La delicada situación que se vive en Siria está demostrando la impotencia y el desconocimiento de Occidente de cómo situarse frente al conflicto y del impacto que pueden llegar a tener las definiciones que se tomen al respecto. “El gran problema es que somos verdaderamente ignorantes sobre Siria”, confesaba el ex embajador de Estados Unidos en ese país, Ryan Crocker, al The New York Times. Una realidad muy peligrosa ya que se trata de una pieza clave en el equilibrio de la región.
La guerra civil que hoy se libra en Siria tiene como protagonistas a la minoría gobernante alauita (secta chií) y a los rebeldes sunníes. Es, precisamente, este carácter sectario el que hace que el conflicto pueda extenderse, no sólo en el temporal, sino también territorialmente, más allá de las fronteras de Siria.
Como advertía Fabián Calle en su columna de Infobae, el choque de civilizaciones profetizado por el politólogo de Harvard Samuel Huntington, parece haber cedido a una lucha intracivilizaciones: “Una mirada más atenta de la violencia existente tanto en territorio afgano, iraquí y más recientemente a partir de la guerra civil en Siria, nos mostraría que los mayores niveles de letalidad no parecen ser necesariamente los quiebres entre civilizaciones sino dentro de ellas mismas”.
El hecho de que el conflicto en Siria tenga que ver cada vez más con una guerra sectaria lo vuelve más violento, complejo, largo y difícil de solucionar. Esto, debido a que comienzan a despertarse los fundamentalismos y los viejos rencores, a la vez que se da lugar a nuevo hechos que alimentan odios futuros. Porque lo que se está disputando hoy en suelo sirio es una batalla clave de la guerra milenaria entre sunníes y chiies, esta vez a las puertas de Israel.
¿De dónde surgen estas dos facciones del Islam? De una histórica confrontación a cerca de quién es el verdadero sucesor de Mahoma. El Islam, como religión monoteísta universal, es de las más jóvenes del mundo, ya que fue fundada en la primera mitad el siglo VII d. C. A la muerte del Mahoma comenzó una disputa entre quienes avalan una sucesión por parentesco y que veían en Alí, primo y yerno de Mahoma, casado con su hija Fatimah, la continuidad. Fueron los chiíes, que hoy representan alrededor del 10% de los creyentes.
Sin embargo, la mayoría, los sunníes (el 85%) consideraban que eran los notables quienes debían elegir al sucesor del profeta y que, por lo tanto, este deber recaía sobre el gobernador de Siria, Muawiya, miembro de la familia de los Omeya. Así, la batalla de Kerbala (Irak) en el 680 marcó el principio del cisma entre los chiíes y los vencedores sunníes.
Pero la división política del mundo musulmán en dos bloques sólo se generalizó a partir del siglo XVI. Se trata de dos troncos principales con diversas ramas, algunas más radicales que otras. Entre ambos hay diferencias históricas y doctrinarias, pero lo más importante es observar que la base de los sucesivos enfrentamientos entre ambos bandos tiene que ver con una feroz disputa de poder político, económico y religioso.
La violencia en Siria comenzó siendo una protesta contra el régimen, eco de la primavera árabe, para convertirse hoy en una excusa más en la vasta disputa en la que entran a jugar otros actores, cada vez más fuerte y agresiva y peligrosamente. Por un lado, la cúpula del régimen sirio cuenta con el apoyo incondicional de los chiíes iraníes (con alimentos, dinero, armas, inteligencia y entrenamiento), Irak y de la milicia libanesa de Hezbolah. Asimismo, también Rusia y China dan apoyo diplomático y militar del régimen y, como vimos, traban cualquier acción de la comunidad internacional contra el régimen en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU donde tienen poder de veto.
Del otro lado, Turquía, Arabia Saudita y Qatar apoyan al ala sunní y estas dos últimas grandes y riquísimas potencias están abriendo cada vez más sus arcas a financiar a grupos extremistas de esa secta. En el juego también entra Al Qaeda (sunníes), que han comenzada a contemplar la posibilidad de mudar a Siria bases de operaciones y entrenamiento.
Es por ello que una profundización del conflicto en Siria puede llevar a extender la inestabilidad al resto de la región y a agravarlo. Frente a esto, y más que nunca, Occidente debe comprender y analizar la delicada y compleja situación que se delinea en Siria.