Cuando nacer es morir

Derese, un granjero de Etiopía, hace lo posible para cuidar a sus hijos y ganar lo suficiente para alimentarlos. Desde que su esposa murió, 3 meses atrás, 5 de sus 10 hijos no lograron sobrevivir. “El décimo bebé murió en el parto junto con mi esposa” cuenta.  Un día y medio después de haber comenzado el trabajo de parto, la mujer finalmente pudo llegar a un centro de salud que, sin embargo, no contaba con el personal y el equipamiento necesarios para atenderlos.  “Si pudieran ver en mi interior, verían el fuego que me quema por dentro. Yo sé que, por el hecho de ser pobre y no tener dinero,  fui incapaz de salvar a mi esposa. Cada vez que pienso en ella me siento culpable”.

Este es uno de los testimonios desgarradores que la ONG Save the Children recoge en  su trabajo  Ending newborn deaths (Acabar con las muertes de recién nacidos. El estudio, publicado recientemente, da cuenta del cuadro de la mortalidad infantil en el mundo y destaca las mejoras de la última década, con un descenso del  50% en el número de muertes “gracias a programas de inmunización contra las enfermedades, la planificación familiar, programas nutricionales y también a la mejora de las economías en países en vías de desarrollo”. Sin embargo, los logros son insuficientes.

En 2012, un millón de bebés murieron sin poder atravesar su primer, y único, día de vida. La cifra se triplica para los primeros 27 días tras el nacimiento (mortalidad neonatal). Lo más triste es que, en la mayoría de los casos, las causas son evitables. A nivel mundial, el drama más descarnado se desata en los lugares pobres y en donde, por lo general, hay o hubo conflictos. Así, a la lista de muertes durante las primeras 24 horas, la encabeza  Sierra Leona con 18 decesos cada 1000 nacimientos. Le siguen Somalia, Guinea Bissau,  Lesoto y Angola (16), Pakistán y República Democrática del Congo (15), Nigeria (14), Afganistán (13) y  Bangladesh (9). Uno de los aspectos que más llama la atención de este estudio sobre la mortalidad infantil a nivel global, son  las enormes diferencias que saltan a la luz si miramos los números diferenciando los distintos puntos del globo. Así, podemos ver cómo se reflejan realidades muy disímiles entre regiones, países, e incluso al interior de muchos de ellos.

Por ejemplo,  según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cantidad de niños que mueren en el mundo sin haber podido superar los primeros 27 días, es de 20.5 por cada mil nacimientos. Sin embargo, mientras en Europa la tasa de mortalidad neonatal es de 5.9, en el Sudeste Asiático llega a 27 y en  África supera los 30. Nuestra región está apenas por encima de Europa, con 8;  y en el caso específico de la Argentina, la cifra es de 7.6, de acuerdo con los datos proporcionados por  la Dirección de Estadísticas e Información de Salud del Ministerio de Salud de la Nación (2011). A estas desigualdades entre países -que son profundas, que trascienden al sistema de salud y que comienzan cuando la mujer aún no está embarazada – las ven los médicos en sus consultorios.

El doctor Savino Gil Pugliese, obstetra argentino que se especializa en diagnóstico prenatal en Londres, señala que las madres inglesas gozan de ciertos beneficios “no sólo en infraestructura sino en recursos humanos, educación, capacitación, organización y dedicación. Tienen acceso a profesionales de excelencia académica que pasan el día dentro del hospital trabajando y enseñando,  con salarios acordes al nivel académico y a las horas trabajadas.” A su vez, destaca  “la fuerte presencia de las ‘matronas’ u ‘obstétricas’ que están junto a los padres en todo momento y sobre todo al acercarse la fecha de parto, para impartirles clases de preparación. Los embarazos de bajo riesgo son seguidos completamente por ellas y las pacientes de alto riesgo son derivadas con especialistas, llamados ‘consultant’. El área maternoneonatal está dividida en unidades específicas que trabajan en conjunto, pero son grupos de matronas y consultants especializados en una tarea determinada.”

La contracara de esto es la realidad padecida por las madres de países pobres.  En total, 40 millones de mujeres en el mundo dan a luz sin ayuda alguna (el 51% de las madres en el África, el 41% en Asia del este). Existen zonas rurales donde solo hay una matrona por cada 10 mil mujeres, lo que resulta fatal, si advertimos  que tan sólo con la asistencia adecuada se evitarían el 45% de las muertes en el parto y el 43% de los fallecimientos durante las primeras 24 horas de vida.  Aquí, y de acuerdo con un informe elaborado por  Unicef , “Committing to Child Survival: A promise renewed – progress report 2013” , las principales causas de muertes de recién nacidos son los problemas relacionados con los partos prematuros (muchos prevenibles con suplementos alimenticios y controles prenatales), las complicaciones durante el trabajo de parto y el alumbramiento (por ejemplo, asfixia)y las infecciones adquiridas durante o después del parto. Por ello es que salta a la luz la necesidad imperiosa de fomentar la presencia de personal especializado que puedan ayudar a estas mujeres (se calcula que existe un déficit total de más de 7 millones de profesionales).

Pero también hay desigualdades a resolver incluso al interior de muchos sistemas de salud. Como estima uno de los investigadores de esta ONG “una distribución justa de los servicios de salud en 47 países clave podría prevenir la muerte de 950.000 recién nacidos, reduciendo la mortalidad neonatal de estos países en un 38%”. De esta manera, las recomendaciones del tercer sector apuntan pedir a los líderes mundiales y al sector privado que se comprometan a acabar con las muertes neonatales prevenibles y que, para ello, aseguren de que para el 2025 cada nacimiento sea atendido por personal sanitario cualificado y equipado que realice intervenciones de atención básica; que aumenten el gasto sanitario al menos al nivel mínimo establecido por la OMS de 60 dólares por persona; que eliminen las tarifas para acceder a cualquier servicio de salud materna, neonatal e infantil, incluida la atención obstétrica de emergencia y que el sector privado, incluidas las empresas farmacéuticas, ayude a cubrir las necesidades latentes, desarrollando soluciones innovadoras y aumentando la disponibilidad de productos sanitarios nuevos y existentes para madres, recién nacidos y niños que se encuentran en mayor situación de pobreza. Porque, como señala el documento,  muchas de estas muertes podrían evitarse si ” lo más básico de la atención se vuelve accesible a todos.”

Estados homofóbicos

En estos días, el mundo recibió dos noticias que pueden leerse como un significativo revés en materia de derechos de gays y lesbianas. Una de ellas provino desde la India, donde el Tribunal Supremo decidió no ratificar una orden del Tribunal de Delhi de 2009 que ordenaba despenalizar la homosexualidad al eliminar la sección 337 del código penal redactado en 1860 y que prevé penas de hasta 10 años de cárcel a quienes practiquen sexo “en contra del orden natural”. Una ley poco administrada en el ámbito judicial pero muy utilizada por la policía en las calles como forma de extorsión y acoso contra la comunidad gay. La disposición del Supremo fue entendida como “un decepcionante revés para la dignidad humana y los derechos básicos de la privacidad y no discriminación”, según el comunicado emitido por Meenaski Ganguly, directora para el sur de Asia de Human Rights Watch.

La otra noticia tuvo como epicentro un país del primer mundo y con costumbres occidentales: Australia. Allí, también el máximo órgano de la justicia, tildó de “inconstitucionales” los matrimonios entre personas del mismo sexo, que habían sido autorizados en la capital, por entender que van en contra de lo dispuesto por la ley nacional en la Constitución.

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