mercado casi exclusivo de personas trans), Chile y Sudáfrica. La Argentina y Brasil son lugares de origen, tránsito y destino; mientras Paraguay y Uruguay son específicamente sitios de reclutamiento. En el caso de Argentina como destino, las mujeres suelen provenir principalmente de Paraguay, República Dominicana, Colombia, Brasil y Uruguay. Pero este delito también se realiza de modo interno, con tráfico de personas desde lugares más vulnerables del interior del país hacia las grandes urbes. Es en la trata interna donde se ve más la captación de niñas, algunas desde sus 8 o 10 años de edad.

En cuanto a las redes criminales, poseen distintas dimensiones, complejidad y dinámica: desde pequeñas familias hasta complejas organizaciones delictivas. El secuestro, por su parte, no figura como una herramienta muy utilizada para conseguir jóvenes, sino que se recurre más al engaño, con falsas promesas de trabajo, castings, supuestas agencias de modelos, complicidad de personas conocidas por las víctimas e incluso miembros de sus propias familias. El traslado es pagado por la red (luego suele ser parte de la “deuda” que la víctima contrae con ellos), se le retienen los documentos y suele haber una custodia que va controlando el trayecto.

¿El destino? Prostíbulos, whiskerías, departamentos privados y pooles. A las mujeres se las obliga a trabajar entre 10 y 12 horas por día, muchas veces deben vivir en el mismo lugar en el que reciben a los clientes y entre sus obligaciones figuran los “pases”, beber y hacer beber. La forma de mantenerlas retenidas es por medio de fuertes intimidaciones, secuestro del DNI, violencia física y psicológica, violaciones, alcohol y drogas, chantaje, deudas, multas, restricción de comida, amenazas de hacerles daño a sus familias o miedo a ser denunciadas por otros crímenes que también se les obliga a cometer (como tráfico de drogas o inmigración ilegal).

En este sentido, también es muy importante aclarar que la trata de personas no se reduce a reclutar sólo a mujeres pobres, altamente vulnerables. Entre los destinos de explotación también está la llamada “prostitución VIP” o “de lujo”.  Por ejemplo, en nuestro país, el conocido cabaret VIP “Black” ha sido denunciado por La Alameda por vínculos con la trata. El titular de la ONG, Gustavo Vera, aseguró que en el local nocturno, no sólo se ejerce la prostitución, sino que las mujeres que trabajan allí son obligadas a comprar y revender cocaína porque si no “son sometidas a feroces palizas o violaciones”.

Según contó Vera en diálogo con el programa de radio Mitre, “Sin Filtro” de Jorge Lanata, el local “es un centro de narcos y de distribución de cocaína” que está “habilitado de forma fraudulenta”. La denuncia de La Alameda ante la Justicia partió del testimonio de Carina Ramos, una mujer que le contó a la revista Noticias que fue obligada a prostituirse en distintos clubes nocturnos, entre ellos “Madaho´s” y “Black”, clubes a los que recurren funcionarios, miembros de la SIDE y de embajadas y comisarios. “Black” es propiedad de Alberto Fernández, quien integró la comitiva de empresarios y emprendedores que acompañó al secretario de Comercio a Angola.

Por supuesto, cuando hablamos de trata de personas en el Mercosur es imposible omitir la delicada situación de la Triple Frontera por donde pasa gran parte del tráfico de mujeres y niñas. Por si esto fuera poco, como advierte Cynthia Bendlin, una paraguaya con gran experiencia y reconocimientos por su labor en esta lucha, “además de las complicidades de funcionarios de la Triple Frontera con las redes criminales, se suma la dificultad de que, cuando trabajás contra la trata, del lado paraguayo te atiende un fiscal, del argentino, un juez, y del brasileño, la policía, esto complica la comunicación y el trabajo en equipo.”

Por último, en cuanto a la respuesta institucional, los especialistas coincidieron en la sensación de que los criminales están siempre un paso más delante de las respuestas de los gobiernos para apresarlos. “Los captadores vuelan por Internet y las redes sociales”, afirmaron.

Pero el principal desafío sigue siendo para todos la reinserción de las víctimas de trata. “No conocemos ninguna organización que esté logrando hacerlo con éxito”. Hasta el momento, son contados los casos en que la mujer ha logrado salir de las redes criminales y rehacer su vida. Muchas de ellas, después de años de esfuerzos por emerger de la explotación, suelen ser nuevamente coaptadas por las redes. Esto por la falta de herramientas propias para poder liberarse de la dominación, no solo física, sino también mental a las que fueron sometidas y por la escasez de ayuda institucional para hacer frente a la monumental tarea de desprenderse de una red criminal y de encontrar el modo de reinsertarse en la sociedad y de ser autónoma (especialmente en los casos en los que han sido capturadas desde la infancia, por lo que carecen de educación y lazos de solidaridad).

Frente a este panorama, los expertos coincidieron en que el rol de cada uno de nosotros, desde la sociedad civil, es crucial. “Debe lucharse contra el machismo que naturaliza el delito”. Por otro lado, “la connivencia política, policial y judicial hace que se termine echando o castigando a aquellos funcionarios que realmente lucha contra la trata”. Allí debe estar la sociedad civil, involucrada y comprometida, haciendo presión para respaldar a los trabajan y apartando y condenando a los cómplices de la explotación y la esclavitud de mujeres y niñas, en pleno siglo XXI.